LAS AVENTURAS DE JUAN PLANCHARD
NOVELA
POR
JONATHAN JAKUBOWICZ
Todos los derechos reservados. Publicado en los Estados Unidos de América por Epicentral Studios.
Epicentral Studios es una marca registrada.
Esta novela es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes o son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, eventos o escenarios es puramente casual.
PRIMERA EDICION NOVIEMBRE 2016.
Diseño de Portada: Claudine Jakubowicz.
All Rights Reserved by Epicentral Studios 2016
ISBN-13: 978-0692760611
IDENTIFÍQUESE
Mi nombre es Juan Planchard, tengo veintinueve años y cinco millones de dólares en mi cuenta. Tengo una casa en La Lagunita, una en Madrid, y un apartamento en Nueva York. Soy dueño de una vende-paga en el Hotel Palms de Las Vegas. Comparto un avión privado con el testaferro de un pana, y estoy convencido de que todas las decisiones que tomé durante la revolución bolivariana fueron correctas y serán agradecidas por mi descendencia.
Confieso que me tomó un tiempo darme cuenta. Yo también pensaba que el bien común era el bien moral, y el bien de pocos era el mal absoluto. Pero me cansé de pelar bola y puse atención:
El país más rico del mundo eligió al Comandante, un carajo que solo cree en la fidelidad, y te deja hacer lo que quieras con tal de que no hagas nada contra él.
¿Por qué me voy a poner yo a pelear con el único tipo en la historia contemporánea que ha logrado controlar al ejército y calmar al tradicionalmente rabioso pueblo de Venezuela?
¿Quién soy yo para decirle a los pobres que se equivocan al creer en el que llaman su líder?
Nadie.
Pensar que la mayoría se equivoca es subestimar al pueblo. El pueblo nunca se equivoca. Si pasa más de una década enamorado de un tipo, es porque el tipo le gusta. Uno se debe adaptar, y adaptarse implica echarle bola dentro de las reglas del juego. Como Kevin Costner en “Los intocables”, que persigue a Al Capone por traficar caña y al escuchar que van a legalizar el alcohol decide tomarse un trago. Así decidí hacer yo: si la vaina es guisando, pues hay que guisar.
El billete lo he hecho principalmente con Cadivi, como todo tipo medianamente inteligente que haya vivido en la primera década del siglo XXI en la tierra de Bolívar. Si no eres venezolano, te lo explico: el gobierno socialista bolivariano estableció un control de cambio de dólares en Venezuela. Este control produjo dos tipos de cambio, uno legal y otro real. En los últimos años (estamos a finales del 2011) el dólar real vale el doble o más que el legal. Solo tienes que conseguir dólares legales y venderlos por el precio real para hacer al menos dos dólares por cada dólar invertido.
Conseguir dólares legales es fácil, basta con tener contactos en el gobierno. Esa es la manera a través de la cual se enriqueció todo el que quiso y supo hacerlo. Cero riesgos. Todo pa’l bolsillo, todo bolivarianamente legal. Es una especie de asalto al país, pero un asalto por voluntad popular deja de ser un asalto y se convierte en una filosofía colectiva, una cultura. Y eso el que no lo entendió fue porque no quiso.
Tengo panas que andan en aquello de la venta de armas y ya van por ochenta palos verdes. Pero eso es demasiado peo. Las armas tienen serial, y si una de las tuyas termina en manos de la FARC o de Hezbollah, te pueden cerrar la puerta al imperio, y eso sí no me lo mamo. Yo con cinco millones tengo. La vaina está demasiado peligrosa en Caracas. Prefiero pasar mi tiempo en Estados Unidos, aprovechando la crisis del capitalismo para conseguir las vainas a mitad de precio.
No es paja, todo está a mitad de precio. Desde apartamentos en Manhattan hasta culitos impresionantes que tienen el bollo catire… jevas de Playboy por un pelín de cash... Ocho mil bolos fuertes la noche. Seis lucas verdes por una semana… Niñas de su casa, que en Venezuela sencillamente no consigues. Puede que ganemos los Miss Universo pero dejémonos de paja: casi todas las venezolanas son unas podridas. Todo el que ha viajado al exterior sabe de lo que estoy hablando. El que dice que las venezolanas son las mejores jevas del mundo es como el que dice que Venezuela es el mejor país del mundo: simplemente está desinformado. Y que se me arreche el que sea, me sabe a mierda. Ya tengo mis reales y si no puedo volver más a ese chaborreo, pues no vuelvo.
