Gracias a la lectura de estas casi trescientas cartas escritas durante seis décadas y reunidas en una edición a cargo de Araceli Godino y Luciano López, el lector conocerá el documento más íntimo y que mejor atestigua el desarrollo y la consolidación de una amistad sincera en la que ambos escritores compartieron reflexiones literarias, confidencias personales y la evolución de dos estilos literarios que, aunque opuestos, se alimentaron el uno al otro. Una influencia que dejó una huella imborrable en su obra.
Q UERIDO P ACO, QUERIDO M IGUEL
Por Santos Sanz Villanueva
«Y te agradezco no sé de qué forma esta nueva manera de ayuda y amistad que hace de ti algo así como mi hermano mayor», le dice Francisco Umbral a Miguel Delibes ya en una misiva del 14 de octubre de 1965. El nombramiento no se le olvidará a Delibes: «te hablo con el título de hermano mayor que me diste un día», recuerda un lustro largo después, el 19 de octubre de 1972. Algo antes, el 27 de abril de 1971, había despedido una carta apelando a esa fraternidad: «Como hermano mayor me entusiasmo con tus éxitos». Bastante después, a finales de 1986, Umbral fía a esa familiaridad el parecer de Delibes acerca de una sugerencia de trabajo: «Confío, como siempre, en tu buen sentido de hermano mayor, que es el que a mí me falta». Umbral abrió, en fin, en 1970, el libro Miguel Delibes con las razones que exigían ese título honorífico y las desgrana en el mismísimo primer párrafo de la semblanza biográfica:
Cuando uno es huérfano prematuro y además hijo único, es fatal que se pase la vida buscando padres espirituales y hermanos mayores. Yo he tenido varios. Los he tomado y dejado. Algunos padres me han salido golfos —y no sólo el padre de la carne—; algunos hermanos espirituales me han salido tontos. Pasa el tiempo y queda, a través de los años, un hermano mayor en mi vida: Miguel Delibes.
Estas disquisiciones indican el carácter de una relación personal mantenida a lo largo de seis décadas. Se inició a finales de los años cincuenta y duró hasta los últimos días de Umbral en agosto de 2007, no mucho antes de que su mentor falleciera en marzo de 2010. El trato directo fue abundante, y ambos propiciaron encuentros en diversos lugares, en Madrid y Valladolid, sobre todo. Pero, sujetos los dos a múltiples obligaciones, el correo les sirvió como medio principal para mantener vivo el contacto. Con frecuencia por motivos prácticos y laborales. Mas también por hacerse confidencias privadas y literarias.
Delibes conoció a Umbral a finales del medio siglo. Eduardo Martínez Rico le pregunta a Umbral en unas Conversaciones con el escritor cómo aparece Delibes en su vida y contesta: «Cuando le hicieron director del periódico, Miguel empezó a buscar colaboradores entre los jóvenes con inquietudes de la ciudad y allí fuimos a parar unos cuantos». La respuesta peca de inconcreta. Tuvieron que relacionarse antes de que Delibes fuera nombrado director de El Norte de Castilla en 1961, en los años precedentes en que desempeñó, sucesivamente, los cargos de subdirector y director interino. En esas mismas conversaciones Umbral aquilata más, indirectamente, su vínculo con quien se convertiría en su tutor: «Estaba muy amarrado ya al periódico de Delibes, El Norte de Castilla, y ya estaba a punto de pegar el salto para el periódico y dejar el banco. Pero me llamaron de León para trabajar en una emisora ganando bastante más pasta. Me fui a León a trabajar en la radio».
En efecto, Umbral trabajaba a disgusto y sin interés en un puesto subalterno de la sucursal vallisoletana del Banco Central cuando le surge la oportunidad, en 1958 y gracias a su primo, el también periodista José Luis Pérez Perelétegui, de colocarse en la emisora de radio falangista La Voz de León. Aunque se trataba de un empleo administrativo, enseguida pasó a ejercer funciones de redactor y a extender sus colaboraciones en el periódico Diario de León. Umbral se había hecho un hueco y alcanzado alguna notoriedad en la vida local. Su ambición literaria le lleva, sin embargo, a dar el salto a Madrid sin mucho tardar, en 1961. Ya no se reintegró a Valladolid, de modo que su ligazón con Delibes, quien no cesaba de hacerle encargos o de aceptar los múltiples proyectos que él le proponía para el diario pucelano, fue epistolar. No solo se debió a motivos profesionales. Lo privado dio paso a lo íntimo, el intercambio postal se hizo habitual y alcanzó una gran dimensión. «Ni de novio tuve una correspondencia tan activa», le comenta Delibes a Umbral en 1969, cuando aún faltaban muchos mensajes por enviarle. Y Umbral admite en el mismo año: «Eres el ligue más largo que he tenido en mi vida».
Así se fraguó un copioso epistolario de tres centenares de cartas en las que se aprecia el proceso de desarrollo y consolidación de una amistad que llegó a ribetes paterno-filiales: «sigo siendo tu octavo hijo», dirá Umbral poniéndose a la cola de la numerosa prole de Delibes. Las cartas nos permiten ver las jornadas que fueron conduciendo a la desembocadura de una camaradería que pasó de ser la de dos escritores y sus intereses peculiares a abarcar los respectivos círculos familiares. La propia disposición formal de las misivas refleja el pronunciado cambio. El encabezamiento de los escritos de Delibes evoluciona desde el formular «Sr. D. Francisco Pérez» en los inicios de este epistolario al «¡Qué agudo eres, querido Paco» con que se dirige a su protegido veinte años después. En el medio se suceden los convencionales «Mi querido amigo», «Querido amigo» y los más cercanos «Mi querido Paco» o «Muy querido Paco». Jalón notable en esta mudanza lo marca el desterrar el nombre civil, Francisco Pérez, por el hipocorístico Paco. Aunque no falte un caso curioso y llamativo, el «D. Francisco Pérez Umbral», de 1967, en que el remitente junta la razón legal y el nombre literario que el destinatario había adoptado ya en sus breves andanzas leonesas. También los encabezamientos de Umbral desvelan la senda que lleva del trato formal al cordial. Solo unas muy pocas veces utiliza el «Querido director» antes de que, desde 1963, deje de emplear el desempeño profesional de su protector y acuda ya siempre al trato personal del invariable «Querido Miguel».