Friedrich Georg Jünger - Mitos griegos
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- Libro:Mitos griegos
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1947
- Índice:4 / 5
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Mitos griegos: resumen, descripción y anotación
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En este libro no se explican los mitos griegos desde una perspectiva científica o filosófica ni tampoco simbólica o alegórica. Friedrich Georg Jünger trata de comprenderlos en su expresividad sensorial, en su corporeidad nítidamente definida, asumiendo al pie de la letra y con exactitud lo que nos ha sido transmitido. A través de la interpretación poética surge una imagen del mito que parece tan plástica y tan viva como las esculturas griegas. Allí radica la novedad y originalidad de este fascinante viaje por la Grecia antigua. La obra está estructurada de un modo arquitectónico, como el propio mito. Por tanto, la primera parte es cosmogónica y abarca desde Caos hasta la caída de Prometeo. La segunda, la teogonía, conforma el centro, el mundo de los dioses. Y desde allí, el camino conduce a los héroes, pues éstos surgen sólo donde hay dioses y están, por tanto, impregnados de un halo divino.
Friedrich Georg Jünger
ePub r1.0
Titivillus 15.03.16
Título original: Griechische Mythen
Friedrich Georg Jünger, 1947
Traducción: Carlota Rubies
Diseño de la cubierta: Claudio Bado
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
FRIEDRICH GEORG JÜNGER nació el 1 de septiembre de 1898 en Hannover. En 1924 obtuvo el título de doctor en Derecho, pero muy pronto descubrió su vocación de escritor y se consagró por entero a la creación literaria. Su pensamiento gira en torno a cuatro temáticas esenciales: la antigüedad clásica, la esencia de la existencia, la técnica y el poder de lo irracional. Publicó numerosos libros entre los que destacan: Griechische Götter (1943), Die Titanen (1944) y Perfektion der Technik (1946), entre otros.
Es de Jenófanes la frase que dice que si los bueyes, los caballos y los leones tuviesen manos y supiesen pintar crearían figuras de dioses con forma de caballos, bueyes y leones. Si esta frase fuese cierta y el único testimonio que tuviésemos de los indios, los egipcios y los asirios fuesen las figuras de sus dioses, supondríamos que estas figuras habían sido hechas por criaturas que tenían la apariencia de bueyes, leones, ibis y cocodrilos. Parece obvio que esta frase no puede aplicarse a los dioses zoomorfos.
En su Inscripción sagrada, Evémero afirma que toda la mitología se deriva de la divinización de personajes ilustres. Por consiguiente, la «herogonía» constituye para él el principio y el fin, y tanto la parte cosmogónica del mito como la teogonía son algo derivado. Pero esto se contradice con la estructura arquitectónica del mito, que, considerado en su conjunto, no se propone la divinización del hombre. Las reflexiones de Jenófanes y de Evémero coinciden. Enio, que tradujo los escritos de Evémero y les dio su aprobación, difundió en Roma el evemerismo, que se fue imponiendo y acabó por convertirse, con algunas variaciones, en el fundamento de la mitología como ciencia.
El paso del pensamiento mítico al lógico y abstracto, que es en los griegos donde mejor se observa, supone también un fenecer constante, no de la creencia sino de la imaginación, de la capacidad creadora libre y autónoma. A medida que esta capacidad va desfalleciendo, el pensamiento abstracto consigue desprenderse y liberarse. Al ganar autonomía, despliega sus alas y alza el vuelo, libre y alto. Sobrevuela el nomos basileus de Píndaro e instaura sus propias leyes. Entonces entra en escena el pensador libre, el pensamiento libre, y cuando éste aparece, cuando actúa, todo el saber se convierte en antropología, se hace antropológico en el sentido en que lo entendieron los griegos. El pensamiento libre se desgaja del suelo del que procede. Pero aunque se desprende de él, sigue ligado a él hasta el final, incluso cuando planea sobre él, pues la historia del pensamiento libre consiste en este desprenderse y flotar libre. La controversia que sostiene la filosofía con el mito, desencadenada por los pensadores jónicos, los eleatas, los sofistas y todos los restantes, incluye al mismo tiempo la afirmación de que es imposible prescindir de él. El pensador se sirve de él, aunque sea sólo para tomar distancia. Por esta razón, la controversia nunca tiene fin. Finalizará sólo cuando el espíritu generador de mitos se haya extinguido, pero entonces también habrá llegado a su fin la filosofía griega. Ambos van juntos. Donde mejor se capta esta controversia es en la filosofía platónica.
Platón contrapone al mito sus propios mitologemas. Al hacerlo, entronca con él, lo maneja a su antojo y lo reelabora para adecuarlo a sus propósitos. El mito platónico es un medio para el fin, una parábola. Es una forma de crear que pretende resaltar algo con el fin de iluminarlo, por eso es más esquemático y tiene menos espesor. En comparación con el mito, tiene algo ambiguo. Su intención es pedagógica, pretende educarnos more socratico; en él se escuda el pedagogo Platón. Con recursos propios de la lógica y la dialéctica, el mito pretende convencernos de algo. Parece una figura policromada y hueca que contuviese en su interior un arsenal de argumentos y demostraciones áureos, los métodos del conocimiento, la ciencia in nuce, la verdad, con lo cual se expresa en él una verdad superior que aquí sale a nuestro encuentro. El pensamiento mismo debe hacerse imaginativo cuando contrapone al mito invenciones, construcciones míticas.
En el principio está incluido el final y el final vuelve a engendrar, a partir de sí, el principio. Es posible que repitamos situaciones míticas sin tener conciencia de esta repetición. En una época llena de titanismo hemos olvidado que éste ya ha sido superado muchas veces. Hoy en día, en un momento de cambio en el pensamiento, en un estado de incertidumbre que está en estricta relación con el avance de las ciencias exactas, en el clímax de la organización y del desamparo del hombre asociado a ella, un tema como el que tratamos en este libro tiene, posiblemente, una doble utilidad para un lector atento. Le permite aplicar el pasado al presente y el presente al pasado. Ahora bien, ¿estamos autorizados a buscar en otros nuestras propias tendencias? ¿Estamos autorizados no sólo a exponer, es decir, a «sacar afuera», sino también a imponer, esto es, a introducir, a «meter adentro»? Porque quien expone también «impone». Y ésta es la fórmula universal propia de la comprensión. Es preciso que el pasado se haga presente para que pueda ser considerado como pasado. Ahora bien, es menester tener en cuenta las correspondencias, y eso no siempre es fácil. Nuestro modo de pensar no es mítico sino que es un pensar sobre el mito. No pensamos como pensaban los griegos sino que repensamos lo que ellos pensaron. La pregunta que se plantea es qué coincidencia se da entre el pensamiento griego y el nuestro. A partir de nuestra exposición, el lector sacará sus propias conclusiones. Para nosotros, el modo histórico de ver el mundo es tan corriente que apenas somos capaces de percibir hasta qué punto es unilateral e incluso absurdo. Tenemos la impresión de que la materia del mundo no admite ser representada si no la pensamos descompuesta, movida por conceptos, como evolución. El mitólogo que cultiva la historia especializada se enfrenta a un pensamiento que nada sabe de la historización de la conciencia, y sólo puede conectar con él en la medida en que es capaz de someterlo a métodos históricos. De ahí las investigaciones acerca de las influencias y el origen de los mitos, las migraciones de los dioses o la idea que se tiene de ellos, investigaciones, en suma, acerca de lo etnográfico, lo geográfico, lo físico, lo cronológico. No son éstos los métodos genuinos del mito.
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