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Rosselló Frau - El rebelde

Aquí puedes leer online Rosselló Frau - El rebelde texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Frankfurt am Main, Año: 2016;2017, Editor: Romantic Ediciones, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Rosselló Frau El rebelde

El rebelde: resumen, descripción y anotación

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Awye es independiente y solitaria. Vive una vida tranquila en la pequeña cabaña que le legó su madre en las Tierras Altas de Treeason. No sabe que está seriamente amenazada y desconoce el avance del inexorable destino. Raestan recorre a pie los caminos de Arana, cada vez más fríos y destemplados. Su ánimo sombrío y su talante huraño espantan a los que se cruzan en su camino mientras viaja imparable hacia Treeason. Tiene una misión que cumplir: debe encontrar a una mujer. Los destinos de Raestan y Awye se unirán en una noche de tormenta, a la vez que un mortal peligro los acecha y los persigue. ¿Podrán el rebelde Raestan y la indómita Awye llegar a un acuerdo en el viaje de regreso hacia Betanco? ¿Serán capaces de superar el pasado y salvar los obstáculos para mirar hacia el futuro? Sumérgete de nuevo en el universo creado por la magistral pluma de Paula Rosselló Frau. Una novela llena de aventuras, conspiraciones y deseos prohibidos.

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Primera edición en digital enero 2017 Título Original El rebelde Paula - photo 1

Primera edición en digital: enero 2017
Título Original: El rebelde.
©Paula Rosselló Frau 2017
©Editorial Romantic Ediciones, 2017
www.romantic-ediciones.com
Imagen de portada ©curaphotography
Diseño de portada: Olalla Pons
Diseño Cartográfico: M.L. Toledano
ISBN: 978-84-16927-24-1
Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

El rebelde - image 2

A mi padre,
un hombre que lo dio todo por su familia
y que me transmitió el amor por los animales,
por la naturaleza y por la vida.

T’estim, Papá. Grasis per tot.


«A quien amas, dale alas para volar, raíces para quedarse
y motivos para volver».
Dalai Lama.

«La sangre te hace pariente, pero la lealtad te hace familia».
Anónimo.

«Poca gente es capaz de prever hacia donde les lleva el camino hasta que llegan a su fin».
John Ronald Reuel Tolkien.

