LA VENGANZA DE JUAN PLANCHARD
NOVELA
POR
JONATHAN JAKUBOWICZ
Todos los derechos reservados. Publicado por primera vez en los Estados Unidos de América en Julio 2020 por Epicentral Studios. Epicentral Studios es una marca registrada. Esta novela es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes o son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, eventos o escenarios, es puramente casual.
Primera edición: Julio 2020
Epicentral Studios
Diseño de portada: Claudine Jakubowicz
Derechos Reservados. Se prohibe la reproducción total o parcial de esta obra en cualquier medio impreso, audiovisual o digital sin autorización escrita del autor.
Nadie se hace responsable por los juicios emitidos
por el autor. Ni siquiera el autor.
All Rights Reserved by Epicentral Studios 2020
ISBN: 9798634727134
IDENTIFÍQUESE
Mi nombre es Juan Planchard, tengo treinta y tres años y ni un puto dólar en mi cuenta. Estoy recluido en una cárcel de máxima seguridad en California. Mi padre y mi madre fueron asesinados por culpa mía. La mujer de mi vida me engañó desde el día en que la conocí. Comparto celda con un negro de dos metros que todos los días me pide que le dé el culo. Y estoy convencido de que todas las decisiones que tomé durante la revolución bolivariana fueron equivocadas y serán condenadas por mi descendencia.
En teoría mañana me liberan, y digo en teoría porque ya no sé ni qué pensar. Me metieron en este hueco cuando El Comandante era Presidente de Venezuela, hace seis años. Y la verdad, de todos los carajos con los que tuve el placer de interactuar en la revolución, nunca se me hubiese ocurrido Nicolás Maduro como sucesor del tipo. Pero así quedó la vaina, inexplicablemente, Maduro gobierna a Venezuela. Tengo un cuento burda de loco con él que a lo mejor revelo más adelante, si se portan bien.
Lo cierto es que la Goldigger me invitó a unirme a la CIA hace media década. Me dijo que me sacaba esa misma noche y me ha venido cotorreando con posibles fechas de salida de prisión desde entonces. Al parecer por fin la vaina se concretó y salgo mañana. No le he dicho nada al negro porque fijo me mete la paloma a la fuerza como despedida.
Un detalle, antes de que se me olvide: Si comenzaste este libro, sin haber leído “Las Aventuras de Juan Planchard”, haz una pausa y léetelo primero. Incluso si te lo has leído, lo ideal sería que te lo vuelvas a leer pues somos una nación de corta memoria. Si estás pelando bola y no te dan los reales para comprar los dos, o si este lo conseguiste pirateado y el otro no aparece, no te quejes si no entiendes nada. Ya no soy el de antes. Ahora ando arrecho y no estoy para explicar un coño.
OPOSICIÓN REVOLUCIONARIA
La Goldigger llegó perfumada y con una sonrisa. La vaina era en serio. El imperio me tendía la mano y más nunca lo podría olvidar.
—Creían que podíamos sin ti –dijo–, pero media oposición se unió a la revolución y se nos jodió la vaina.
—Me vas a tener que explicar más despacio –repliqué–. No tengo ni idea de lo que ha pasado.
No era coba, es demasiado jodido seguir las noticias en cautiverio. De vaina me enteré que las elecciones gringas las había ganado Donald Trump, y fue por que nadie en el penal de San Quentin se podía creer la vaina. Yo sí me lo creía, de hecho, me parecía lógico. Trump era la versión blanca del Comandante. Para nosotros un caudillo militar era Bolívar reencarnado, para los gringos Trump era el sueño americano. Sin duda se iba a montar una guisadera nivel imperial y ese era un prospecto interesante. Pero lo que más me gustaba era que durante nuestro noviazgo, Scarlet había mencionado que conocía a Donald Trump. Yo de guevón asumí que ella lo conocía por ser parte de la oligarquía gringa, pero con el tiempo entendí que lo más probable era que se la hubiese mamado en una rumba. Pero incluso si ese era el caso, como agente de la CIA no me venía nada mal tener acceso a Trump a través de Scarlet, o a Scarlet través de Trump.
