Cubierta
Friedrich Georg Jünger
MITOS GRIEGOS
Traducción de
Carlota Rubies
Herder
www.herdereditorial.com
Portada
Título original: Griechische Mythen
Traducción: Carlota Rubies
Diseño de la cubierta: Claudio Bado
Maquetación electrónica: Manuel Rodríguez
© 1947, Vittorio Klostermann GmbH, Fráncfort del Meno
© 2006, Herder Editorial, S.L., Barcelona
© 2014, de la presente edición, Herder Editorial, S. L., Barcelona
ISBN DIGITAL: 978-84-254-3069-5
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
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Créditos
INFORMACIÓN ADICIONAL
Friedrich Georg Jünger nació el 1 de septiembre de 1898 en Hannover. En 1924 obtuvo el título de doctor en Derecho, pero muy pronto descubrió su vocación de escritor y se consagró por entero a la creación literaria. Su pensamiento gira en torno a cuatro temáticas esenciales: la antigüedad clásica, la esencia de la existencia, la técnica y el poder de lo irracional. Publicó numerosos libros entre los que destacan: Griechische Götter (1943), Die Titanen (1944) y Perfektion der Technik (1946), entre otros.
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Índice
Los epinicios de Píndaro
¿Qué muestran los epinicios de Píndaro cuando se los compara con los poemas épicos homéricos? ¿Qué relación existe entre los vencedores del agon de los juegos y los héroes con los que se los vincula en los concursos de cantos de alabanza? El agon , tal como lo celebra Píndaro, es de origen mítico y está conectado al culto. Las competiciones de gimnasia y de atletismo para los que se entrena la Hélade son fiestas y celebraciones que tienen su origen en la mitología heroica y que se refieren a ella. De ahí que todo lo relativo a la genealogía sea importante y que sea imprescindible vincular a los vencedores en los concursos de canto y en los cantos de celebración y de glorificación, con la tradición. Si la tradición no admite ser vinculada directamente con la figura del vencedor, se le vincula espacialmente, a través del territorio. Píndaro todavía tiene acceso al territorio y la naturaleza míticos, cuya totalidad se identifica con su histórica calidad intacta. Para el canto, lo que se encuentra más allá es tierra de nadie. Se definiría a sí mismo como un loco si se propusiera seguir a alguien más allá de las columnas de Heracles, o sea, allí donde se pierden las pisadas de los dioses y de los héroes. Las columnas de Heracles son los pilares occidentales del territorio heroico. Tanto en Píndaro como en los trágicos la descripción del territorio heroico trasluce un apego tan íntimo y profundo que se percibe que es éste el terreno nutricio del poema. Su Oda a Diágoras es una alabanza a la Rodas mítica, que fue entregada a Helio por un designio divino juramentado, cuyo monte Atabirio está consagrado a Zeus y en cuyas colinas habitan las ninfas telquines. Tal vez el poeta estuvo en la isla; algunas cosas en la oda apuntan a ello.
Quien reflexione acerca del origen de los agones panhelénicos, también recordará los torneos de la Ilíada en honor a Patroclo. Éstos empiezan tras finalizar los sacrificios, una vez que se ha quemado la pila de leña y amontonado el túmulo. Formando un círculo, Aquiles y los mirmidones azuzan por tres veces los caballos alrededor del cadáver. Una vez concluida la incineración, trazan un círculo para la tumba y la cubren con piedras. Seguidamente, Aquiles retiene al ejército cerca de la tumba y éste acampa en círculo. Se traen los premios, y las competiciones en honor del muerto dan comienzo. Constituyen un homenaje para él, le abren el Hades, lo acompañan hacia el mundo inferior, como el cabello que Aquiles se corta para él y deposita en sus manos. Las competiciones son fiestas funerarias, son un agon organizado por los vivos para el muerto. También son fiestas funerarias las competiciones panhelénicas, las Olimpíadas en honor de Pélope, las Pitias en honor del dragón Pitón, las Nemeas en honor de Ofeltes, las Ístmicas en honor de Melicertes. ¿Cómo transcurrirían las competiciones en su modalidad más antigua? Los funerales por Patroclo muestran una práctica de larga existencia, una costumbre muy arraigada. ¿Acaso estas competiciones, en una época temprana en la que eran locales, estaban relacionadas con una imitación de los procesos con los que enlazaban? ¿Acaso eran reconciliaciones y purificaciones, tal y como sugieren las Píticas? Son celebraciones funerarias y se instauraron como tales. El agon guarda una relación con el reino de los muertos, surge a partir de él y por medio de él adquiere dignidad y fuerza. Al perderse su significado, se vieron también afectadas las propias luchas y modificado el sentido de la fiesta, de la celebración, tal y como se observa en épocas posteriores. Es, pues, preciso comenzar por desechar la idea de que las competiciones servían para el entrenamiento físico, que eran instituciones cuyo fin era la formación y perfeccionamiento del cuerpo, y que estaban destinadas a proporcionar un equilibrio con respecto a la formación espiritual y artística. La relación es a la inversa: el fortalecimiento físico está al servicio de la competición, que es un funeral. Su finalidad no es el entrenamiento de la juventud helénica; la mentalidad racional ha proyectado esta finalidad sobre el agon por el difunto para resaltar la conveniencia y la utilidad de un entrenamiento corporal como éste, separándolo a su antojo del núcleo antiguo de las competiciones.
