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Manuel Lozano Leyva - El sueño de Sancho

Aquí puedes leer online Manuel Lozano Leyva - El sueño de Sancho texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2019, Editor: DEBATE, Penguin Random House, Género: Ciencia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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  • Libro:
    El sueño de Sancho
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    DEBATE, Penguin Random House
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    2019
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El sueño de Sancho: resumen, descripción y anotación

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Sinopsis: ¿Ver para creer o creer para ver? Una irreverente historia del eterno conflicto entre la ciencia y las creencias. Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos; y no os digo más. Manuel Lozano Leyva recurre a este pacto de fe entre don Quijote y Sancho Panza para dar comienzo a un análisis de la evolución en paralelo de los dos productos más sorprendentes del cerebro humano: la ciencia y las creencias. Con este objetivo en mente, el autor aborda los hitos históricos que han marcado esta compleja relación secular. Desde el inicio de los tiempos, las respuestas teológicas a los mayores interrogantes de la humanidad han conformado doctrinas con el poder de cohesionar las más diversas comunidades. Sin embargo, la progresiva aparición de teorías científicas para arrojar luz sobre dichas cuestiones desafiaría el dogma instaurado y llevaría al extremo el enfrentamiento entre ciencia y religión, técnica y creencias, racionalidad y fe. En El sueño de Sancho se desvela el origen, el desarrollo y, en muchos casos, la extinción de las respuestas que la humanidad ha ido construyendo. Creyentes o escépticos, esta irreverente historia del conflicto entre ciencia y fe no dejará indiferente. Acerca del Autor: Manuel Lozano Leyva, uno de los físicos nucleares españoles más importantes, es catedrático de la Universidad de Sevilla, donde dirige el departamento de Física Atómica, Molecular y Nuclear. Tras realizar su tesis doctoral en Oxford, trabajó en el Instituto Niels Bohr de Copenhague, en la Universidad de Padua, en la Universidad de Munich y en el CERN (Centro Europeo para la Investigación Nuclear). Es autor de más de un centenar de publicaciones sobre su especialidad. Ha sido vicerrector de investigación de su universidad, miembro de la junta directiva de la Real Sociedad de Física y representante de España en el Comité Europeo de Física Nuclear. Gran divulgador científico, ha publicado El cosmos en la palma de la mano, De Arquímedes a Einstein, Los hilos de Ariadna, Nucleares, ¿por qué no? y El fin de la ciencia.

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El sueño de Sancho

Una historia irreverente del conflicto

entre la ciencia y las creencias

MANUEL LOZANO LEYVA

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In memoriam a Peter Hodgson y Gonzalo Madurga Lacalle directores de mi - photo 6

In memoriam,

a Peter Hodgson y Gonzalo Madurga Lacalle,

directores de mi tesis doctoral,

con los que siempre fue un placer debatir

mucho sobre lo que sigue

LIBRO I

EL SUEÑO DE SANCHO

De la generación de las creencias

al surgimiento de la ciencia

PRIMERA PARTE

De Lucy a Pitágoras

Jinetes en el cielo

De las mil aventuras narradas en el Quijote de Cervantes, una muy sugerente es la del viaje que nuestro hidalgo emprende con su escudero a lomos del caballo Clavileño el Aligero. Este fantástico corcel de madera, construido por el mítico Merlín, se rige por una clavija incrustada en su frente que le sirve de freno y «vuela por el aire con tanta ligereza que parece que los mesmos diablos le llevan».

Para mofarse del noble don Quijote, unos duques, con ayuda de su mayordomo, cuatro criados y unas dueñas malas pécoras, le incitan a viajar en una montura que, muy bien construida por maestros carpinteros, hacen pasar por el legendario Clavileño. Don Quijote y Sancho Panza, uno sumido en la alegría y el otro en la aprensión, aceptan cabalgar a lomos del apacible y extraño jamelgo.

Los intrépidos jinetes, con los ojos tapados a petición de los marrulleros duques, alzan el vuelo a lomos de Clavileño. El temor debido a los estremecedores bamboleos de la montura se solapa con los gritos de ánimo y admiración de los urdidores del engaño. Sin embargo, ni lo uno ni lo otro ofusca el escepticismo de Sancho:

—Señor, ¿cómo dicen estos que vamos tan altos, si alcanzan acá sus voces, y no parecen sino que están aquí hablando junto a nosotros?

A su vez, la fantasía de don Quijote es más poderosa que su infinita bravura.

