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VÍCTOR GARCÍA MONTERO - EL ENCLAVE

Aquí puedes leer online VÍCTOR GARCÍA MONTERO - EL ENCLAVE texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: AUTOPUBLICADO - CREATESPACE, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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VÍCTOR GARCÍA MONTERO EL ENCLAVE

EL ENCLAVE: resumen, descripción y anotación

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La oscuridad envuelve los metálicos pasillos del enorme complejo. Entre los centenares de habitaciones una mujer perdida, sin recuerdos ni pasado, tratará de averiguar quién es y dónde se encuentra, aunque quizá las respuestas sean más peligrosas que las criaturas que la acechan desde las sombras.

El Enclave despierta a cada paso, en cada esquina y tras cada compuerta. ¿Estás preparado para asumir la verdad?

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Luz

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A mi musa particular,
sin la cual este sueño nunca se habría completado.
PRELUDIO

La oscuridad parecía acabarse y entre la negrura empecé a vislumbrar jirones de luz resquebrajando la quietud, el silencio; entonces volvió el dolor. Una lacerante punzada presionaba mi cabeza y apenas me dejaba escuchar mis pensamientos.

Al fin mis ojos comenzaron a abrirse y allí, frente a mí aún recostada, apareció un techo de color claro, metálico, con una inmensa luz cegadora que hería mis ojos. ¿Dónde estaba?

Sentí como el entumecimiento recorría mis huesos, mis manos y piernas, mis labios resecos. ¿Podría levantarme siquiera?

Con un esfuerzo sobrehumano me incorporé; ahora podía ver la extraña habitación donde me encontraba: tendida sobre una camilla alta, con una puerta metálica de seguridad en frente mía y multitud de mesillas y utensilios médicos alrededor. Un espejo grande a modo de ventana en una de las paredes reflejaba mi imagen centrando mi atención.

¿Esa era yo?

Apenas estaba tapada con una bata, como las que se usaban en los hospitales o antes de las operaciones; mi cabello oscuro y rizado me estorbaba sobre los iris marrones de mis ojos y se deslizaban sobre los hombros. No debía de pesar más de cincuenta kilos para una altura cercana al metro setenta, lo que me hacía parecer delgada, mas aún con esa tela azulada sobre el cuerpo.

El cristal no delataba más información pues parecía uno de esos espejos para mirar desde fuera de la sala, lo que solo aumentaba mi inquietud por averiguar más sobre mí y mi lugar allí, tendida, sola.

Me froté los ojos con las manos, aún me escocían por la intensa luz, y descubrí unos pequeños orificios sobre las muñecas, quizá para algún tipo de inyectores. La cabeza me dolía horrores y por impulso, antes de bajarme de aquella camilla, eché mis manos a la cabeza intentando mitigar el dolor.

Mis dedos hurgaron entre el frondoso pelo azabache cuando, abruptamente, se detuvieron. Allí, apenas a unos centímetros de la nuca, había una cicatriz extrañamente reciente y desproporcionada, con restos de sangre reseca aún alrededor.

Miré incrédula los dedos manchados de mi propia sangre seca. ¿Qué me había pasado? ¿Por qué estaba allí y dónde estaban los médicos? Demasiadas preguntas para un horrible despertar.

Me decidí al fin a bajar de la camilla apoyando uno de mis pies desnudos sobre el impoluto suelo pero una tarea tan sencilla como aquella se convirtió en titánica y, apenas apoyé mi peso sobre él, mis piernas cedieron y caí a plomo contra el piso. Dios, eso dolía aún más. Casi desnuda, sin fuerzas y tendida contra el suelo; tardé varios minutos hasta que me respondieron mis piernas y mis brazos lograron alzarme de nuevo a la posición vertical pero aún podía sentir cómo me tambaleaba, como si de uno de esos zombis de película se tratase.

Decidí dirigirme hacia la única salida: se trataba de una extraña puerta metálica, sin cerradura y con un panel numérico en su lateral derecho. No había cierre de seguridad tipo Alfa ni central de monitorización pero, ¿cómo coño sabía yo que eran todas esas extrañas palabras? En mi cabeza surgían sin explicación como si por un embudo quisieran pasar a la vez los textos del Quijote y se mezclaran sin freno.

Mis dedos comenzaron a moverse, acariciando primero los números y presionándolos después, en una sucesión continua y automatizada que no pude controlar. Al momento, la puerta se abrió con un quejido. Los cierres de seguridad se habían retirado y tan solo con mi mano pude desplazarla hacia atrás, indecisa, miedosa, sin saber qué me esperaba tras ella...

