Agradecimientos
Escribí este libro mientras trabajaba como director a tiempo completo de la revista Foreign Policy. Por lo tanto, mis primeras palabras de gratitud son para Jessica Mathews, presidenta de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional. La amplia autonomía que tanto ella como el consejo de administración de la fundación me han permitido tener para dirigir la revista es un privilegio por el que siempre les estaré agradecido. Los lectores familiarizados con los innovadores escritos de la propia Dra. Mathews reconocerán su influencia intelectual en este libro, a la que hay que añadir sus valiosas observaciones en las primeras etapas del manuscrito.
Debo especial gratitud a los colegas de Foreign Policy, que supieron mantener firmemente a la revista en su exitosa trayectoria durante mis ausencias: Will Dobson, Travis Daub, Mark Strauss, Carlos Lozada y James Gibney. James también tuvo la amabilidad de revisar algunos capítulos. Mi agradecimiento a ellos, así como a mis otros colegas actuales y pasados de FP: David Bosco, Laura Peterson, Mike Boyer, James Forsyth, Kate Palmer, Amy Russell, Jai Singh, Jeff Marn, Sarah Schumacher, Kelly Peterson, Jen Kelley, Elizabeth Daigneau, Melinda Brouwer y Leslie Palti. Eben Kaplan localizó referencias y preparó el índice con inteligencia y dedicación.
Debo especial agradecimiento a Siddhartha Mitter. Sus contribuciones a este libro como editor e interlocutor intelectual fueron esenciales. Siddhartha desplegó su considerable talento en el rápido dominio de las ideas y los datos en los que se basa el libro, y con ello se convirtió en un interlocutor indispensable.
Las primeras versiones del texto se vieron sustancialmente mejoradas gracias a las observaciones y sugerencias de un grupo de personas inteligentes y bien informadas que generosamente buscaron el tiempo en sus apretadas agendas para leer los borradores preliminares. Doy las gracias a David Beal, John Deutch, Bill Emmott, Thomas L. Friedman, Francis Fukuyama, Jamie Gorelick, Ethan Nadelmann, Demetrios Papademetriou, George Perkovich, Strobe Talbott, Stephen Walt, Phil Williams, Jonathan Winer y Fareed Zakaria. Gracias también a los ex presidentes Ernesto Zedillo, de México, y César Gaviria, de Colombia, que también leyeron el manuscrito y me ofrecieron valiosas observaciones.
Me he beneficiado asimismo de diversas conversaciones con un gran número de personas que compartieron conmigo su experiencia, su información y sus ideas, o me ayudaron a acceder a otras que disponían de la información que necesitaba. Deseo dar las gracias en particular a Mort Abramowitz, Mahsud Ahmed, Fouad Ajami, JeanJacques Albin, Eduardo Amadeo, Diego Arria, Anders Åslund, Ricardo Ávila, Maureen Baginski, Daniel Bradlow, Clara Brillembourg, Matt Burrows, Nick Butler, Antonio Carlucci, Lucio Carraciolo, Miguel Ángel Carranza, María Cristina Chirolla, Roberto Dañino, Kemal Dervis, Karen DeYoung, Thomas Fingar, Christo Gradev, Lou Goodman, Richard Haas, Victor Halberstadt, Husain Haqqani, Diego Hidalgo, Michael Hirsch, Rudolph Hommes, Robert Hutchings, Adnan Ibrahim, Stephen Jukes, Ellis Juan, Ray Kendall, Stephen Kobrin, Caio Koch-Weser, Michael Kortan, Paul Laudicina, Dimitri Lazarescu, Viktor Magunin, Doris Meissner, Jim Moody, Luis Alberto Moreno, Andrés Ortega, Nelson Ortiz, Soli Ozel, Ana Palacio, Andrés Pastrana, Guy Pfeffermann, Gianni Riotta, David Rothkopf, Gonzalo Sánchez de Lozada, Alberto Slezynger, Somchai Supakar, Peter Schwartz, Zhang Tai, Vito Tanzi, Dimitri Trenin, Ted Truman, Martin Wolf y Daniel Yergin.
Tengo asimismo una deuda de gratitud con mi agente, Rafe Sagalyn, y con mis editores Gerry Howard y Rakesh Satyal, en Doubleday, Nueva York; Ravi Mirchandani, en Wm., Heinemann, Londres; Gianni Ferrari, en Mondadori, Milán, y Cristóbal Pera, en Random House Mondadori, Barcelona. Mi hermano Giuseppe Naím ha sido siempre una fuente de buen humor y de apoyo incondicional, así como su esposa Isabel y su familia, Deborah, Daniel, Patricia y Sofía.