—No repares en eso, Sancho, que, como estas cosas y estas volaterías van fuera de los cursos ordinarios, de mil leguas verás y oirás lo que quisieres. Y no me aprietes tanto, que me derribas; y en verdad que no sé de qué te turbas ni te espantas, que osaré jurar que en todos los días de mi vida he subido en cabalgadura de paso más llano: no parece sino que no nos movemos de un lugar. Destierra, amigo, el miedo, que, en efecto, la cosa va como ha de ir y el viento llevamos en popa.

—Así es la verdad —respondió Sancho—, que por este lado me da un viento tan recio, que parece que con mil fuelles me están soplando.

Los embaucadores soplan con grandes fuelles al inmóvil caballo con sus jinetes. Don Quijote, cada vez más complacido, sostiene:

—Sin duda alguna, Sancho, que ya debemos de llegar a la segunda región del aire, adonde se engendra el granizo, las nieves; los truenos, los relámpagos y los rayos se engendran en la tercera región, y si es que desta manera vamos subiendo, presto daremos en la región del fuego, y no sé yo cómo templar esta clavija para que no subamos donde nos abrasemos.

Los bromistas calientan los rostros de los jinetes con estopas ardientes en el extremo de cañas largas, de manera que, al sentir el calor, Sancho grita:

—Que me maten si no estamos ya en el lugar del fuego, o bien cerca, porque una gran parte de mi barba se me ha chamuscado, y estoy, señor, por descubrirme y ver en qué parte estamos.

—No hagas tal —respondió don Quijote—, y acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijo que cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos, y los abrió, y se vio tan cerca, a su parecer, del cuerpo de la luna, que la pudiera asir con la mano, y que no osó mirar a la tierra por no desvanecerse. Así que, Sancho, no hay para qué descubrirnos; que, el que nos lleva a cargo, él dará cuenta de nosotros.

El remate de la bien fabricada añagaza es prenderle fuego al caballo que, repleto como estaba de cohetes tronadores, vuela por los aires y cae al suelo con don Quijote y Sancho Panza medio chamuscados. El escuadrón de dueñas desaparece y los criados y señores restan desmayados en el suelo. El duque y los demás van despertando dando muestras de maravilla y espanto con tal convicción que los jinetes se sienten muy complacidos.

Cuando la duquesa les pregunta por el insólito viaje, Sancho, no menos insólitamente, le responde:

—Yo, señora, sentí que íbamos, según mi señor me dijo, volando por la región del fuego, y quise descubrirme un poco los ojos; pero mi amo, a quien pedí licencia para descubrirme, no la consintió; mas yo, que tengo no sé qué briznas de curioso y de desear saber lo que se me estorba y impide, bonitamente y sin que nadie lo viese, por junto a las narices aparté tanto cuanto el pañizuelo que me tapaba los ojos, y por allí miré la Tierra, y pareciome que toda ella no era mayor que un grano de mostaza, y los hombres que andaban sobre ella, poco mayores que avellanas; porque se vea cuán altos debíamos de ir entonces.

La duquesa hace ver a Sancho que, si era como decía, un hombre solo había de cubrir toda la Tierra. La salida de Sancho, como siempre, resulta ingeniosa:

—[...] será bien que vuestra señoría entienda que, pues volábamos por encantamento, por encantamento podía yo ver toda la Tierra y todos los hombres por doquiera que los mirara; y si esto no se me cree, tampoco creerá vuestra merced cómo, descubriéndome por junto a las cejas, me vi tan junto al cielo que no había de mí a él palmo y medio.

Entra después Sancho a describir lo que vio en el cielo sin detenerse sobre prodigios tales como siete cabrillas de colores: dos verdes, dos encarnadas, dos azules y «la una de mezcla».

Inquieren entonces a don Quijote acerca de en qué se entretenía mientras Sancho exploraba la Tierra de lejos y el cielo de cerca. Don Quijote muestra su honrado escepticismo, pero concluye como ecuánime caballero:

—[...] o Sancho miente o Sancho sueña.

Una vez acabada la aventura con alborozo de todos, Cervantes hace que don Quijote diga al oído de su escudero:

—Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos; y no os digo más.

Este ecuánime y desconcertante pacto final nos va a servir también, como toda la alegoría que supone el resumen anterior del bello pasaje cervantino, para establecer la base de lo que se quiere sostener en este libro y, sobre todo, para introducir la segunda parte, la del desarrollo pleno de la ciencia actual. En la cueva de Montesinos, don Quijote dice sobre el sueño que había tenido que:

—[...] sin saber cómo ni cómo no, desperté dél y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede criar la naturaleza, ni imaginar la más discreta imaginación humana.

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