Akal / Básica de Bolsillo / 73
Th. W. Adorno
NOTAS SOBRE LA LITERATURA
Obra completa, 11
Edición de Rolf Tiedemann
con la colaboración de Gretel Adorno, Susan Buck-Morss y Klaus Schultz
Traducción: Alfredo Brotons Muñoz
Maqueta de portada
Sergio Ramírez
Diseño interior y cubierta
RAG
Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.
Nota editorial:
Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.
Nota a la edición digital:
Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.
© Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1974
© Ediciones Akal, S. A., 2003
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4662-2
Notas sobre literatura I
Dedicado a Jutta Burger
El ensayo como forma
Destinada a ver lo iluminado, no la luz
Goethe, Pandora
Que el ensayo en Alemania está desacreditado como producto mestizo; que carece de una tradición formal convincente; que sólo intermitentemente se han satisfecho sus enfáticas demandas: todo eso se ha constatado y censurado bastante a menudo. «La forma del ensayo sigue hasta ahora sin haber todavía cubierto el camino de autonomización que su hermana, la poesía, hace ya tiempo que ha recorrido: el de la evolución a partir de una unidad primitiva e indiferenciada con la ciencia, la moral y el arte». Pero no es mejor la máxima positivista de que lo que se escriba sobre arte no debe ello mismo aspirar de ningún modo a la exposición artística, esto es, a la autonomía de la forma. La tendencia positivista general, que contrapone rígidamente al sujeto todo objeto posible en cuanto objeto de investigación, se queda, en este como en todos los demás momentos, en la mera separación de forma y contenido: tal, pues, como en general difícilmente puede hablarse de algo estético de una manera no estética, despojada de toda semejanza con el asunto, sin caer en la trivialidad ni perder a priori contacto con el asunto. El contenido, una vez fijado según el arquetipo de la proposición protocolaria, en la práctica positivista debería ser indiferente a su exposición y ésta convencional, no exigida por el asunto, y para el instinto del purismo científico todo prurito expresivo en la exposición pone en peligro una objetividad que saltaría a la vista tras la supresión del sujeto y, por tanto, la consistencia del asunto, el cual se afirmaría tanto mejor cuanto menos recibiera el apoyo de la forma, por más que la norma misma de ésta consista precisamente en presentar el asunto puro y sin añadidos. En la alergia a las formas como meros accidentes se acerca el espíritu científico al tercamente dogmático. La palabra irresponsablemente chapucera se imagina que la responsabilidad reside en el asunto, y la reflexión sobre lo espiritual se convierte en el privilegio del carente de espíritu.
Todos estos abortos del rencor no son sólo la no verdad. Si el ensayo declina deducir primero las producciones culturales de algo subyacente a ellas, se embrolla con exceso de aplicación en la promoción cultural de la prominencia, el éxito y el prestigio de engendros destinados al mercado. Las biografías noveladas y la afín escritura de premisas enganchada a ellas no son una mera degeneración, sino la tentación permanente de una forma cuya sospecha de falsa profundidad para nada protege de la conversión en hábil superficialidad. Esto se detecta ya en Sainte-Beuve, que en su juventud consiguió algunos notables ensayos y en su libro sobre Balzac acabó cayendo en la psicología del hombre creador. Esta literatura no critica los conceptos abstractos fundamentales, los datos sin concepto, los clichés gastados, sino que presupone todo esto implícitamente, pero tanto más aprobatoriamente. La escoria de la psicología comprensiva se fusiona con categorías corrientes extraídas de la concepción del mundo del filisteo de la cultura, como la personalidad y lo irracional. Tales ensayos se confunden ellos mismos con aquel folletín con que confunden la forma los enemigos de ésta. Exonerada de la disciplina de la servidumbre académica, la libertad intelectual misma se hace servil, acepta gustosa la necesidad socialmente preformada de la clientela. Lo irresponsable, en sí momento de toda verdad que no se agote en la responsabilidad por lo existente, responde entonces ante las necesidades de la consciencia establecida; los malos ensayos no son menos conformistas que las tesis doctorales malas. Pero la responsabilidad no sólo respeta a autoridades y gremios, sino también el asunto.
Del hecho de que el mal ensayo narre de personas en lugar de elucidar el asunto la forma, sin embargo, no es inocente. La separación de ciencia y arte es irreversible. De ella únicamente no se apercibe la ingenuidad del fabricante de literatura, el cual se tiene por al menos un genio de la organización y hace con las obras buenas quincalla para malas. Con la objetualización del mundo en el curso de la progresiva desmitologización, la ciencia y el arte se han escindido; no se puede restaurar con un pase de magia una consciencia para la que intuición y concepto, imagen y signo, fueran lo mismo, si es que tal cosa existió alguna vez, y su restitución sería una regresión a lo caótico. Sólo como consumación del proceso de mediación cabría pensar tal consciencia, como utopía, tal como los filósofos idealistas desde Kant la concibieron con el nombre de intuición intelectual, la cual ha fracasado siempre que ha apelado a ella un conocimiento actual. Cada vez que la filosofía cree que, mediante un préstamo de la poesía, puede abolir el pensamiento objetualizador y su historia, según la terminología habitual la antítesis de sujeto y objeto, y espera que hable el ser mismo en una poesía montada a partir de Parménides y Jungnickel, en la cual tiemblan conmovidas palabras que al mismo tiempo callan sobre lo que las conmueve. La ambiciosa trascendencia del lenguaje al sentido desemboca en una oquedad de sentido fácilmente taponable por un positivismo al que uno se siente superior y del que sin embargo es marioneta precisamente por esa oquedad de sentido que el positivismo critica y que uno comparte con las cartas del juego de éste. Bajo el hechizo de estas evoluciones, el lenguaje, cuando todavía se atreve a moverse entre las ciencias en general, se aproxima a la artesanía, y el investigador científico es el que, negativamente, más fidelidad estética demuestra al rebelarse contra el lenguaje en general y, en lugar de rebajar la palabra a mera paráfrasis de sus números, preferir la tabla, la cual reconoce sin reservas la reificación de la consciencia y con ello encuentra por sí misma algo así como una forma sin préstamo apologético del arte. Cierto que éste ha estado de siempre tan entrelazado con la tendencia dominante de la Ilustración que desde la antigüedad se ha aprovechado de los hallazgos científicos en su técnica. Pero la cantidad se transmuta en calidad. Si la técnica se absolutiza en la obra de arte; si la construcción se hace total y elimina lo que la motiva y se le contrapone, la expresión; si el arte, por tanto, pretende ser ciencia inmediatamente, correcto según la norma de ésta, entonces está sancionando la manipulación preartística del material, tan privada de sentido como el ser de los seminarios de filosofía, y hermanándose con la reificación la protesta contra la cual, por más silenciosa y reificadamente que se haya formulado, ha sido hasta el día de hoy la función de lo carente de función, del arte.