Por último, este libro está dedicado a quienes configuran el núcleo de mi propia red personal, el grupo de personas que hacen tantas cosas posibles y valiosas: mi esposa Susana y nuestros hijos Adriana, Claudia y Andrés.
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Las guerras que estamos perdiendo
El famoso ex presidente de Estados Unidos, y durante ocho años el hombre más poderoso de la Tierra, nació en un pequeño pueblo con «muy buen feng shui». De adolescente, cuando luchaba por sobresalir a pesar de sus modestas raíces rurales, «admiraba la ambición de Gu Yanwu, que decía que deberíamos andar diez mil millas y leer diez mil libros». A lo largo de toda su carrera política, a menudo buscó guía y consejo en los aforismos del presidente Mao. Y hablando de la joven e impresionable becaria con quien tuvo una aventura que estuvo a punto de costarle la presidencia, lo único que se le ocurrió decir fue: «Estaba muy gorda».
La versión china de la autobiografía de Bill Clinton, Mi vida, que salió a la calle en julio de 2004 —unos meses antes de que se publicara la versión oficial autorizada—, era, evidentemente, una grotesca falsificación. En 2004, el original de la que constituía la primera novela del premio Nobel después de diez años desapareció de la imprenta sin dejar rastro. Al cabo de unos días se podía encontrar una edición pirata en las aceras de Bogotá, cuyo texto era completamente fiel al original, salvo por las últimas correcciones que García Márquez, siempre perfeccionista, añadió en el último momento.
Por risibles que puedan parecer, no es tan grande la distancia que separa estos fraudes de otros de consecuencias mucho más funestas. Esos mismos «mercados de imitación» no solo venden libros y DVD piratas, sino también software pirateado de Microsoft y de Adobe; no solo bolsos falsos de Gucci y Chanel, sino también maquinaria de marca falsificada con piezas de inferior calidad que puede provocar accidentes industriales; no solo Viagra placebo para crédulos compradores por correo, sino también medicamentos caducados y adulterados que en lugar de curar matan. Desafiando reglamentos e impuestos, tratados y leyes, en el actual mercado global se pone a la venta prácticamente cualquier cosa que tenga algún valor, incluyendo drogas ilegales, especies protegidas, seres humanos para la esclavitud sexual y la explotación laboral, cadáveres y órganos vivos para trasplantes, ametralladoras y lanzacohetes, y centrifugadoras y precursores químicos utilizados en la fabricación de armas nucleares.
Se trata del tráfico ilícito, un tráfico que rompe las reglas: las leyes, reglamentos, licencias, impuestos, embargos y todos los procedimientos que los distintos países emplean para organizar el comercio, proteger a sus ciudadanos, aumentar los ingresos fiscales y velar por la aplicación de los códigos éticos. Incluye compras y ventas que son completamente ilegales en todas partes, y otras que pueden ser ilegales en algunos países y aceptadas en otros. Obviamente, el comercio ilícito es extremadamente perjudicial para los negocios legítimos. Excepto cuando no lo es. Como veremos, existe una enorme zona gris entre las transacciones legales y las ilegales, una zona gris de la que los comerciantes ilícitos extraen enormes ganancias.
No es que los canales de comercialización y distribución que transportan todo este contrabando —y los circuitos financieros que mueven los cientos de miles de millones de dólares que genera cada año— estén precisamente ocultos. Algunos de los mercados donde se lleva a cabo se pueden localizar en guías turísticas de las grandes ciudades del mundo: el Mercado de la Seda en Pekín, la calle Charoen Krung en Bangkok o Canal Street en Nueva York. Otros, como la ciudad-bazar de armas y drogas de Darra Adam Khel, en el noroeste de Pakistán, o el centro de tráfico multiproducto y blanqueo de dinero de Ciudad del Este, en Paraguay, que abastece a los mercados argentino y brasileño, no son precisamente lugares de recreo, aunque no por ello resultan menos conocidos. Las fábricas filipinas o chinas que producen bienes manufacturados con autorización pueden muy bien estar haciendo paralelamente segundos turnos en los que se fabrica ilegalmente utilizando componentes de mala calidad. Los envíos de anfetaminas, vídeos piratas y falsos binoculares militares de visión nocturna suelen viajar en los mismos contenedores y bodegas que los cargamentos de semiconductores, pescado congelado y pomelo. Los ingresos del comercio ilícito se difuminan con la mayor facilidad en el inmenso flujo diario de las transacciones interbancarias y las transferencias de dinero a través de Western Union. La aparición de Internet no solo ha potenciado la rapidez y la eficacia de todo este comercio, sino que ha multiplicado sus posibilidades, por ejemplo, al albergar mercados online de prostitutas de Moldavia y Ucrania destinados a Gran Bretaña, Francia, Alemania, Japón y Estados Unidos.