Miguel de Unamuno - Vida de Don Quijote y Sancho
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- Libro:Vida de Don Quijote y Sancho
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1905
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Vida de Don Quijote y Sancho: resumen, descripción y anotación
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Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Nada sabemos del nacimiento de Don Quijote, nada de su infancia y juventud, ni de cómo se fraguara el ánimo del Caballero de la Fe, del que nos hace con su locura cuerdos. Nada sabemos de sus padres, linaje y abolengo, ni de cómo hubieran ido asentándosele en el espíritu las visiones de la asentada llanura manchega en que solía cazar; nada sabemos de la obra que hiciese en su alma la contemplación de los trigales salpicados de amapolas y clavellinas; nada sabemos de sus mocedades.
Se ha perdido toda memoria de su linaje, nacimiento, niñez y mocedad; no nos la ha conservado ni la tradición oral ni testimonio alguno escrito, y si alguno de éstos hubo, hase perdido o yace oculto en polvo secular. No sabemos si dio o no muestras de su ánimo denodado y heroico ya desde tierno infante, al modo de esos santos de nacimiento, que ya desde mamoncillos no maman los viernes y días de ayuno, por mortificación y dar buen ejemplo.
Respecto a su linaje declaró él mismo a Sancho, departiendo con éste después de la conquista del yelmo de Mambrino, que si bien era hijodalgo de solar conocido, de posesión y propiedad, y de devengar quinientos sueldos, no descendía de reyes, aunque, no obstante ello, el sabio que escribiese su historia podría deslindar de tal modo su parentela y descendencia, que le hallase ser quinto o sexto nieto de rey, Y de hecho no hay quien, a la larga, no descienda de reyes, y de reyes destronados. Mas él era de los linajes que son y no fueron. Su linaje empieza en él.
Es extraño, sin embargo, cómo los diligentes rebuscadores que se han dado con tanto ahínco a escudriñar la vida y milagros de nuestro caballero, no han llegado aún a pesquisar huellas de tal linaje, y más ahora en que tanto peso se atribuye en el destino de un hombre a eso de su herencia. Que Cervantes no lo hiciera, no nos ha de sorprender, pues al fin creía que es cada cual hijo de sus obras y que se va haciendo según vive y obra; pero que no lo hagan estos inquiridores que para explicar el ingenio de un héroe husmean si fue su padre gotoso, catarroso o tuerto, me choca mucho, y sólo me lo explico suponiendo que viven en la tan esparcida cuanto nefanda creencia de que Don Quijote no es sino ente ficticio y fantástico, como si fuera hacedero a humana fantasía el parir tan estupenda figura.
Aparécesenos el hidalgo cuando frisaba en los cincuenta años, en un lugar de la mancha, pasándolo pobremente con una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes y algún palomino de añadidura los domingos, lo cual todo consumía las tres partes de su hacienda, acabando de concluirla sayo de Velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo y los días de entre semana… vellorí de lo más fino. En un parco comer se le iban las tres partes de sus rentas, en un modesto vestir la otra cuarta. Era, pues, un hidalgo pobre, un hidalgo de gotera acaso, pero de los de lanza en astillero.
Era hidalgo pobre, mas a pesar de ello, hijo de bienes, porque como decía su contemporáneo el Dr. D. Juan Huarte en el capítulo XVI de su EXAMEN DE INGENIOS PARA LAS CIENCIAS, «la ley de la Partida dice que hijodalgo quiere decir hijo de bienes; y si se entiende de bienes temporales, no tiene razón, porque hay infinitos hijodalgos pobres e infinitos ricos que no son hidalgos; pero si se quiere decir hijo de bienes que llamamos virtud, tiene la misma significación que dijimos». Y Alonso Quijano era hijo de bondad.
