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Alice Kellen - Tal Vez Tú

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TAL VEZ TÚ

ALICE KELLEN

Copyright © 2016 Alice Kellen

Título original, «Tal vez tú»

All rights reserved.

Todos los derechos están reservados, incluida la reproducción parcial o total de esta obra sin permiso de su autora, así como su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright . La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual. Los derechos de la imagen de la cubierta pertenecen a www.shutterstock.com

«—¿No los odias?

—¿El qué?

—Estos incómodos silencios. ¿Por qué creemos que es necesario decir gilipolleces para estar cómodos?

—No lo sé, es una buena pregunta.

—Entonces sabes que has dado con una persona especial. Puedes estar callado durante un puto minuto y compartir el silencio». ( Pulp Fiction ).

Para todos los lectores.

Gracias por acompañarme en el camino.

Contenido

Elisa, la abogada invencible

Yo nunca fui una de esas chicas que creen en el amor puro e incondicional; me bastaba con un amor práctico pero eficiente. Es decir, no buscaba un príncipe azul que me regalase flores solo porque sí, por el placer de hacerlo, me conformaba con que lo hiciese el día de mi cumpleaños o en San Valentín (evidentemente, tampoco pedía regalos muy originales). Nunca anhelé tener esa clase de sexo brutal que te sacude y te deja aletargada; aceptaba hacerlo una o dos veces a la semana, normalmente con Colin encima de mí y sin apenas detenernos en esa palabra conocida como «preliminares» a la que él parecía tenerle alergia. Y no, tampoco le exigía que fuese especialmente atento o detallista, era suficiente con que fuese «él mismo» y me diese un par de arrumacos por las noches al sentarnos juntos en el sofá con la televisión de fondo y un cuenco de palomitas cerca.

Por suerte, más allá de los regalos, el sexo o la atención, Colin tenía otras virtudes. Por ejemplo, era muy sociable, el tipo de novio que podías llevar cogido del brazo a cualquier reunión entre amigos o de trabajo a sabiendas de que caería bien a todo el mundo y se integraría en el grupo en menos de lo que dura un pestañeo. Además, se le daba bien la cocina, era sumamente ordenado y prefería ver un partido de tenis antes que uno de béisbol o fútbol. Tenía un pelo de anuncio de champú, una nariz que esperaba que heredasen nuestros futuros hijos y un tono de voz embaucador. Le gustaban los pepinillos en vinagre, la música jazz y cantar en la ducha cuando tenía un buen día. Ah, olvidé comentar que también le perdían las tetas grandes. Y por si os lo estáis preguntando, no, mis tetas no eran grandes. Y sí, Colin me era infiel.

Tan infiel como el protagonista malvado de la última telenovela a la que me había enganchado, con la diferencia de que a Manuel Hilario Peñalver todavía no lo había pillado Lupita de la Vega Montalván con las manos en la masa, mientras que a Colin lo había encontrado hacía un año y medio en nuestra cama con una rubia entre las sábanas.

—¿Elisa? ¿Tienes un momento?

Dejé de divagar y de abrir viejas heridas del pasado al escuchar la severa voz de mi jefe al otro lado de la puerta. Me alisé la impecable camisa blanca que vestía, sacudí mi larga melena castaña tras los hombros y me esforcé por mostrar la mejor de las sonrisas.

Henry entró con paso decidido y acomodó su prominente trasero en la silla vacía que había enfrente de mi escritorio. Luego depositó en la mesa una carpeta de cartón blando con el logotipo azul del bufete de abogados donde trabajaba y las letras que trazaban Co & Caden justo debajo. Se toqueteó el poblado bigote.

—Tengo un nuevo caso para ti —anunció.

Henry rondaba los cincuenta años, pero algunas canas ya rompían la monotonía de su cabello oscuro. Y no, no se parecía en nada a George Cloney; la única semejanza que mi jefe guardaba con él era que ambos tenían un pene.

—¿De qué se trata? —pregunté, al tiempo que alineaba (todavía mejor de lo que ya estaban) los bolígrafos de tres colores que siempre tenía sobre la mesa. Uno negro, otro azul y, por último, el siempre eficiente rojo, al que por supuesto le quedaba menos tinta que a sus fieles compañeros.

