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Elías Canetti - La lengua absuelta

Aquí puedes leer online Elías Canetti - La lengua absuelta texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1977, Editor: ePubLibre, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Elías Canetti La lengua absuelta

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Elias Canetti creció a orillas del Danubio en el abigarrado mundo balcánico - photo 1

Elias Canetti creció a orillas del Danubio, en el abigarrado mundo balcánico, entre búlgaros, griegos, albanos, rumanos, armenios, rusos y gitanos. Canciones turcas y viejos romances españoles acompañaron sus primeros pasos en el seno de una próspera familia judía sefardí. Dos pasiones tempranas marcaron su vida: la figura de su madre y el amor por la literatura que ella le transmitió.

Elías Canetti La lengua absuelta Autorretrato de infancia Historia de una vida - photo 2

Elías Canetti

La lengua absuelta

Autorretrato de infancia

Historia de una vida - I

ePub r1.1

German25 17.1.15

Título original: Die gerettete Zunge
Geschichte einer jugend

Elías Canetti, 1977

Traducción: Lola Díaz

Diseño cubierta: Triangle

Editor digital: German25

ePub base r1.2

A Georges Canetti 1911-1971 ELIAS CANETTI Rutschuk Bulgaria 1905 - - photo 3

A Georges Canetti.

1911-1971

ELIAS CANETTI Rutschuk Bulgaria 1905 - Zurich Suiza 1994 Elias Canetti - photo 4

ELIAS CANETTI (Rutschuk, Bulgaria, 1905 - Zurich, Suiza, 1994). Elias Canetti es uno de los grandes pensadores centroeuropeos del siglo XX , ganador del Premio Nobel de Literatura en 1981.

Es autor de una obra que participa por igual de la literatura que de la filosofía, preocupada por los grandes problemas del hombre contemporáneo. Aunque el sefardí y el búlgaro fueron sus lenguas maternas, su idioma de escritura fue siempre el alemán, incluso en los convulsivos años del Tercer Reich. Auto de fe (1935), su única novela, pretendía ser la primera de una serie de siete, en torno a la locura. Sin embargo, pronto se vio atrapado por Masa y poder (1960), obra a la que dedicó una gran cantidad de años y en la cual se interroga sobre la manera en que se alimentan ambos fenómenos.

La lengua absuelta (1977), La antorcha al oído (1980) y El juego de ojos (1985), constituyen por igual su autobiografía que una mirada a los grandes acontecimientos europeos; Fiesta bajo las bombas (2003), aunque publicada póstumamente, puede ser considerado el cuarto volumen de esas memorias. Otros de sus títulos son: La comedia de la vanidad (1952), La conciencia de las palabras (1975); La provincia del hombre (1973); y El corazón secreto del reloj (1987).

Notas

[1] Lo que está en ladino (castellano antiguo) en el original, como toda palabra extranjera, aparece en cursiva en esta edición. (N. del E.).

[2] Auto de fe, Muchnik Editores, 1980. (N. del E.).

[3] Auto de fe, Muchnik Editores, 1980. (N. del E.).

Primera parte

RUSTSCHUK

1905-1911

La maldición

Sin embargo la relación con Laurica no se rompió del todo. Recelaba de mí y me esquivaba cuando volvía de la escuela, y ponía mucho cuidado en no abrir su mochila ante mí. Yo había perdido todo interés por su escritura. Después de la tentativa homicida quedé completamente convencido de que era muy mala alumna y de que por eso se avergonzaba de enseñar su escritura incorrecta. Diciéndome esto dejaba quizás a salvo mi orgullo.

Ella se vengó terriblemente de mí, hecho que ya entonces, e incluso después, negó obstinadamente. Todo lo que puedo decir en su favor es que quizás no fuera consciente de lo que estaba haciendo.

La mayor parte del agua que se consumía en las casas venía del Danubio en toneles gigantescos. Un mulo cargaba el tonel que a su vez iba empotrado en un carro especial; delante y a un lado, iba un «portador de agua», que en realidad no portaba nada, con una fusta en la mano. El agua se compraba por poco dinero ante el portón del patio, se descargaba e iba a parar a unas grandes calderas donde se la hervía. Las calderas de agua hirviente quedaban largo rato delante de la casa, en una galería alargada, para que se enfriaran.

