Para Illyssa, porque
todos los días son noche hasta que la veo,
y las noches días de sol cuando aparece en mis sueños.
Shakespeare, Soneto 43
Ésta es una obra de ficción. Mis buenos amigos Mike Allen, Tim McCarthy, Bucky Lainhart, Darlene Baker y Scott Congel me sirvieron de inspiración mientras creaba los personajes de Mike Allen, Tim McCarthy y Darlene Baker; Bucky, su esposa Judy y su hijo Russel, y Scott King y su novia, Emily. Pero el resto de los personajes, incluido el de James King, son ficticios y producto de mi imaginación. El verdadero padre de Scott Congel, Bob Congel, es uno de mis amigos más íntimos y nos ha tratado, a mi familia y a mí, como si fuéramos de la suya propia, haciendo gala de una gran amabilidad y generosidad. No se parece al personaje de James King más de lo que yo me parezco a Thane Coder. De manera que cualquier parecido de estos personajes con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia. Asimismo, se mencionan en la novela ubicaciones y acontecimientos reales, pero también éstos se han empleado de forma ficticia.
Estrellas, ocultad vuestro fuego:
que la luz no vea mis oscuros y profundos deseos:
el ojo le hace un guiño a la mano; que así sea
lo que el ojo teme, cuando está hecho, ver.
Macbeth, acto primero, escena 4, versos 50-53
– La mayoría de la gente habría hecho lo mismo -digo yo.
– Una afirmación interesante -dice el loquero-. La mayoría de la gente no mataría al hombre que ha sido como un padre para ellos.
– No era mi padre.
– He dicho como un padre.
Asiento, porque era cierto.
– Supongo que, puestos a pensar en ello -prosigo-,él me dio cosas que mi padre nunca me había dado. Pero también se llevóotras. Dinero. Mi mujer. Mi hijo. Cosas que ningún padre le quitaría a su hijo.
–¿Quéquieres decir con que se las llevó? -pregunta el loquero-. Eso no es lo que pasóde verdad,¿no crees?Él no te quitóa tu esposa.
– De acuerdo. Lo que hizo fue mover las piezas del tablero hasta conseguir que se alejaran de mí. Es lo mismo.
–¿Y merecía morir por eso?¿Los otros también?
– No sési lo merecían o no -contesto-. Pero sucedió, y le habría sucedido de la misma forma a la mayoría de la gente. Miúnico deseo era labrarme un futuro: tener una esposa, una familia.
–¿De verdad lo crees, Thane? -me pregunta con la vista fija en su cuaderno -.¿Crees que la mayoría de la gente habría hecho lo mismo que tú?
– Creía que los loqueros solían preguntar por las madres.¿A quéviene todo este rollo del padre?
– No mataste a la figura materna -diceél con su característica voz profunda.
– Ni a mi mujer.
Él enarca una ceja.
–¿Por quéla mencionas?¿Acaso merecía lo que le sucedió?
Desvío la mirada y digo:
– En cierto sentido. Tal vez. Sueño con eso. Con ella.
– Freud dijo que los sueños son deseos -afirma-. Mira,¿por quéno empezamos por el principio?¿Y si me cuentas toda la historia?
–¿Para que pueda escribir un libro? -pregunto.
– Para que pueda ayudarte.
–¿Cree que necesito ayuda? -digo-. Soy una concha. En un par de semanas estaréfuera de aquí. Todo esto no es más que un formulismo. Saldréde aquíy ni siquiera seguirésiendo Thane Coder. Mike Jenkins;ése serámi nuevo nombre. Me han conseguido un empleo en una ferretería. Quince dólares la hora y un cuarto con dos camas a las afueras de Bozeman.¿Ha estado alguna vez en Montana?
– Sigues siendo una persona -diceél-. Tienes que vivir con esto.
En losúltimos seis años he visto a otros individuos comoéste. Psiquiatras que sueñan con ayudar a quienes están más alláde cualquier ayuda, o que no tienen lo que hay que tener para conseguir un despacho forrado de libros y sillones de piel. Nunca ayudan; se limitan a remover el poso que estaría mucho mejor quieto, en el fondo. Pero hay algo en la idea de ser por fin libre que me causa vértigo y me da ganas de hablar, aunque sea de esto.
–¿Por dónde empiezo? -pregunto con un suspiro.
–¿Quéte parece si comienzas por la tormenta? -contesta mientras juguetea con el bolígrafo-. Háblame de ello. Por lo que consta en tu expediente, da la impresión de que supuso un punto de inflexión.
Al otro lado del ladrillo y las barras de acero oigo el sonido de los desechos que se derraman por el patio. Ululando en el aire frío. Sus palabras suben hacia el cielo en forma de nubes de humo. El ruido de sus burlas obscenas queda amortiguado por la sucia ventana de la pequeña sala cuadrada. Miro hacia fuera y veo el muro. En la cima, el ojo vacío de la torre lo observa todo. Un guardia estáinclinado ante un libro. No hay ningún rifle a la vista.
Pienso en Jessica, mi mujer. Hermoso cabello oscuro. Sexy, en un estilo infantil. Era una chica dulce. Asíla describiría; asíera, a pesar de todo. Aunque le eche la culpa.
Quéenfermo.
¿Cómo podría entenderlo el médico jefe de la cárcel?
– Nunca creíque pudiera matar a nadie -digo, y vuelvo a suspirar porque séque voy a contárselo, aunque no nos beneficiaráa ninguno de los dos-. No hablo de matar en un ataque de furia, o en legítima defensa, o en una guerra. Hablo de matar a alguien para conseguir lo que quieres.Ése no era yo. Pero incluso los mejores tenemos un lado oscuro. No digo que yo fuera el mejor, pero tampoco era de los peores. Creo que me hallaba donde estála mayoría de la gente. Fueron las circunstancias.
Ahora toma notas: el Bic azul recorre el papel amarillo. Un dedo gordo est
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