AA. VV. - El regreso del idiota
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El idiota latinoamericano está de vuelta, sus ideas nacionalistas y populistas resurgen en América Latina y obtienen la bendición de no pocos europeos y norteamericanos, denuncian Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa. Disfrazando su viejo discurso, los caudillos globalifóbicos arrastran al continente de habla hispana hacia el fracaso.
El regreso del idiota es más que una advertencia: desmenuza los regímenes de Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales, Néstor Kirchner y Rafael Correa, denuncia los peligros que representan Andrés Manuel López Obrador y Ollanta Humala, analiza a la izquierda «vegetariana» del Brasil, Uruguay y Perú, y polemiza con los soportes intelectuales de la izquierda «carnívora» de España, Francia y Estados Unidos. En contrapunto, los autores exponen las experiencias de países en desarrollo que han optado por estrategias liberales con éxito: Chile, Estonia, China, India e Irlanda.
Este libro, prologado por Mario Vargas Llosa, es una vacuna contra la idiotez. En sus páginas et lector hallará las herramientas necesarias para reconocer a Los políticos demagógicos y para alejarse del radicalismo inoperante y caduco.
AA. VV.
ePub r1.0
Titivillus 08.01.15
Título original: El regreso del idiota
AA. VV., 2007
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Vuelve, sí. Se le oye decir en España y otros países de Europa toda suerte de tonterías muy suyas a propósito del terrorismo, de la globalización, del neoliberalismo, de la alianza de civilizaciones o de los matrimonios gay, pero es en América Latina donde su regreso tiene más resonancia. Creemos haber pintado bien al personaje en el Manual del perfecto idiota latinoamericano. En aquel libro, publicado hace algo más de diez años, trazamos su retrato de familia, dibujamos su árbol genealógico, analizamos su sacrosanta Biblia y demás libros que configuran y nutren su ideología e intentamos dar réplica a sus dogmas a propósito de la pobreza, el papel del Estado, los yanquis, las guerrillas, Cuba, el nacionalismo o lo que él considera el diabólico modelo liberal. Mostramos cómo había logrado ponerle las sotanas de la venerable Compañía de Jesús a su Teología de la Liberación, teología que en vez de propagar la caridad y el amor cristiano encuentra excusable la lucha armada (es decir, asaltos, atentados, muerte) para liberar a nuestros pueblos de la pobreza. Hicimos también mención de ciertos amigos suyos con tanto renombre como despiste: escritores, dirigentes políticos, sociólogos o académicos que en Europa e incluso en Estados Unidos, por obra de la distancia o de los espejismos de la ideología, dan títulos de respetabilidad a sus disparates.
¿Ha cambiado nuestro personaje de entonces a hoy? Sí y no. Sus dogmas se mantienen, claro está. Pero algunos, como vamos a verlo, han sufrido maquillajes. El retrato de familia que de él hicimos debe modificarse porque ahora nos encontramos con una nueva generación de perfectos idiotas, generación no mayor de treinta años en estos umbrales del siglo XXI, que tiene muchas cosas en común con la de sus padres pero también perceptibles diferencias.
Cosas en común: como ellos, provienen en su mayoría de la estrujada clase media; han dejado atrás la vida provinciana de sus abuelos y viven ahora en barrios periféricos de las ciudades; no dejan de comparar su condición con la clase alta, cuya vida social encuentran frívolamente desplegada en diarios y en revistas light. A ese sordo resentimiento, el populismo y la izquierda le suministran una válvula de escape. La vulgata marxista, siempre viva y al alcance de su mano en las universidades estatales por obra de profesores, condiscípulos, cartillas o folletos, pondrá siempre por cuenta de la burguesía —o de la oligarquía, como ahora prefieren llamarla— y del imperialismo la responsabilidad de la pobreza y de estas vistosas desigualdades existentes en su país. Proviene de Marx y de Lenin la identificación de tales culpables, pero de Freud la necesidad psicológica de descargar en otro o en otros sus amargas frustraciones. Por algo decíamos en el Manual del perfecto idiota que si a este personaje pudiésemos tenderlo en el diván de un psicoanalista encontraríamos ulcerados complejos y urgencias vindicativas.
