©Manuel Fernández Ordoñez
Del prólogo: ©María Blanco González
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Impreso en España por COFAS, Artes Gráficas
Corrección ortotipográfica: Romeo Ediciones
Maquetación: Romeo Ediciones
A mis hijos, Miguel y Pablo,
por el camino que os queda
A Marta,
por el camino que nos queda
Índice
Bibliografía
Prólogo
Más allá de la energía.
Uno de los temas más escabrosos y complicados para la economía es el energético. Desde el origen de los tiempos, la energía es el motor de la producción, el comercio, y, en general, de la vida. Dominar el fuego fue, sin duda, el hito más importante de nuestra historia. Desde la invención de la rueda, la tracción animal, el molino de agua, el molino de viento, la energía de vapor hasta la energía nuclear en nuestros días, cada paso adelante en el campo de la energía ha traído consigo una mejora enorme en la calidad de vida de los seres humanos.
Por eso es comprensible que el dominio de las fuentes energéticas haya desembocado en guerras diplomáticas, conflictos armados, pactos insospechados entre países y alianzas multilaterales con las mejores intenciones. Precisamente, en este año 2022 estamos viviendo una de las peores crisis energéticas de los últimos tiempos. La preocupación por la pandemia del 2020 ha sido superada por el miedo a la estanflación, del que guardamos un terrible recuerdo cuando lo vivimos en la crisis de 1973 y 1978.
La importancia de la energía, sin embargo, solamente se ve superada por su complejidad. Y esto hace muy complicado encontrar, no ya una receta mágica, que en economía no existe, sino una solución inmediata, asequible y con buena factura política.
La complejidad del mercado energético se sustenta en varios factores.
Por un lado, está la limitación de los recursos naturales que siempre ha sido una espada de Damocles sobre la economía global. Esta escasez no se limita al agua o el alimento, como el trigo que protagonizó episodios sonados de la historia, como las guerras del Peloponeso o las terribles Leyes del Cereal en Inglaterra. La carencia de los productos energéticos, como la madera con que hacer carbón vegetal, el mineral de coque con que hacer carbón mineral, el petróleo, el gas, o el uranio, y la alteración de los precios que conlleva el estrangulamiento de la oferta, han ido de la mano del encarecimiento del bienestar de los ciudadanos. Especialmente, hoy en día.
Por otro lado, hay que tener en cuenta la segmentación de los mercados. Por ejemplo, el sistema eléctrico se compone de diferentes submercados: producción, comercialización y distribución. Cada uno de ellos puede tener una regulación diferente, como en España, creando cuellos de botella y distorsiones. En el caso del petróleo, hay que considerar la extracción, el refino y la comercialización. Y, así, los diferentes mercados energéticos se subdividen en segmentos que no siempre funcionan con la fluidez requerida. Esta característica explica que no siempre sea fácil entender cómo se fija el precio de la energía. Es bien conocida la dificultad de la lectura de la tarifa eléctrica en España. Esta complicación permite, además, que los gobernantes eludan su responsabilidad cuando los precios suben y les echan la culpa a los empresarios.
No obstante, y este sería un tercer aspecto a tener en cuenta, no se puede hablar de empresas privadas energéticas en el mismo sentido que hablamos de cualquier otra empresa privada. La razón es que tanto el suministro eléctrico, como el agua o los carburantes nacieron como empresas del Estado español y, posteriormente, y por requerimiento de los socios europeos, se privatizaron, al menos parcialmente. Sucede lo mismo con las empresas de telefonía, transporte ferroviario y aéreo. La privatización de las empresas energéticas no se ha producido, posiblemente, de la mejor manera, como lo demuestra que es el destino de muchos políticos, de todos los partidos, tanto del ámbito nacional como del local, una vez que se retiran voluntariamente o no, de su cargo público y pasan a un segundo plano.
Los vaivenes del precio de la energía, por tanto, son grandes perturbadores globales, tanto si se trata de subidas como de bajadas. Si, por un lado, una estructura de mercado oligopolista ha dañado el crecimiento económico global, como en la mencionada crisis de los 70, hay otros factores, como la inversión en tecnología, que han jugado siempre a favor del consumidor. Por ejemplo, la difusión del fracking como medio de extracción de petróleo, principalmente por parte de Estados Unidos.
Y, finalmente, como sucede cuando hablamos de recursos naturales y de escasez, hay un problema añadido, de mucha mayor envergadura: la salud de nuestro entorno, la ecología. ¿Estamos cargándonos el planeta por el consumismo descontrolado de nuestra egoísta sociedad capitalista? Este aspecto es muy delicado porque está relacionado con nuestra relación con los ciudadanos del mañana y la herencia viciada o no, que les estamos dejando. Eso toca nuestro sentido del deber y la responsabilidad con el futuro. En consecuencia, es un tema de lo más adecuado para ser pasto de manipulaciones de toda índole por parte de grandes empresas productoras de energías renovables, de políticos, de grupos de presión y de advenedizos sin escrúpulos. A pesar de ello, el medioambiente y el futuro están en la médula de la preocupación de los economistas, nos debemos a su estudio. El progreso, que proyecta su luz hacia el día de mañana, tanto económico como no económico, debe ser sostenible en el tiempo, para que sea realmente progreso. De ahí que el argumento ecológico enganche muy bien a muchos ciudadanos bien pensantes y con buen corazón.
Como consecuencia de todo ello, surge la gran pregunta: siendo la energía tan importante ¿cómo dejarla en manos del mercado? Este libro responde a ese interrogante. Y lo hace la persona más adecuada. Manuel Fernández Ordóñez, que es Doctor en Física con una tesis en Dinámica Nuclear Relativista, combina el conocimiento académico, la investigación en centros de sobrada reputación internacional y la capacidad divulgativa avalada por sus publicaciones en medios, blogs, etc. Yo le conocí de la mano de nuestro amigo común Luis Ignacio Gómez en el famoso blog Desde el exilio, en el que coincidí con grandes personas, de las que aún hoy sigo aprendiendo. Porque le conozco y le sigo desde hace tanto tiempo, estoy en disposición de poner mi mano en el fuego por “el buen MAFO”, como le conocemos, como investigador íntegro y honesto, cualidades que se echan de menos, cada día más, en el entorno académico.
El libro de Fernández Ordoñez es un trabajo de los que nunca pasarán de moda. Sienta las bases del problema desde el principio y va de lo simple a lo complejo. Explica el mercado energético como parte de un todo, es decir, del sistema económico, arrancando la andadura desde los factores que permiten que este sistema funcione adecuadamente. Este enfoque, que parece trivial, es uno de los secretos del libro. Porque, normalmente, los expertos en energía dan por hecho todo lo demás, todo lo que no es la producción y la distribución, tal vez incorporando algunas claves del entorno económico internacional necesarias para completar el dibujo de la situación. Pero el autor acompaña al lector en su recorrido por los fundamentos, las raíces en las que se entronca y de las que se nutre el sector de la energía.
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