SWINGERS EN LAS VEGAS
La historia que voy a contar no es política. Es una historia de amor. Amor verdadero, con billete. No el amor clase media que busca subir de estrato social. No el amor de los pobres que busca compartir la miseria. No. Esta es una historia de amor con real. Amor entre gente que lo tiene todo y para la cual el amor puede ser, de verdad, lo más importante en la vida.
Hay unas fiestas de swingers en Las Vegas que son una merma. Sólo dejan entrar a mujeres solteras que estén buenas y a parejas menores de treinta y cinco años. La entrada vale veinte mil dólares por tipo (las mujeres entran gratis). Para la rumba se alquilan unos penthouses del Hotel Palms. Cuatro suites, de cuatro cuartos cada una, conectadas entre sí. Son espacios enormes, una de ellas tiene hasta una mini cancha de basket en mitad de la sala (supongo que para los panas de la NBA). Hay jacuzzis, columpios, saunas, colchones comunales en los que caben quince, todo tipo de juguetes y aparatos… Las suites tienen vista al Vegas Strip, la calle principal de Las Vegas, donde está una réplica medio raruna de la Torre Eiffel y otros hoteles temáticos que atraen a los peores turistas del planeta.
Lo mejor de estas fiestas, es que en ellas la mayoría de las parejas no son pareja. Un carajo menor de treinta y cinco años, que está dispuesto a gastarse veinte lucas verdes en una rumba, es un carajo que no anda pendiente de tener una relación estable… Y si la tiene, no trae a la jeva para una fiesta de swingers en Las Vegas. Así que todas las cien mujeres que vienen con tipos a las fiestas, más las cincuenta que vienen solas, andan pendientes de escalar y pasan toda la noche mirando para los lados para ver dónde se montan.
Las rumbas comienzan a las tres de la mañana y como a las cuatro se arman unas orgías que son, de pana, superiores a la que viví en el palacio de Gadafi (esa quizá se las cuento luego).
Acababa de aterrizar en Las Vegas con mi pareja de la fiesta de swingers, una actriz brasilera que conocí hace tres años, en diciembre del 2008 en Punta del Este. Teníamos la nariz entumecida de tantos pases que nos habíamos metido en el avión privado del testaferro del pana (un Challenger 300, de veinticinco palos verdes, con platos de porcelana y mesoneros que sirven queso manchego con melón). Nos recogió un Lincoln Town Car y nos llevó al Hotel Venetian, que está medio lejos del Palms.
—¿Por qué no nos quedamos en el Palms? –preguntó la carioca en portuñol.
—Nunca es bueno quedarse en el hotel en el que se va a rumbear –respondí–, por si se arma un peo y hay que salir corriendo.
La Brasileña no podía estar más buena. Pero yo, en principio, estaba demasiado explotado por el perico como para intentar una aproximación sexual. Además, la idea era guardar las municiones para las swingers de la noche.
Al llegar al hotel, la jeva se metió en la ducha panorámica estilo veneciano y comenzó a cantar una vaina de Paralamas. Yo me puse a picar el perico para tener todo listo y la fui estudiando: su cabello castaño claro, con raíces negras de peluquería. Sus caderas anchas, en forma de manzana, de ese tipo que solo consigues en la tierra de Lula. Su rostro medio portu, medio africano. Se parecía a Xuxa. Sus tetas estaban demasiado bien operadas.
No recuerdo cómo se llamaba, es posible que nunca lo haya sabido. Lo cierto es que al verla con su cuerpo perfecto cantando, con las luces de Las Vegas de fondo, en mi suite enorme e impersonal, con la copa de Prosecco servida sobre la mesa, y la cama California King invitándome a nadar en ese ciclón de curvas cariocas: pensé que ya lo tenía todo, pero no era feliz.
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