FRIEDRICH GEORG JÜNGER
NIETZSCHE
Traducción de
J UAN A NTONIO S ÁNCHEZ
Herder
Título original: Nietzsche
Traducción: Juan Antonio Sánchez
Diseño de portada: Dani Sanchis
Edición digital: José Toribio Barba
© 1949, Vittorio Klostermann GmbH, Frankfurt del Meno
© 2016, Herder Editorial, S. L., Barcelona
1.ª edición digital, 2017
ISBN DIGITAL: 978-84-254-3716-8
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ÍNDICE
EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA
N ietzsche tenía razón cuando aludía a El nacimiento de la tragedia como si hubiera parido un «centauro», pues, la verdad, es una obra en la que convergen cosas heterogéneas. Sería una pena que por eso se pasara por alto el fascinante encanto del libro. Que el lector atento no se deje engañar: debe soslayar sus debilidades. Los sistemas kantiano y schopenhaueriano son incapaces de darle tratamiento adecuado a las preguntas que se plantean, la música de Wagner lo mismo; y sin embargo, Nietzsche alcanza el objetivo que se propone. Y lo que consigue es desvelar lo dionisíaco, delimitarlo frente a lo apolíneo. Desvelamiento del que, después, nunca dejó de sacar provecho; y con razón, pues aportaba mucho más de lo que aquellos de sus contemporáneos que leyeron el libro fueron capaces de descubrir en él. Se trataba del descubrimiento de una nueva senda hacia un mundo que desde hacía tiempo se creía desaparecido, con el cual ya nadie se atrevía a soñar. Se estaba manifestando, sin lugar a dudas, un nuevo pensamiento, una nueva forma de entender el espíritu griego, y lo hacía de forma tan intensa que acabaría influyendo en todos los especialistas. He aquí un libro con un horizonte nuevo, un libro que enseña a mirar de otra forma. Inconfundiblemente guiado por la fascinación. La ciencia misma puede alimentarse de este entusiasmo tan poco científico, y no solo ella. También es parecido a un centauro precisamente porque no respeta los límites, porque su desbocado pensamiento no se aviene con ninguna disciplina conocida, porque plantea un conflicto entre arte y ciencia que ya no se resolverá en ningún momento de la obra de Nietzsche. La fluctuación de tendencias insubordinadas y contradictorias entre sí es en él claramente reconocible. Para hacernos una idea de su aportación, solo podemos compararlas con el primer libro de Winckelmann, sus Reflexiones sobre la imitación del arte griego en pintura y escultura . El propio autor, inmediatamente después de haberlo publicado, en 1754, publicaba otras dos obras en las que se refutaba a sí mismo y exponía las objeciones que ponía a su propio trabajo. Winckelmann y Lessing accedieron a los griegos partiendo del arte plástico, penetrando en el territorio del arte apolíneo; posteriormente les siguieron por esa misma senda Goethe y Schiller. Los Monumenti antichi inediti y la Historia del arte de la antigüedad de Winckelmann y el Laocoonte de Lessing son obras que les sirvieron de guía. Pero Klopstock y Hölderlin son pioneros de otro territorio, lo mismo que también Nietzsche. Hölderlin fue el único consciente de la existencia de lo dionisíaco; en sus últimos himnos ese conocimiento se profundizó tanto que ninguno de sus contemporáneos supo verlo. Se malogró. El joven Nietzsche, que amaba a Hölderlin, no conocía sus últimos himnos; alcanzó el mismo conocimiento por cuenta propia. Esta especie de reencuentro no es casualidad. No tiene nada de casual que dos hombres excepcionales se hagan las mismas preguntas. Veremos lo importantes que fueron esas preguntas, las cuales expresaban un dilema. ¿Sería el hombre capaz de surgir de sus cenizas o, por el contrario, sucumbirá bajo un mundo mecanizado, concebido por él mismo?
