Por qué este libro
El Genio del libro que vais a leer, cansado de ser un receptor pasivo de las palabras que el Autor escribe en sus páginas, comienza una conversación para saber cuál será el argumento, y el Autor responde que tiene intención de proponer algunas reflexiones sobre la democracia y el pueblo soberano, en un momento en el que las democracias actuales dan muestras de sufrir un grave malestar; malestar que está transformando la democracia representativa en una democracia recitativa, en la que al pueblo soberano se le asigna solo el papel de comparsa en el momento de las elecciones.
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¿Qué tienes intención de escribir en mis blancas páginas?
Algunas reflexiones sobre la democracia y sobre el pueblo soberano. Democracia significa poder del pueblo. Si el poder pertenece al pueblo, el pueblo es el titular de la soberanía. Así, pues, en un Estado democrático el pueblo es soberano y ningún gobernante puede estar por encima del pueblo o fuera del pueblo. De la voluntad de los gobernados deriva toda autoridad de los gobernantes. Es el pueblo el que elige y revoca a sus propios líderes, según el método de libres, pacíficas y periódicas elecciones.
Así, pues, para ti la democracia coincide con la soberanía del pueblo, que elige a sus representantes y a sus gobernantes.
Así se entiende hoy la democracia. Pero hay muchas definiciones de democracia, algunas sencillas, otras muy complejas.
Casi siempre, a la democracia la acompaña un adjetivo, que especifica sus peculiaridades como ideal y como método de expresión de la voluntad popular: democracia directa, representativa, deliberativa, participativa, liberal, oligárquica, popular, y otras.
Algunas definiciones prescinden incluso de referencias explícitas al pueblo soberano. Por ejemplo, según el economista austriaco Joseph Alois Schumpeter, la democracia consiste en «un método político», en el sentido de que es un instrumento constitucional para llegar a decisiones políticas, legislativas y administrativas, «en base al cual ciertos individuos obtienen el poder de decidir a través de una competición que tiene por objeto el voto popular».
Raymond Aron afirmó en 1960 que no estaba «seguro de que exista una democracia en el verdadero sentido de la palabra», porque si «conviene llamar así al poder del pueblo, se puede llamar democrático a cualquier régimen, incluido un régimen totalitario que se apoya en la voluntad popular». Por lo tanto, el sociólogo francés concretaba que «en el mundo en que vivimos, si se habla de democracia moderna, y no de la ateniense, los caracteres fundamentales de los regímenes democráticos son, precisamente, las elecciones, el régimen representativo, la lucha entre partidos y la posibilidad de cambio pacífico de gobierno». A esta definición de democracia me atendré a lo largo de nuestra conversación.
¿Crees que vas a poder decir algo nuevo y original sobre la democracia?
No pretendo decir cosas originales, sino solo indagar si es verdad que en la democracia el pueblo siempre es soberano, hoy que la democracia parece triunfante en el mundo, donde casi todos los gobiernos afirman ser democráticos, y casi todas las constituciones de los Estados existentes declaran que la fuente de todo poder es el pueblo soberano.
Y ¿por qué crees que vas a poner en tela de juicio estas afirmaciones?
Porque temo que no sean más que palabras bonitas en un momento en el que, según muchos observadores, la democracia representativa está enferma, y son muchas las insidias que tratan de privar al pueblo de su soberanía. Entre todos los defectos que hoy se atribuyen a la democracia, a los gobernantes y al pueblo soberano mismo, pienso que los peores son la hipocresía, la mentira, el engaño y todo aquello que puede resumirse emblemáticamente en la palabra idola –que es el emblema de la colección en la que vas a aparecer–, referida a todo lo que produce una falsa o ilusoria percepción y comprensión de la realidad tal como es.
En el curso de nuestra conversación mostraré en qué sentido considero falsa la afirmación de que en democracia el pueblo es siempre soberano, citando ejemplos extraídos de la historia de la conquista de la soberanía popular. Sin embargo, procederemos en sentido inverso al curso de la historia: comenzaremos a andar desde el comienzo del siglo XXI , cuando la democracia resulta triunfante en el mundo con la derrota de sus enemigos, para remontarnos en el tiempo hasta el período de los orígenes, a las revoluciones democráticas del siglo XVIII , que fueron el inicio de la larga lucha para la conquista de la soberanía por parte del pueblo. En las conclusiones volveremos a la historia del pasado más reciente, a los primeros quince años del primer siglo del tercer milenio, deteniéndonos, en particular, en el estado de salud de la democracia italiana.
He elegido empezar con el ejemplo de la Organización de las Naciones Unidas porque es el más emblemático del éxito del pueblo soberano en el mundo contemporáneo, confirmado, como veremos, por la repentina y rápida multiplicación de los Estados considerados democráticos en el último cuarto del siglo XX .
Pero luego veremos cómo, en el momento mismo en que la soberanía popular parece triunfante, en las democracia reales se han manifestado los síntomas de un malestar: el principal y el más alarmante de todos es la desilusión, la desafección, la desconfianza del pueblo soberano respecto a los gobernantes, a las instituciones democráticas, a los partidos, junto a la cada vez más difusa convicción, en el propio pueblo, de que ya no es soberano.
De los ejemplos que citaré, resultará evidente que la enfermedad de las democracias actuales tiene su origen, sin duda, en acontecimientos y condiciones recientes, pero no es un fenómeno del todo nuevo, porque ya se ha manifestado otras veces en la historia de la democracia moderna, desde sus orígenes con la revolución norteamericana y la revolución francesa. En ciertos aspectos, podríamos decir que la democracia, por su propia naturaleza, vive en un estado de crisis permanente, porque constantemente debe renovarse para adaptarse a las nuevas situaciones, con frecuencia imprevistas, en las que el pueblo soberano ha de vivir.
Comenzaré haciendo una comparación, de forma emblemática, entre la Organización de las Naciones Unidas y el pacto de la Santa Alianza, para mostrar qué extraordinario progreso ha realizado en doscientos años la conquista de la soberanía popular. Pero veremos también qué sombras de hipocresía han envuelto y siguen envolviendo la conducta de quienes declaran gobernar en nombre de y por la voluntad del pueblo soberano. Y veremos, finalmente, cómo estas sombras se han ido haciendo cada vez más largas en los años más recientes, precisamente cuando el triunfo de la democracia, al difundir por el mundo el halo luminoso de su ideal, prometía disolver las sombras.
En cambio, hoy parece que la sombra de la hipocresía democrática se va extendiendo con la representación escenográfica de una democracia recitativa, que tiene como escenario al Estado, como actores protagonistas a los gobernantes y como comparsa ocasional al pueblo soberano, que entra en el palco solo para la escena de las elecciones, mientras que el resto del tiempo asiste al espectáculo como público. La democracia recitativa parece ser el próximo resultado de la crisis de la soberanía popular precisamente en la «era de la democracia», como la definió Norberto Bobbio a finales del siglo XX .