Desconocemos la antigüedad de estas luchas. Por el hecho de que las Olimpíadas son las más prestigiosas, se podría concluir que son las más antiguas. Si exceptuamos las Píticas, relacionadas con el mito de Pitón y con Apolo, en todas las competiciones la fiesta gira en torno a un héroe. Si los dioses, los héroes, los hombres forman parte tanto de las competiciones como del canto de celebración pindárico, al héroe se le asigna una dignidad particular. Las competiciones constituyen una parte del culto al héroe. El héroe es un difunto, es un genius loci , su numen sigue obrando en el lugar. Estas circunstancias se hacen patentes en la Primera Oda Olímpica . Las Olimpíadas son funerales en honor a Pélope. Su tumba, el Pelopion, conforma el centro de la celebración. Ahí se le dedican constantemente suntuosas ofrendas funerarias. La multitud se apiña alrededor de su tumba, la rodea y visita su altar. El héroe se encuentra en medio de los dioses y los hombres. El medio se evidencia como ónphalos , como ombligo o centro. Homero habla de la isla de Calipso como del ónphalos del mar. El Hades, tal como se lo imaginan Homero y Hesíodo, está emplazado en el punto medio entre el Tártaro y el cielo. Los muertos se encuentran en el centro de un círculo. Se consideraba Delfos el centro del mundo, el centro de la tierra discoidal que Zeus mandó calcular con el vuelo de sus águilas. El centro se hallaba allí donde, volando, se toparon las águilas, en medio del orden instaurado por Zeus. Para los habitantes de Delfos, la piedra blanca en el templo de Delfos, que parecía un cono achatado, marcaba el centro de la tierra.
Los cantos de Píndaro constituyen una parte del culto a los héroes. El poeta no entra a describir las competiciones y su transcurso. De sus epinicios no se puede inferir qué imagen presentaban a la vista aquellos días festivos; no describe el lugar, ni la multitud en fiesta ni el desfile de los luchadores. Tampoco fue espectador directo de todas las competiciones a cuyos vencedores elogia; no conoció ni vio a todos estos vencedores. Las relaciones personales, como las que Píndaro mantuvo con el soberano Hierón, con las cortes de Siracusa y Agrigento, confieren al canto de celebración un plus de calidez y familiaridad, pero este canto de celebración no presupone relaciones como éstas. Es un encargo y está concebido según un esquema acorde con requisitos artesanales. El joven Píndaro aprendió con un maestro ateniense el modo de estructurar estos cantos de celebración, conforme a la métrica y a la composición, y también cómo intervienen en él los coros y la música. Se apoya en las tradiciones de una escuela y las lleva a su culminación; es el poeta más grande que ha engendrado Grecia en este ámbito. La existencia de una demanda de cantos de alabanza como éstos, que eran codiciados y valorados, dio lugar a este género y lo llevó a su apogeo. El canto de celebración es la valiosa joya de la victoria, razón por la que ni los reyes ni los ciudadanos querían prescindir de ella, por la que no se reparaba en el coste, a menudo elevado, de la presentación escénica. El personal necesario, incluido el coro, a menudo procedía de lejos, y la representación, suntuosa y artística, precisaba a veces de recursos principescos. El canto de celebración no sólo confirma y glorifica la victoria, también le confiere duración. Que un canto como éste acompaña a las proezas, las ilumina y perdura más allá de ellas, que sin él necesariamente caerían en el olvido, es una reflexión en la que Píndaro pone ahínco. El agon es impensable sin la punzante ansia de gloria, y esta gloria es profunda porque no es pasajera sino que se convierte en gloria para el difunto y, como tal, perdura. Cuando Diágoras, pugilista de Rodas, después de una de sus victorias fue alzado en hombros por sus tres hijos atletas y el pueblo lo cubrió de flores, alguien le gritó: «¡Muere, Diágoras, no puedes subir al cielo!». Lo curioso de estas palabras, que no sin razón se han conservado, es que establecen una diferencia entre la gloria y su disfrute. En ellas no hay un retintín de burla sino puro reconocimiento. Una vez que el hombre ha llegado a lo más alto, toda vida ulterior es sólo un declinar. Su dicha se consuma cuando es arrebatado en la cima de sus esfuerzos, en el kairos de su actuación. Ésta es la reflexión que Solón formula ante Creso. Tiene algo de infantil y recuerda las palabras que un viejo sacerdote egipcio le dijo a Solón: «Vosotros, los griegos, sois siempre como niños. No existe un anciano griego».