La Goldigger me recogió en un Lincoln con placas oficiales, con chofer. Nos sentamos en el asiento de atrás, separados por un vidrio del asiento delantero. Era el 11 de Noviembre del 2017. El carro olía a repollo. Bajé la ventana y disfruté del fresco otoñal californiano. Respiré profundo, dejé que el aire de la libertad acariciase mis bronquios torturados por el encierro y el hachís carcelario, e hice la pregunta más lógica para entender cómo estaba el país:
—¿A cuánto está el dólar?
—Cincuenta y dos mil y pico.
La miré con una sonrisa.
—En serio… Dime.
Se volteó y me estudió con curiosidad. Creo que hasta ese momento no había captado que yo no tenía ni la más puta idea de lo acontecido en los últimos años.
—¿En cuánto estaba cuando caíste preso?
—Ocho y pico, casi nueve.
Movió la cabeza en forma negativa, impresionada.
—Parece mentira, pero sí, está en cincuenta y dos mil y pico, y por los vientos que soplan, puede llegar a cien mil en un par de meses.
Sonaba a paja, pero por qué me iba a mojonear…
—¿Y a cuánto está el oficial?
—Hay varios tipos, es pelúo calcularlo, pero el que consiguen los bolichicos está en once.
Me cagué de la risa. Imagínate la vaina. En tiempos del Comandante se hacían dos o tres dólares de ganancia por cada dólar invertido, y con eso nos hicimos todos millonarios. Ahora podrías comprar dólares pagando once bolívares, cuando valen cincuenta y dos mil, y eso daría… ¡cinco mil dólares en ganancia por cada dólar invertido!
—¡Pero eso es otro nivel! –dije–. ¡La gente debe estar nadando en billete!
El carro cogió una autopista y vi que se dirigía a San Francisco. Casi lloro de la alegría. Una vaina era salir de la cárcel y meterse en un carro, otra era comprender que estarías en una ciudad como cualquier mortal, caminando, en cuestión de minutos. Además San Francisco es cool. Iba pendiente de meterme en Chinatown y comerme unas lumpias. Pasear por la playa del Golden Gate bridge y disfrutar, por fin, de la vida.
—Es otro nivel pero el círculo se está cerrando –dijo la Goldigger–. El Departamento del Tesoro tiene sancionados a casi todos los que importan, incluyendo a sus testaferros.
—Y tú… ¿en cuánto estás montada?
Me miró con cierta tristeza.
—A mí me distanciaron mucho desde que falleció El Comandante. He seguido haciendo lo mío para no perder musculatura, pero yo, Juancito querido, trabajo para el gobierno americano. Y a tus compatriotas se les fue el yoyo. Esa Venezuela de corrupción absoluta que dejaste era el país de las maravillas comparado con lo que existe ahora. El Comandante cuidaba las apariencias, estos tipos no. El ejecutivo se lo dividen entre Hezbollah y Cuba. El petróleo entre Rusia y China, y las fuerzas armadas entre las FARC y el Cartel de los Soles.
La miré con incredulidad.
—Y si es así, ¿por qué Donald Trump no invade esa vaina?
La Goldigger me miró con arrechera.
—Te vas a tener que meter el “y si es así” por el culo. Lo que te digo es lo que es. No te estoy dando teorías.
Me asusté. Esta jeva era lo único que me separaba de la cárcel, y con su tono me dejaba claro que era mi nueva jefa y me podía destruir con mover un dedo.
—Te la perdono –añadió–, porque sé que tienes más de media década sin echar un polvo y te debes estar volviendo loco.
Me puso la mano en la pierna y me sonrió. Siempre había tenido lo suyo, se parecía a la Princesa Leia. Yo cargaba un verano épico y la verdad es que con tal de que fuese mujer, le hubiese echado bola a lo que sea. Pero me parecía un poco deprimente que mi primer polvo en libertad fuese una chama que, por más que sea, era mi amiga. Todo cambiaría entre nosotros.
—Te lo mamaría –dijo pausada–, pero los medios gringos andan en una fiebre de denunciar el acoso sexual. No me quiero meter en peos.
Página siguiente