Nietzsche no habría escrito la obra si no se hubiera tomado en serio a Dioniso. El estudio del hombre antiguo tomó de repente un nuevo derrotero. Toda su obra se encuentra ya in nuce en ese libro de juventud; aparecen ya todas las preguntas de las que se ocupará posteriormente. Quien tras la lectura de sus últimos escritos vuelva a El nacimiento de la tragedia , quedará sorprendido por la unidad de su pensamiento, resueltamente mantenida desde el principio hasta el fin. Para poder darse cuenta de esto es necesario no dejarse distraer por su lado más polémico, que a Nietzsche tanto le gustaba y que confunde a todos aquellos que no conocen la fuente y el origen de su pensamiento. Porque no es que sea un pensamiento polémico en la medida que despierta opuestas reacciones externas; es polémico en el sentido más íntimo de su núcleo filosófico. El itinerario de su pensamiento está lleno de contradicciones, pero después de recorrido estas quedarán atrás. Es como si fuera la piel de la serpiente: se la quita para rejuvenecer y regenerarse.
Solo hay tres obras de Nietzsche que pueden considerarse verdaderamente como obras maestras: El nacimiento de la tragedia , Zaratustra y La voluntad de poder . Todas las demás, por relevantes que sean, tienen un valor preparativo o complementario, o, como Ecce Homo , acaban en sí mismas. Las dos enseñanzas fundamentales de su filosofía son el eterno retorno y el superhombre. Todo lo demás remite a estas dos ideas. Una obra como El Anticristo , que es claramente polémica, tiene dos objetivos. No solo resume los resultados de su crítica al cristianismo, sino que, al mismo tiempo, deja espacio a su propio pensamiento original.
En El nacimiento de la tragedia Nietzsche se encuentra por primera vez en una encrucijada mítica. Todavía se comporta con maneras propias del científico y del especialista; sin embargo, se ocupa de un tema que ni tiene que ver con la ciencia ni puede ser tratado por un científico. Se lamentaba, después, de haberlo echado todo a perder no solo con la mezcla de filosofía schopenhaueriana y música wagneriana, sino también por haber forzado su pensamiento a adoptar una perspectiva científica y a proceder mediante categorías estéticas. Pero ¿de qué otra forma podría haberse enfrentado con el tema? Esta pregunta formula la problemática clave del pensamiento de Nietzsche, la gran contradicción descubierta por el mago en Zaratustra: «¡Solo loco! ¡Solo poeta!». Solo el poeta dionisíaco es capaz de tratar el tema adecuadamente. Desde El nacimiento de la tragedia , Nietzsche ya no se aleja nunca del territorio dionisíaco. En ese territorio está el filósofo como Minos en su laberinto o como Midas en su rosaleda. Se adentra más y más en él. Ya en su primera obra, bajo la forma de aparente estudio erudito, acecha el himno puro, puja por manifestarse y por evitar la presión de la construcción conceptual. En esos giros, que son como una danza, reside la magia del escrito. Hay en él como el anuncio de algo:
¡Cómo cambia de pronto ese desierto, que acabamos de describir tan sombríamente, de nuestra fatigada cultura! Un viento huracanado coge todas las cosas inertes, podridas, quebradas, atrofiadas, las envuelve, formando un remolino, en una roja nube de polvo y se las lleva cual un buitre a los aires. Perplejas buscan lo desaparecido nuestras miradas: pues lo que ellas ven ha ascendido como desde un foso hasta una luz de oro, tan pleno y verde, tan exuberantemente vivo, tan nostálgicamente inconmensurable. La tragedia se asienta en medio de este desbordamiento de vida, sufrimiento y placer, en un éxtasis sublime, y escucha un canto lejano y melancólico —este habla de las Madres del ser, cuyos nombres son: Ilusión, Voluntad, Dolor. —Sí, amigos míos, creed conmigo en la vida dionisíaca y en el renacimiento de la tragedia. El tiempo del hombre socrático ha pasado: coronaos de hiedra, tomad en la mano el tirso y no os maravilléis si el tigre y la pantera se tienden acariciadores a vuestras rodillas. Ahora osad ser hombres trágicos: pues seréis redimidos. ¡Vosotros acompañaréis al cortejo dionisíaco desde India hasta Grecia! ¡Armaos para un duro combate, pero creed en los milagros de vuestro dios!
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