CAPÍTULO I

Despacio, como a cámara lenta, la puerta de seguridad de la sala médica se abrió hasta quedar completamente apartada de mí. Aún con el frío atenazando mi cuerpo y con todos mis miembros aletargados, logré avanzar un paso más, luego otro. La estancia que se abría allí, enfrente de mí estaba iluminada con débiles luces en su techo, mientras que por toda la habitación había mesas con ordenadores y multitud de objetos de investigación como probetas, tubos de ensayo, compuestos y multitud de tarros con extrañas sustancias en su interior. ¿Qué era todo aquello? Si era una sala médica como yo había supuesto, debía de poder albergar más de veinte operarios y asistentes. ¿Dónde estaban?

Me giré sobre mis talones y comprobé cómo alrededor de la sala de la que había salido había otras tres habitaciones de idénticas proporciones y características marcadas todas ellas con letras que iban desde la "H" hasta la "K" pero sin ningún ocupante en su interior. No podía sino suponer que en algún lugar estarían las salas "A", "B" y un largo etcétera, lo que significaba que aquello era enorme.

Sin poder aguantar más sobre mis piernas, me desplomé sobre una de las sillas cercanas. Los ordenadores estaban apagados y, pese a mis intentos por revivirlos, no hubo respuesta. Si la energía se había acabado, las luces podrían seguir funcionando con el sistema auxiliar pero los ordenadores y materiales no esenciales no podrían activarse hasta que se recobrase el sistema.

Frustrada, cansada, desorientada y con frío. Aquello era horrible y multitud de preguntas se agolpaban en mi cabeza, bailando al unísono con las punzadas de dolor de su interior en un continuo rezo. Las lágrimas comenzaron a aflorar en mis ojos cuando un ruido metálico me hizo volver a levantar la cabeza.

¿Qué había sido eso?

Provenía del fondo de la sala, allá donde una puerta enorme marcada como "M12" cerraba el paso.

¿Quizá no estaba sola?

La idea de que hubiese alguien allí era una mezcla de incertidumbre, miedo y esperanza así que reuní mis fuerzas para levantarme y volví a entrar en la habitación donde había despertado. Allí seguía todo como si el tiempo se hubiese detenido; el suelo frío bajo mis pies, el aire enrarecido por el cierre de la sala. Mis ojos rápidamente vieron lo que estaban buscando. El escalpelo o pequeño bisturí yacía sobre una tela azulada de una bandeja con material quirúrgico limpio. Era un arma improvisada más que efectiva y muy afilada. Una sensación de falsa seguridad comenzó a recorrer mi cuerpo cuando mis dedos se deslizaron sobre su frío tacto. Ahora solo faltaba encontrar algo de ropa. Aquel lugar era como un enorme frigorífico.

Nuevamente anduve a duras penas entre las mesas y ordenadores; el orden de aquella sala me ponía los pelos de punta pero también sentía una extraña sensación de familiaridad con todo lo que me rodeaba. ¿Acaso yo era una doctora o auxiliar de aquel centro? ¿Dónde estábamos?

Dejé de lado otras dos puertas marcadas de la misma manera que la que era ahora mi objetivo. Otra vez sin cerradura. Otra vez un panel numérico a su derecha pero, además, un lector táctil que parpadeaba en un color verdoso como si sufriese algún tipo de error o reinicio.

Mis dedos se posaron suavemente sobre el teclado, sin esfuerzo, como si lo hubiesen hecho un millón de veces cuando, de repente, un tremendo dolor, como el de mil alfileres clavándose en mi cerebro, me hicieron caer al suelo estrepitosamente, y la negrura se hizo cargo de mí.

CAPÍTULO II

Sangre. Miedo. Dolor. Gritos, muchos gritos de mujeres, hombres, niños. Un rugido aterrador resonando en mi cabeza y sentir cómo mis pies corren sin cesar y mis piernas no pueden sostenerme.

Cuando mis avellanados ojos volvieron a abrirse, seguía allí tendida, contra la puerta "M12", sudando y con la respiración desbocada. Mi cuerpo seguía entumecido y frío, desbordado por un caudal de sensaciones que lo saturaban y embriagaban sin control. Pasé la mano por mi cara intentando despejarme pero al apartarla, mis dedos estaban manchados de sangre, mi sangre. Estaba sangrando por la nariz pero apenas se trataba de un hilillo. Nada serio.

¿Qué había pasado? ¿Qué me habían hecho en mi cabeza? ¿Acaso estaba enferma?

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