En eso de la pobreza de nuestro hidalgo estriba lo más de su vida, como de la pobreza de su pueblo brota el manantial de sus vicios y a la par de sus virtudes. La tierra que alimentaba a Don Quijote es una tierra pobre, tan desollada por seculares chaparrones, que por dondequiera afloran a ras de ella sus entrañas berroqueñas. Basta ver cómo van por los inviernos sus ríos, apretados a largos trechos entre tajos, hoces y congostos y llevándose al mar en sus aguas fangosas el rico mantillo que habría de dar a la tierra su verdura. Y esta pobreza del suelo hizo a sus moradores andariegos, pues o tenían que ir a buscarse el pan a luengas tierras, o bien tenían que ir guiando a las ovejas de que vivían, de pasto en pasto. Nuestro hidalgo hubo de ver, año tras otro, pasar a los pastores pastoreando sus merinas, sin hogar asentado, a la de Dios nos valga, y acaso viéndolos así soñó alguna vez con ver tierras nuevas y correr mundo.
Era pobre, de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. De lo cual se saca que era de temperamento colérico, en el que predominan calor y sequedad, y quien lea el ya citado EXAMEN DE INGENIOS que compuso el Dr. D. Juan Huarte, dedicándoselo a S. M. el Rey Don Felipe II, verá cuán bien cuadra a Don Quijote lo que de los temperamentos calientes y secos dice el ingenioso físico. De este mismo temperamento era también aquel caballero de Cristo, Iñigo de Loyola, de quien tendremos mucho que decir aquí, y de quien el P. Pedro de Rivadeneira en la vida que de él compuso, y en el capítulo V del libro V de ella nos dice que era muy cálido de complexión y muy colérico, aunque venció luego la cólera, quedándose «con el vigor y brío que ella suele dar, y que era menester para la ejecución de las cosas que trataba». Y es natural que Loyola fuese del mismo temperamento que Don Quijote, porque había de ser capitán de una milicia, y su arte, arte militar. Y hasta en los más pequeños pormenores se anunciaba lo que habría de ser, pues al describirnos la estatura y disposición de su cuerpo en el capítulo XVIII del libro IV nos dice el citado Padre, su historiador: que tenía la frente ancha y desarrugada y una calva de muy venerable aspecto. Lo que consuena con la cuarta señal que pone el Dr. Huarte para conocer al que tenga ingenio militar y es tener la cabeza calva, y «está la razón muy clara» dice, añadiendo: «Porque esta diferencia de imaginativa reside en la parte delantera de la cabeza, como todas las demás; y el demasiado calor quema el cuero de la cabeza y cierra los caminos por donde han de pasar los cabellos; allende que la materia de que se engendra, dicen los médicos que son los excrementos que hace el cerebro al tiempo de su nutrición, y con el gran fuego que allí hay, todos se gastan y consumen y así falta materia de que poderse engendrar». De donde yo deduzco, aunque el puntualísimo historiador de Don Quijote no nos lo diga, que éste era también de frente ancha, espaciosa y desarrugada, y además calvo.
Era Don Quijote amigo de la caza, en cuyo ejercicio se aprende astucias y engaños de guerra, y así es cómo tras las liebres y perdices corrió y recorrió los aledaños de su lugar, y debió de recorrerlos solitario y escotero bajo la tersura sin mancha del cielo manchego.
Era pobre y ocioso; ocioso estaba los más ratos del año. Y nada hay en el mundo más ingenioso que la pobreza en la ociosidad. La pobreza le hacía amar la vida, apartándole de todo hartazgo y nutriéndole de esperanzas, y la ociosidad debió de hacerle pensar en la vida inacabable, en la vida perpetuadora. ¡Cuántas veces no soñó en sus mañaneras cacerías, con que su nombre se desparramara en redondo por aquellas abiertas llanuras y rodara ciñendo a los hogares todos y resonase en la anchura de la tierra y de los siglos! De sueños de ambición apacentó su ociosidad a su pobreza, y despegado del regalo de la vida, anheló inmortalidad no acabadera.
En aquellos cuarenta y tantos años de su oscura vida, pues frisaba ésta en los cincuenta cuando entró en obra de inmortalidad nuestro hidalgo, en aquellos cuarenta y tantos años ¿qué había hecho fuera de cazar y administrar, su hacienda? En las largas horas de su lenta vida ¿de qué contemplaciones nutrió su alma? Porque era un contemplativo, ya que sólo los contemplativos se aprestan a una obra como la suya.
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