—Un divorcio.

Sentí un incómodo tirón en el estómago.

—¡Oh, no, Henry! Sabes lo mucho que odio ocuparme de ese tipo de asuntos…

—Es un caso importante y te lo delegué oficialmente hace un par de semanas —me cortó secamente, dejando claro que mis protestas caerían en saco roto—. Vamos a comisión, así que podemos sacar un buen pellizco, Elisa. Y para eso, necesito a la mejor. Y tú eres la mejor.

Suspiré hondo, ablandándome un poco ante la orgullosa sonrisa que me dedicó. Aunque a veces era un hombre algo irascible que carecía de tacto, en el fondo le guardaba cierto cariño. En cierto modo, él había creado la sólida figura de «Elisa, la abogada invencible». Era mi Geppetto, y yo su Pinocho. Para corroborarlo, solía decir que era su marioneta preferida y nunca tenía demasiado claro si debía tomarme su comentario como un halago o como un insulto.

De cualquier modo, Henry me fichó en su despacho de abogados meses antes de que finalizase los estudios, ofreciéndome un contrato en prácticas, y desde ese mismo instante, me centré plenamente en el trabajo como si el resto del mundo hubiese sido devastado por un virus letal y todos los humanos —a excepción de los que habitaban en aquel edificio—, se hubiesen transformado en una legión de peligrosos zombis de los que debía escapar. Ese puesto en el bufete de abogados era la gran hazaña de mi vida, así que me sentía agradecida por la confianza que Henry siempre depositaba en mí. Aunque, a decir verdad, tenía grandes razones para hacerlo; casi nunca perdía un caso. Si en mi empresa se hubiese hecho la tontería esa de nombrar cada mes al mejor empleado, mi nombre hubiese acaparado el listado de forma permanente.

Me recosté sobre el respaldo de la silla con los brazos cruzados.

—Ponme al corriente.

Su mirada verdosa brilló con satisfacción.

—¿Te suena de algo el nombre «Frank Sanders»?

—¡Pues claro! ¡Es un actor de Hollywood!

—¡Exacto! Y ese hombre forrado de dinero está a punto de divorciarse.

—¿Representaré a Frank Sanders? —pregunté sorprendida; el bufete en el que trabajaba tenía prestigio, pero no tanto como para codearse con ese tipo de clientes.

Henry rio y sacudió la cabeza.

—No, no, ¡todavía mejor! Su futura ex mujer será tu clienta —aclaró—. No hicieron acuerdo prematrimonial y te aseguro que esa tía está deseando arrasar con su cuenta bancaria hasta dejarle seco. Elisa, quiero que te tomes este caso muy en serio.

—Sabes que siempre lo hago. No te preocupes —aseguré, e intenté disimular mi gran decepción por no poder representar al marido. Tuve que borrar de un plumazo todas las ilusiones que acababa de hacerme: adiós a practicar surf con Matthew Mcconaughey, adiós a cenar en casa de Brad Pitt y mirarle el trasero cuando se diese la vuelta para ir a la cocina a por la segunda botella de vino. Y, por ende, adiós a la posibilidad de pedirle a Angelina Jolie que me confesase sus trucos de belleza (aunque seguro que solo diría: «pues bebo mucha agua al día…»).

Henry asintió levemente con la cabeza y se levantó, apoyando ambas manos sobre los brazos de la silla. Cuando se irguió, volvió a clavar sus ojos en mí.

—Ahí te dejo el expediente. —Señaló la carpeta que minutos atrás había depositado sobre la mesa de mi escritorio—. El lunes te reunirás con Julia Palmer, tu nueva clienta. Y la siguiente semana, Frank Sanders vendrá aquí mismo para que podáis mantener una charla en la sala de reuniones. Me ha costado lo mío convencerles, su abogado es un hueso duro de roer, así que aprovecha la oportunidad. La clave está en lograr beneficios evitando juicios y embrollos; léete el expediente, tienes varios hilos de los que tirar.

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