1 . Mínimos históricos de participación en Europa occidental 1950-2009
2 . Índices máximos de volatilidad en Europa occidental, 1950-2009
3 . Tendencias en la identificación con los partidos en Europa occidental, 1960-década de 1990
4 . Cambios en la afiliación a los partidos en las democracias consolidadas, 1980-2009
5 . Porcentaje de voto de los partidos populistas en Europa occidental: elecciones generales, 1980-2010 y elecciones europeas 1979-2009
PRÓLOGO DEL EDITOR
Gobernando el vacío es el sombrío título que Peter Mair eligió para el libro que comenzó a escribir a finales de 2007 a sugerencia de Verso. El subtítulo resumía su preocupación de la manera más explícita: «La banalización de la democracia occidental». La intención de Mair era desarrollar los argumentos que había presentado en un artículo en la New Left Review, demostrando la decreciente participación política popular en las democracias más consolidadas de Europa y examinando el mismo proceso de retraimiento y desinterés en Europa en su conjunto y en el mundo en general. «Esta banalización de la democracia se ha convertido en un proceso muy amplio —escribió en su presentación del libro—, especialmente perceptible desde el final de la Guerra Fría». «Caracteriza a la mayor parte de las democracias avanzadas y ya es evidente en muchas de las nuevas democracias poscomunistas. En toda la Europa contemporánea es síntoma y causa de este fenómeno la cesión de competencias cada vez mayores a las instituciones de la Unión Europea, deliberadamente despolitizadas. Pero también se aprecia fuera de Europa, particularmente en Norteamérica». En el centro del análisis de Mair está el concepto de partido político como vehículo de los intereses sociales y como elemento organizador de los ciudadanos, así como de la gobernanza, en las sucesivas formas que ha ido adoptando desde los partidos de masas de la primera fase del sufragio universal hasta los «partidos cártel» de tiempos recientes. Su diagnóstico es rotundo y grave: «La era de la democracia de partidos ha pasado», escribió en la primera frase de la introducción, y, con ella, una fase de la historia de lo que hemos conocido como gobierno democrático.
Era esta una audaz afirmación, incluso procediendo de un autor conocido entre sus colegas de la ciencia política por estar dispuesto a plantear cuestiones complejas y de gran alcance, en las que volcó la riqueza y la sutileza de su experiencia personal. Peter Mair nació el 3 de marzo de 1951 y creció en Rosses Point, un pueblo en la costa noroccidental de Irlanda. Era el hijo pequeño de padres de origen escocés e irlandés y de distintas tendencias religiosas en unos años en que las pretensiones de la nación oficial y de la Iglesia católica prácticamente no encontraban oposición en la República de Irlanda, y un precoz socialista en un clima político en el que imperaba el miedo a la «amenaza roja». Al terminar el colegio, ingresó en el University College Dublin (donde nos conocimos en vísperas de nuestras primeras clases). Comenzó a estudiar historia, economía y matemáticas, además de literatura inglesa, por placer, durante un tiempo. Pero finalmente la política le reclamó y, después de graduarse en historia y política, se dedicó a la especialidad en la que sobresaldría. A continuación enseñó en las universidades de Limerick y Strathclyde, el Instituto Universitario Europeo de Florencia y Manchester. Se doctoró en Leiden con un estudio que no tardó en convertirse en una obra clásica, The Changing Irish Party System (1987), y se trasladó para enseñar allí en 1990, el año en el que publicó su premiado estudio (en colaboración con Stefano Bartolini) Identity, Competition and Electoral Availability. Dos años después llegó Representative Government in Modern Europe (con Michael Gallagher y Michael Laver) y su cátedra de Ciencia Política y Política Comparada. Su último puesto lo ocupó en el Instituto Universitario Europeo, donde en 1978 había sido ayudante de investigación y estudiante de doctorado, al que regresó veintisiete años después como especialista reconocido internacionalmente en el campo de los partidos políticos y los sistemas políticos para ocupar la cátedra de Política Comparada. Este historial de afiliaciones institucionales no es sino el primero de los indicadores de una carrera académica extraordinariamente activa y fructífera, al que hay que sumar muchos otros testimonios de logros y méritos en un currículum repleto —ediciones de libros, responsabilidades académicas significativas, docencia como profesor visitante, conferencias inaugurales y conmemorativas— y, no menos importante, el espontáneo y frecuente testimonio personal de colegas y estudiantes. Aparte de esto, atestigua una historia individual de emigración. No solo de viajes, que cabe esperar en cualquier carrera académica razonablemente exitosa, en forma de breves desplazamientos para pronunciar conferencias e impartir clase como profesor invitado (y fueron muy frecuentes), sino de emigración como una experiencia de reasentamiento, en este caso repetidas veces y plural, de reorientación personal en nuevas condiciones culturales y sociales. Los padres de Peter habían viajado grandes distancias en circunstancias especiales de servicio al imperio y la guerra: su padre escocés sirvió en el Ejército Indio y conoció a su futura esposa, enfermera del ejército, en el norte de África y acabaron estableciéndose en Irlanda. Su hijo viajó con frecuencia y le costó menos trabajo que a la mayoría de la gente asentarse en otros sitios: inició su carrera en el extranjero a la edad de veinticinco años y vivió durante periodos largos en cinco países europeos. Después de Irlanda, Escocia; Peter estaba orgulloso de sus orígenes mixtos y la palabra escocesa outwith, que conoció en Glasgow y que le parecía indispensable e intraducible, le acompañó como un recuerdo en todas sus ulteriores migraciones. El periodo que pasó en los Países Bajos fue el más largo de su vida adulta —quince años, después de una breve estancia en Italia y de otros seis años en Inglaterra— y personalmente el más significativo: fue allí donde se casó y nacieron sus hijos. Italia, donde la familia se trasladó en 2005, ya era un hogar de otro tipo, junto con Irlanda, el país en el que tuvo las conexiones profesionales más duraderas, donde desde los primeros días los amigos que le visitaban se asombraban de volver a encontrarle tan cercano como en otros momentos al tiempo que tan absorto en su nuevo entorno. De hecho, la calma y la curiosidad eran las características distintivas de la disposición intelectual de Peter y su legado a los muchos que se beneficiaron de su enseñanza y sus escritos. En su ethos, en su forma de ser ya había algo semejante al comparativismo que defendía como precepto de la investigación racional.
A lo largo de su vida Irlanda fue fundamental para él. Regresó frecuentemente para pasar las vacaciones con su familia. Los autores irlandeses desempeñaron un papel destacado en su ecléctico canon personal: junto a Chandler, Vonnegut y Lodge estaban Heaney y Flann O’Brien y otros relacionados particularmente con su región de origen, Yeats el más destacado, y John McGahern. El país mismo también despertó en él un interés académico constante y Peter mantuvo una activa relación profesional con el departamento del University College Dublin en el que había estudiado. Por supuesto, su interés por la política irlandesa siempre fue más que académico. Peter intervino activamente en las controversias que dividieron a la izquierda estudiantil a principios de los años setenta, en particular, las que se suscitaron en torno a la crisis en el Norte y el momento decisivo del Domingo Sangriento, así como la perspectiva de la entrada de Irlanda en la Comunidad Económica Europea. En aquella época también fue un activo periodista y su colaboración en diarios y revistas no especializadas (impresos y, más tarde, también digitales) siguió formando parte de su repertorio intelectual en Irlanda, donde escribió para el