A lo largo de la elaboración de este libro, he contraído más deudas de lo habitual. Agradezco a la British Academy la concesión de la beca de intercambio que me permitió entrevistar a especialistas y visitar museos en Noruega y Suecia y a la Universidad de Sussex que me relevara de mis obligaciones durante dos trimestres y asumiera los gastos de mecanografía. Ruth Finnegan de la Open University y mis colegas de Sussex, Peter Abbs, Peter France, Robin Milner-Gulland, John Roselli y Stephen Yeo, han sido muy amables comentando borradores de todo el libro o partes de él. En mis incursiones por su territorio recibí la ayuda de varios profesores escandinavos, sobre todo de Maj Nodermann en Estocolmo, Marta Hoffmann en Oslo y Peter Anger en Bergen. Asimismo, estoy muy agradecido a numerosos historiadores británicos por haberme facilitado diversas referencias o contestado a mis preguntas. Alan Macfarlane me dio la oportunidad de exponer las ideas recogidas en el capítulo 7 a un animado grupo de antropólogos sociales e historiadores reunidos en el King’s College de Cambridge. Presenté una primera versión del capítulo 3 en una conferencia celebrada en la Universidad de East Anglia en 1973 y publicada en C. Bigsby (ed.): Approaches to Popular Culture, 1976; agradezco a Edward Arnold Ltd. la concesión del permiso necesario para poder incluirla en este libro. También me gustaría dar las gracias a Margaret Spufford por sus comentarios sobre el manuscrito.
Durante las tres décadas que llevo leyendo y trabajando sobre la cultura popular he revisado este libro dos veces y he contraído muchas deudas. Quisiera mencionar expresamente a un persona y cuatro conferencias. Tanto el ensayo de Tim Harris titulado «Problematizar la cultura popular» como las conferencias celebradas en Matrafured, Hungría, en 1984, en la J. N. University de Delhi en 1988, en la Universidad de Essex en 1991 y en la Universidad de Sussex en 2007, me han ayudado mucho en mis reflexiones sobre el concepto central del presente volumen, me dieron nuevas ideas y me ayudaron a corregir otras.
PRÓLOGO
El propósito de este libro es describir e interpretar la cultura popular de la Europa moderna. «Cultura» es un término impreciso con muchas definiciones, desde «redes de significados» hasta «prácticas y representaciones». Hay especialistas que opinan que estaríamos mejor sin él. Aquí optamos por definir a la cultura como un «sistema de significados, actitudes y valores compartidos, así como de las formas simbólicas a través de las cuales se expresa o en las que se encarna». En este sentido, la cultura es parte de un modo de vida pero no se identifica plenamente con él.
Con respecto a la cultura popular, parece preferible definirla inicialmente en sentido negativo como la cultura no oficial, la cultura de los grupos que no formaban parte de la élite, las «clases subordinadas» como las denominara el marxista italiano Antonio Gramsci. En el caso de la Europa moderna, estas clases estaban formadas por una multitud de grupos sociales, más o menos definidos, de entre los que cabe destacar a los artesanos y los campesinos. De ahí que usemos la expresión «artesanos o campesinos» (o «gente corriente») para referirnos de forma sucinta al conjunto de grupos que no formaban parte de la élite, incluyendo mujeres, niños, pastores, marineros, mendigos u otros (en el capítulo 2 se habla de las variaciones culturales en el seno de estos grupos).
Para descubrir las actitudes y valores de artesanos y campesinos debemos modificar el tipo de aproximación tradicional a la historia cultural, desarrollada por autores como Jacob Burckhardt, Aby Warburg y Johan Huizinga, y tomar prestados conceptos y métodos propios de otras disciplinas. De entre todas ellas, lo más natural en nuestro caso es pedir prestados conceptos al folclore (actualmente denominado «etnología»), en la medida en que los folcloristas se interesan por el «pueblo», las tradiciones orales y los rituales. Los especialistas en el folclore europeo han estudiado muchos de los temas tratados en este libro.
El arco cronológico de este libro abarca de 1500 a 1800. En otras palabras, corresponde a lo que los historiadores denominan «Edad Moderna», aunque muchos rechacen su modernidad. El área geográfica analizada comprende la totalidad de Europa, desde Noruega hasta Sicilia y de Irlanda a los Urales. Estos límites, temporales y geográficos, requieren algunas explicaciones.
Concebido originalmente como un estudio regional, este libro se fue transformando en una síntesis. Si tenemos en cuenta la amplitud del tema estudiado, parece evidente que no es posible darle un tratamiento exhaustivo. El libro consta de un conjunto de nueve ensayos interrelacionados que versan sobre algunos temas generales, es decir, sobre el código de la cultura popular más que sobre los mensajes individuales. Lo que se presenta es una descripción simplificada de las constantes y tendencias más importantes. La elección de un tema de estudio tan amplio plantea numerosos inconvenientes, siendo el más obvio que nada se puede estudiar detalladamente o en profundidad. Esto obliga a ser impresionista, a renunciar a prometedoras aproximaciones cuantitativas, entre otras cosas porque, dada la extensión espacial y temporal, las fuentes no son lo suficientemente homogéneas como para poder ser analizadas desde esta perspectiva. Sin embargo, algunos de estos inconvenientes se compensan con diversas ventajas. En la historia de la cultura popular aparecen problemas recurrentes que deben analizarse a un nivel más general que el de una región: problemas de definición, explicaciones de los cambios y, el más evidente de todos, la importancia y límites de las propias diferencias regionales. Cuando los estudios locales han resaltado oportunamente estas variaciones, nuestra intención ha sido complementaria; pretendíamos ensamblar los distintos fragmentos y presentarlos como un todo, como un sistema compuesto por partes afines. Espero que este pequeño mapa de un territorio tan vasto ayude a orientar a futuros exploradores, pero también lo he escrito pensando en el lector no especializado. Un estudio sobre la cultura popular nunca debe ser esotérico.
Los trescientos años comprendidos entre 1500 y 1800, los siglos mejor documentados de la Europa preindustrial, parecen un período lo suficientemente largo como para reconocer las tendencias menos evidentes. En este largo período de tiempo, la imprenta socavó la cultura oral más tradicional; de ahí que nos haya parecido apropiado comenzar el estudio cuando los primeros grabados y libros de cuentos populares estaban saliendo de las prensas. El libro concluye a finales del siglo XVIII debido a los enormes cambios culturales provocados por la industrialización en torno a 1800, aunque estos no afectasen de forma uniforme a toda Europa. Tras la industrialización, tenemos que hacer un considerable esfuerzo de imaginación antes de adentrarnos tanto como podamos en los valores y actitudes de los artesanos y campesinos de la Europa moderna. Para ello, tendríamos que olvidar el papel desempeñado por la televisión, la radio y el cine, que han estandarizado en nuestra memoria el lenguaje europeo, sin mencionar otros cambios menos claros pero, posiblemente, más profundos. Tendríamos que olvidarnos del ferrocarril que, con toda seguridad, ha contribuido a erosionar las peculiaridades culturales de cada provincia y a integrar a las regiones en las naciones más que el servicio militar obligatorio o la propaganda gubernamental. Tendríamos que olvidar la educación y la alfabetización universales, la conciencia de clase y el nacionalismo. Habría que prescindir de la actual confianza que depositamos (pese a los altibajos) en el progreso, la ciencia y la tecnología, así como de las formas seculares a través de las cuales hemos expresado nuestras esperanzas y miedos. Debemos hacer todo esto (y mucho más) para reencontrar el «mundo cultural que hemos perdido».