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© Agustín Laje Arrigoni 2023
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Edición: Juan Carlos Martín Cobano
Diseño del interior: Setelee
ISBN: 978-1-40023-856-9
eBook: 978-1-40023-858-3
Audio: 978-1-40023-865-1
Epub Edition ENERO 2023 9781400238583
La información sobre la clasificación de la Biblioteca del Congreso está disponible previa solicitud.
Impreso en Estados Unidos de América
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CONTENIDO
Guide
A los jóvenes
que no pudieron
idiotizar
ESTE LIBRO NO va de letras. Tampoco va de grandilocuentes categorías etarias. Todo lo que sigue va de idiotas. Así, nada de X, Y, Z. Nada de millennials, baby boomers, silent generation o nativos digitales. Hemos hablado en esos términos hasta el hastío; hemos establecido cortes temporales demasiado evidentes, y al final no hemos sido capaces de decir nada interesante en realidad. Todo resultó demasiado obvio: nos lanzamos a la caza de las diferencias justo por donde estas se veían más claras. Nuestro mundo adora la diferencia. Necesitamos verlas en todas partes, aun cuando nos hacen perder de vista la imponente desdiferenciación que homogeneizaba a las mismas generaciones que no dejábamos de bautizar con letras y términos grandilocuentes, tratando de aprehender sus particularidades.
Pero de lo que hoy urge hablar, en cambio, es del idiota. Pensemos al idiota como principio homogeneizador. Las generaciones se encuentran a menudo precisamente en ese punto: el idiotismo. X, Y, Z: todos pueden ser idiotas por igual. ¿Es acaso el idiotismo el signo de una metageneración? ¿Es el Leviatán de las generaciones? ¿Una especie de horripilante monstruo compuesto ya no por una infinidad de individuos, sino por una infinidad de idiotas? ¿O es acaso el idiotismo el punto de llegada de la lucha de las generaciones? ¿Constituye el idiotismo, más bien, una «sociedad sin generaciones»? ¿Es la síntesis del devenir generacional, que concluye su movimiento dialéctico en la figura del idiota? ¿O simplemente el idiotismo será una marca transgeneracional propia de nuestra posmodernidad?
Esto último es especialmente relevante. La generación idiota es una transgeneración degenerada. Si bien el modelo de esa transgeneración es la adolescencia, hoy todos podemos ser adolescentes, de la misma manera que todos podemos ser mujeres o que todos podemos ser hombres, o que todos podemos ser lo que nos venga en gana sin importar nada más que nuestros deseos. Hemos hablado demasiado de transexualidad, y hemos perdido de vista lo transgeneracional. A la emasculación de los hombres y la masculinización de la mujer, a esa insoportable homogeneidad que se vende como «diversidad» le correspondió en el plano etario el envejecimiento de los niños y el rejuvenecimiento de los adultos. Unos y otros se volvieron, de un día para otro, adolescentes, de la misma manera que hoy decimos que un hombre hormonado es una mujer, o que una mujer hormonada es un hombre.
La generación idiota es el núcleo de la sociedad adolescente, es su corazón mismo, su principio de funcionamiento. No más gerontocracias, fin de todos los adultocentrismos: el adolescente gobernará desde ahora nuestro mundo. Es en este sentido en el que cabe decir que la forma de nuestra sociedad es adolescéntrica. El adolescente convertido en algo parecido al «nuevo hombre» del socialismo, al «superhombre» nietzscheano, al startupper del capitalismo digital, convertido en depositario del futuro, de todas las virtudes y todas las aventuras al mismo tiempo. El adolescente gobierna la forma de la cultura, estructura la forma de la política, inspira los cambios de nuestro lenguaje, impone sus preferencias estéticas, domina el imaginario posindustrial y el sistema de consumo. Si para entrar en el reino de los cielos, según el evangelio de Mateo, había que ser como niños, para estar a tono con los tiempos que corren —en los que nos dejaron sin Cielo a la vista— hoy debemos ser como los adolescentes. El reino de la Tierra será nuestro.
Es en este apelmazamiento de las generaciones en una instancia adolescente donde se produce la desdiferenciación generacional, la transgeneracionalidad. Los roles, los poderes, los ritos de paso, los secretos, las diferencias en general, se van deshaciendo en una sosa fluidez adolescéntrica. La forma-adolescente orienta la transición, ocupando el lugar del ideal, transformándose en la norma, deviniendo instancia de normalización. Pero la forma-adolescente es una forma-idiota. No tomemos esto como un insulto. Aquí, la palabra «idiota» juega con múltiples acepciones que más adelante me ocuparé de tratar. Captemos por ahora, más bien, que si en la forma-adolescente encontramos el principio de homogeneidad generacional, el motor transgeneracional, encontramos también el principio de la transversalización de la idiotez: la transidiotez.
El plan de este libro se estructura de la siguiente manera. En el primer capítulo, quiero asociar tres formas de edad a tres formas de sociedad muy distintas. Me interesa investigar el rol y el poder de los ancianos en sociedades arcaicas, antiguas y medievales, para luego advertir su caída con el advenimiento de las sociedades modernas, en las que pondré el foco en el rol y el poder de los adultos. Con todo esto en vista, desembarcaré en las playas de nuestra sociedad, la que por economía de términos podríamos llamar «posmoderna». Aquí, quien parece tomar el control es el adolescente, y a él abocaré mis análisis, caracterizando el objeto de crítica de este libro: lo que llamo «sociedad adolescente».
En el segundo capítulo, caracterizaré la «sociedad adolescente» en torno a algunas cuestiones esenciales. En primer término, se impone la del idiotismo. Me remontaré a la Grecia antigua para traer desde allí el término