Prólogo
El guardia avanzaba con paso regular por el largo pasillo de las mazmorras de la prisión. El pavimento de piedra resonaba con cada pisada de las pesadas botas con remaches de hierro del soldado y creaba extraños ecos en el silencioso y estrecho pasillo.
A cada lado de este había, a intervalos de pocos metros, recias puertas metálicas que encerraban tras ellas a lo peor de la criminalidad del reino de Betanco. Algunos esperaban la ejecución; otros aguardaban el juicio que habría de determinar si conservaban la vida para pasar el resto de los días en las minas de carbón, en las canteras de piedra o, peor, hundidos hasta los tobillos en el lodo del pantano del Hedor, mientras seleccionaban el cieno que se utilizaba para fertilizar las áridas tierras de cultivo, al norte de la nación.
El soldado se detuvo antes de llegar ante la puerta que tenía que abrir. Estaba nervioso y le sudaban las manos con las que sostenía las llaves de la celda del más fiero convicto que había custodiado jamás.
El rey en persona le había ordenado que trajera al reo a su presencia y se avergonzaba de su propia inseguridad. Hacía años que custodiaba presos en esa prisión y nadie, jamás, le había provocado el escalofrío de terror que recorría su espinazo cada vez que los ojos grises y ominosos como un cielo tormentoso de ese hombre, apodado «Rebelde», se posaban sobre él.
Alforen adelantó la barbilla y se recriminó su falta de valor. Alargó el brazo y las llaves tintinearon unas contra otras en la argolla de hierro cuando la mano tembló en el aire.
Entonces se oyó un extraño sonido en el interior de la celda que erizó todo el vello de la nuca del soldado con un escalofrío de gélido terror. Se detuvo y tragó con un esfuerzo, a la vez que pensaba seriamente si era más conveniente alegar una súbita indisposición y que fuera otro el que se enfrentara a ese ser. Volvió a menear la cabeza, avergonzado de sí mismo. Escuchó más atentamente, pero el sonido no se reprodujo y Alforen comprendió que el condenado se había reído al percibir su miedo. Pero lejos de asemejarse a una carcajada parecía el graznido de algún ente sobrenatural, carente de toda la alegría que conlleva ese sonido.
Gruesos goterones de sudor bajaron por el cuero cabelludo del soldado hacia la frente y resbalaron hacia las cejas y ojos. Se pasó la manga del uniforme por el rostro y se limpió la humedad salada.
Se obligó a adelantar un paso y se situó frente a la puerta, introdujo la llave en la cerradura y se negó a vacilar a la hora de darle la vuelta. La nuez subió y bajó por su cuello mientras abría la puerta y cogía las argollas, colgadas de un clavo en la pared, para encadenar al reo.
—¡Sal! —ordenó con brío. Pugnó para que no le temblara la voz al imprimirle toda la autoridad que había adquirido a lo largo de los años en esa ocupación.
El interior de la celda estaba completamente a oscuras, ya que se encontraba en los sótanos de la prisión y la luz del sol no llegaba a esas miserables estancias, pero solo recibió silencio a la demanda.
—¡No me hagas entrar ahí, Raestan! Recuerda lo que pasó la última vez —advirtió con un tono de voz más alto al recordar lo mucho que le costó al pelotón de soldados la descomunal tarea de encarcelar al destituido primer general de Betanco. La formidable fuerza de Raestan, unida a la ira que lo consumía, hicieron de esa gesta una odisea casi imposible. Se arriesgó a acercarse un poco más a la entrada y de inmediato sintió en las mejillas un soplo de aire. Apenas tuvo tiempo de echarse hacia atrás cuando el rostro del reo se adelantó y quedó iluminado por la luz de la antorcha que iluminaba el pasillo.
El guardia retrocedió, intimidado, sin poderlo evitar.
Raestan agachó la cabeza para poder traspasar la entrada de la celda y se irguió en toda su inmensa estatura en el pasillo, cuyo techo alcanzaba una considerable altura de dos nobos y diez cánobos y, aun así, el cabello encrespado rozó la piedra del ábside.
A pesar de los meses que llevaba encerrado en ese calabozo de apenas cuatro nobos cuadrados y las duras condiciones que soportaban los presos de esa área, el cuerpo de Raestan todavía conservaba la envergadura que le había granjeado el sobrenombre de «Coloso» cuando alcanzó la mayoría de edad.
Raestan contempló al guardia sin expresión, miró las argollas que pendían de las manos del hombre frente a él y de su garganta emergió un sordo gruñido de furia que, sin embargo, no alteró sus facciones.
Alforen hizo denodados esfuerzos para que la saliva volviera a bañar su cavidad bucal mientras contemplaba el estado actual del hombre que había encerrado hacía seis meses.
Las ropas habían quedado reducidas a simples andrajos que pendían precariamente de la cintura, a trozos, y cubrían parcialmente los muslos. El resto del cuerpo estaba desnudo y cubierto por infinidad de desconocidas y repelentes sustancias que se adherían al oscuro vello corporal que le cubría el pecho, piernas y brazos. El cabello, cuya tonalidad era imposible de adivinar y que ya era largo antes del encierro, había crecido en salvaje desorden y una tupida y agreste barba rozaba la clavícula.
El asombro sustituyó al pavor en el rostro de Alforen al contemplar el lamentable estado del preso desde la última vez que lo había visto. Cuando lo sentenciaron a reclusión absoluta la furia que desencadenó ese veredicto en Raestan, todavía la comentaban los viejos del lugar como lo más aterrador que se había vivido en los últimos años.
El que, en otro tiempo, había sido el más fiel y bravío soldado del reino había roto sus cadenas y sembrado el caos en un intento de huida, pero la Guardia Roja del rey, un regimiento que se dedicaba única y exclusivamente a hacer acatar la ley y proteger al monarca, se le había echado encima y había logrado reducirlo entre las miradas consternadas de sus camaradas de armas, los cuales asistían impotentes a la condena.
Como escarnio popular lo habían atado a unos postes en la plaza y lo habían azotado públicamente con un gato de nueve colas cuyas puntas, revestidas de cristal machacado, le destrozaron la espalda.
Alforen pudo ver que, todavía ahora, había costras de sangre reseca en los hombros y brazos; pálidas y alargadas cicatrices asomaban por encima del trapecio como si quisieran arañar el borde del tatuaje tribal que lucía en el hombro izquierdo, bajaba por el pecho hasta rozar el vello pectoral y recorría hacia abajo el lado izquierdo de la espalda, el costillar y la cintura, hasta llegar a la cadera y perderse bajo el pedazo de tela que cubría las partes pudendas.
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