Laurica y yo volvimos a tolerarnos lo suficiente como para poder jugar a veces a darnos caza. Una vez, corríamos de un lado a otro, muy cerca de las calderas llenas de agua hirviendo, y cuando Laurica me atrapó al lado mismo de una de ellas, me dio un empujón y caí en el agua caliente. Me escaldé todo el cuerpo menos la cabeza. La tía Sofía, que había escuchado mi aullido espantoso, me sacó fuera y me arrancó la ropa, y toda la piel con ella, se temió por mi vida, y entre terribles dolores tuve que guardar cama muchas semanas.

Mi padre estaba en Inglaterra por aquel entonces y esto era lo peor. Estaba convencido de que me moría, le llamaba a voces y sentía que no volvería a verlo, lo cual para mí era un dolor mayor que el físico. Los dolores no los recuerdo, ya no los siento, sin embargo todavía siento la desesperada nostalgia de mi padre. Pensaba que él nada sabía de lo que me había ocurrido y cuando me aseguraban lo contrario gritaba: «¿Por qué no viene? ¿Por qué no viene? ¡Quiero verle!». Tal vez se estaba retrasando de verdad, hacía pocos días que había llegado a Manchester, a donde tenía que preparar nuestro traslado, tal vez se pensaba que mi estado iría mejorando por sí mismo y que él no tendría que abandonar sus ocupaciones. Pero aunque se hubiera enterado inmediatamente y hubiera emprendido el retorno sin demora, el viaje era largo y no podía estar de regreso tan rápidamente.

Me consolaban día tras día, y mi estado empeoraba, hora tras hora. Una noche en que creían que por fin me había dormido, salté de la cama y me desgarré todo. En lugar de gemir de dolor le llamaba a él: «¿Cuándo viene? ¿Cuándo viene?». Mi madre, el médico, todos los que cuidaban de mí me eran indiferentes, ni siquiera los veo, no tengo presente sus desvelos, debieron de haberme prestado muchas atenciones, pero yo no me daba cuenta, sólo tenía un pensamiento que era más que un pensamiento, era la herida en la que todo se diluía: mi padre.

Después escuché su voz, se acercó por detrás, yo estaba tumbado boca abajo, pronunció mi nombre en voz baja, dio la vuelta a la cama, le miré, puso suavemente su mano sobre mi cabeza, allí estaba él y yo ya no sentía ningún dolor.

Todo lo que ocurrió a partir de ese momento me lo han contado. Las llagas se me curaron milagrosamente, inicié una notable mejoría, él prometió no marcharse más y permaneció junto a mí durante las semanas siguientes. El médico estaba convencido de que de no ser por su aparición y su presencia continuada yo me hubiera muerto. Me había ya desahuciado, pero en el regreso del padre cifró su única, y no muy segura, esperanza. Era el médico que nos había traído al mundo a nosotros tres, y después acostumbraba a decir que de todos los nacimientos que había conocido este renacimiento mío había sido el más difícil.

Algunos meses antes, en enero de 1911, había venido al mundo mi hermano menor. Había sido un parto fácil y mi madre se había sentido con fuerzas como para amamantarlo ella misma. No tuvo nada que ver con la vez anterior y quizás porque todo fue tan sencillo no se le dio demasiada importancia y fue foco de atención durante muy poco tiempo.

Sin embargo barrunté que se preparaban grandes acontecimientos. Las conversaciones entre mis padres cambiaron de tono, sonaban decididas y graves, no siempre hablaban en alemán ante mí y sus charlas giraban a menudo en torno a Inglaterra. Me enteré de que mi hermano menor se llamaba George, como el nuevo rey de Inglaterra. El nombre me cayó en gracia por imprevisto, pero no así al abuelo, que quería un nombre bíblico e insistía tercamente en ello; oí decir a mis padres que no cederían, que era su hijo y lo llamarían como ellos quisieran.

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