Stephan Lessenich
La sociedad de la externalización
Traducción de
A LBERTO C IRIA
Herder
Esta obra ha recibido una ayuda del grupo de investigación « Sociedades del poscrecimiento», de la Universidad de Jena.
Título original: Neben uns die Sintflut. Die Externalisierungsgesellschaft und ihr Preis
Traducción: Alberto Ciria
Diseño de la cubierta: Dani Sanchis
Edición digital: José Toribio Barba
© 2016, Carl Hanser Verlag, Múnich, a través de la Agencia Ute Körner
© 2019, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN digital: 978-84-254-4220-9
1.ª edición digital, 2019
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Índice
Es una condición generalizada de los imperios ejercer influencia sobre amplias franjas del planeta sin que la población del imperio tenga conciencia de este impacto…, de hecho, sin tener siquiera conocimiento de la existencia de muchos de los lugares afectados.
Rob Nixon, Slow Violence and the Environmentalism of the Poor (2011)
Traducción del original inglés (cf. Nixon, 2011, p. 35): «It is a pervasive condition of empires that they affect great swathes of the planet without the empire’s populace being aware of that impact-indeed, without being aware that many of the affected places even exist». Agradezco la cita de Nixon a Anna Landherr.
1. A nuestro lado el diluvio *
La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder.
Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina (1971)
Crónica de una catástrofe anunciada o el Río Doce está en todas partes
Mariana, 5 de noviembre de 2015: en la ciudad minera situada en el estado federal brasileño de Minas Gerais se rompen los diques de dos presas de contención donde se recogen las aguas residuales de una mina de hierro. Sesenta millones de metros cúbicos de lodo con alto contenido de metal pesado —un volumen que llenaría veinticinco mil piscinas olímpicas— se vierten sobre la comunidad colindante de Bento Rodrigues y en el curso fluvial del Río Doce. Según Samarco Mineração S. A., la empresa que gestiona la mina, los lodos residuales, tras verterse de la presa a causa de un pequeño terremoto, sepultan los pueblos de montaña adyacentes y parte de sus habitantes, convirtiendo el antiguo «Río Dulce», en las tres cuartas partes de sus 853 kilómetros de longitud, en una corriente tóxica de residuos de hierro, plomo, mercurio, zinc, arsénico y níquel. Como consecuencia de ello, unas doscientas cincuenta mil personas se quedan súbitamente sin suministro de agua potable. Al cabo de catorce días, la marea roja alcanza la costa atlántica y se vierte en el mar, dejando tras de sí un ecosistema devastado. Pocas semanas después, la presidenta brasileña Dilma Rousseff habla en la cumbre climática de París de la peor catástrofe medioambiental en la historia de su país.
Por muy impresionantes que sean las imágenes de paisajes inundados de lodo y de animales muertos, del río muerto y su desembocadura que se va tiñendo de una suciedad roja, lo más acongojante de cuanto sucedió en el Río Doce no es su singularidad, sino justamente su perversa normalidad, pues el Río Doce está en todas partes. Tanto en sus causas como en su gestión, en la previsibilidad tanto de esta «catástrofe» como de las reacciones ante ella, este caso es representativo de la situación global dominante. No solo simboliza un orden mundial económico y ecológico en el que las oportunidades y los riesgos de «desarrollo» social están sistemáticamente repartidos de modo desigual, sino que además remite, de forma directamente paradigmática, al business as usual en política local, regional y mundial en la gestión de los costes del modelo de sociedad industrial y capitalista.
Lo que sucedió en el Río Doce fue una catástrofe completamente normal, y una catástrofe anunciada. Una catástrofe como las que se vienen produciendo reiteradamente desde hace muchos años, de modo igual o similar, en Brasil o en otros lugares de los países de este mundo ricos en materias primas. Como estrategia económica en la división global del trabajo, a estos países no les queda otro remedio que apostar por la explotación de sus recursos naturales, y eso lo hacen de una manera intensiva, y si hace falta sin contemplaciones. Sin embargo, este «lo hacen» enseguida queda autorizado, pues no pocas veces este negocio más o menos lucrativo —en función de los precios del mercado internacional— es adjudicado a consorcios transnacionales. Con casi cuatrocientos millones de toneladas extraídas (dato de 2011), Brasil es el tercer productor mundial de mena de hierro, después de China y Australia. Vale S. A., anteriormente llamada Companhia Vale do Rio Doce, que inicialmente fue estatal y en 1997 se privatizó, es junto con el consorcio británico-australiano Rio Tinto Group y el consorcio BHP Billiton una de las tres mayores empresas mineras del mundo; con un porcentaje de mercado del 35 por ciento, es el mayor exportador mundial de mena de hierro. Junto con BHP Billiton, Vale es, a través de su filial Samarco, la propietaria de la mina en Mariana.
En un primer momento Samarco notificó que el lodo vertido a causa de la ruptura de los diques no era tóxico y que constaba principalmente de agua y sílice. Esta declaración enseguida resultó ser tan falsa como la explicación de que la causa de la catástrofe habían sido unos seísmos. Uno sospecha que las causas hay que buscarlas más bien en los típicos atributos de la gestión administrativa en los llamados «países del tercer mundo», es decir, en la corrupción, el clientelismo y la falta de controles, pues esto es exactamente lo que cabe observar a primera vista en el suceso: las presas de lodos residuales que reventaron mostraban fallos de seguridad conocidos desde hacía tiempo, que la fiscalía competente había criticado ya en 2013. Al mismo tiempo las autoridades señalaron también el agudo riesgo que eso suponía para el pueblo de Bento Rodrigues, y que no había ningún tipo de medidas de seguridad para sus habitantes. Según se dijo, los informes de las inspecciones de seguridad que había exigido el estado federal de Minas Gerais —la mayor área de extracción minera de Brasil— en el caso de Samarco no habían sido elaborados por peritos independientes, sino por empleados de la propia empresa. Casi al mismo tiempo que se producía la ruptura de la presa, una comisión del Senado, que es la Cámara Alta en el Congreso Nacional de Brasil, en el que el lobby de la minería siempre puede contar con el apoyo político, votaba a favor de una «mayor flexibilidad» en las inspecciones estatales de las empresas que gestionaban las minas.
Por tanto, ¿es todo una cuestión de estatalidad subdesarrollada, de instituciones que fallan, de una cultura política «no occidental»? Según se mire. La otra cara de la crónica de una «catástrofe» anunciada es que el volumen de agua que contenían las presas ahora reventadas había aumentado enormemente hacía solo poco tiempo. A pesar de (o precisamente a causa de) la caída de los precios del mercado internacional que se había producido recientemente, los dos grandes consorcios habían incrementado la cantidad extraída de la mina de Samarco hasta treinta millones y medio de toneladas, casi un 40 por ciento más que el año anterior: una estrategia de inundar el mercado que en Mariana provocó un fuerte incremento de los escombros mineros y, como consecuencia de ello, la inundación de los alrededores. La tercera presa de contención de la mina de hierro en Mariana, que es la más grande y que de momento sigue intacta, muestra unas peligrosas grietas en su dique. Y estas son solo tres de un total de cuatrocientas cincuenta presas que solo en Minas Gerais retienen las aguas residuales de la minería y la industria. Aproximadamente una docena de estos embalses tóxicos amenazan el río Paraíba do Sul y por tanto, de forma mediata, el suministro de agua potable de la región metropolitana de Río de Janeiro, con sus diez millones de habitantes.