Como sus padres, los jóvenes idiotas guardan intacto el mito —y el póster— del Che Guevara, pero seguramente la revolución cubana no tiene el mismo significado que tuvo para los idiotas de la generación anterior. Es natural, pues el asalto al Cuartel Moncada, la leyenda del Granma, de la Sierra Maestra y la llegada de los barbudos a La Habana son cosas que quienes entonces eran jóvenes siguieron paso a paso y guardan sobre estos episodios recuerdos subliminales, mientras que para sus hijos son algo así como cuentos de hadas, sucesos ocurridos antes de su nacimiento. Todo lo que han percibido de Cuba es la realidad poco romántica del barbudo octogenario que hasta hace poco presidía un país lleno de penurias, que razonaba con lentitud y que con torpezas de anciano, bajando una escalera, daba un traspié y se fracturaba una rodilla. Por el mismo inexorable paso del tiempo, nuestro joven idiota prefiere Shakira a los mambos de Pérez Prado y no canta ya La Internacional, ni la Bella Ciao, ni Llegó el comandante y mandó a parar. Pero, idiota al fin, otros serán sus cánticos, emblemas y gritos. Ahora, en Venezuela, vestirá las boinas y camisas rojas de las huestes chavistas; buscará integrarse con desfiles indígenas en Bolivia o en Perú si es seguidor de Evo Morales o de Humala; dará gritos contra el TLC (Tratado de Libre Comercio) en las plazas de Ecuador y Colombia; seguirá impugnando en el Zócalo de Ciudad México el desfavorable resultado en las urnas de su líder López Obrador, y en España, considerándose un progre irremediable, asistirá con entusiasmo a los mítines de apoyo a Rodríguez Zapatero, aplaudirá a los pájaros tropicales del otro lado del Atlántico que no aceptaría en su propio país y estará convencido de que puede conseguirse la paz con ETA solamente a base de diálogos.
A Chávez, eso sí, nuestro joven idiota lo verá como el sucesor de Castro en una versión más atrevida y folclórica. Es natural, pues en él, en el presidente venezolano Hugo Chávez Frías, todos los ingredientes que participan en la formación de nuestro personaje se juntan: los vestigios arqueológicos del marxismo recibidos en cartillas y folletos, el nacionalismo de himno y bandera, el antiimperialismo belicoso y el populismo clásico que en nombre ahora de una supuesta revolución bolivariana ofrece milagros estableciendo el clásico divorcio entre la palabra y los hechos, entre el discurso y la realidad. El nuevo idiota, como el viejo —no lo olvidemos— es un comprador de milagros. El sueño, ya lo dijimos, es para él un escape a frustraciones y anhelos reprimidos. La ideología le permite encontrar falsas explicaciones y falsas salidas a la realidad. Por algo se ha dicho que la historia de Hispanoamérica es la de cinco siglos de constantes mentiras. Cuando algunas se derrumban de manera visible, otras vienen en sustitución suya.
De estas últimas, Chávez ha aportado unas cuantas que ahora recorren el continente de Norte a Sur para júbilo de idiotas de todas las edades. La más extravagante sostiene que si bien es cierto que el llamado socialismo real se derrumbó en Europa cuando fue demolido el Muro de Berlín, ahora hay del otro lado del Atlántico uno nuevo, más promisorio: el socialismo del siglo XXI. Nadie, ni el propio Chávez, ha podido explicar en qué consiste, pero para nuestros amigos suena bien como elemento generador de sueños y esperanzas. Dos principios nuevos intervienen en su fabricación. Uno es de carácter étnico: la reivindicación indigenista representada ahora, mejor que nadie, por Evo Morales en Bolivia, con prolongaciones en el Perú y Ecuador. El otro es institucional y busca rediseñar el papel de los militares.
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