LaVyrle Spencer
Destino y deseo
Título original: A Promise to Cherish
Con
Gratitud,
a mis amigos
en Independence y Kansas City.
A Bea que me suministró el mapa.
A Barbra, que me mostró el viejo huerto.
Y a Vivien Lee, que me llevó al ‹‹CC››.
Mientras la primera maleta se acercaba por la cinta transportadora del Aeropuerto Internacional Stapleton, de Denver, Lisa Walker verificó impaciente su reloj, tamborileó con cuatro dedos de uñas pintadas sobre el bolso que le colgaba del hombro, y frunció el ceño. Se movía inquieta, adelante y atrás. Consultó por segunda vez su reloj…¡faltaba apenas una hora y diez minutos para la subasta! Si la condenada maleta no aparecía pronto, tendría que acudir al municipio con esos descoloridos vaqueros azules.
Lisa miró hostil el comienzo de la cinta transportadora, hasta que al fin apareció su equipaje. Respiró hondo y extendió un brazo para retirar la maleta.
La cogió de la cinta y corrió… Los cabellos negros sueltos sobre su piel oscura y los parches gastados de sus vaqueros, situados justo sobre las nalgas, atrajeron la atención de varios hombres, a los que esquivó con agilidad. Las plumas que adornaban sus cabellos se erguían con cada uno de los largos pasos sobre el suelo de la terminal, hasta que al fin llegó, jadeante y sin aliento por el clima de Denver, a la oficina de la compañía de alquiler de automóviles.
Veinte minutos después, la misma maleta caía sobre la cama de la habitación 110 del Cherry Creek Motel. Lisa se apresuró a sacar de sus vaqueros los faldones de la blusa, al mismo tiempo que soltaba el cierre de la maleta y la abría. Su mano se detuvo. Miró atónita.
– Oh, Dios mío -murmuró.
Los dedos inertes olvidaron por completo los botones de su blusa. Contempló desconcertada el extraño contenido de la maleta, mientras se cubría los labios con una mano, y con la otra se presionaba el vientre, atacada repentinamente por una sensación de náuseas.
– Dios mío… -Sus ojos vieron lo que había allí adentro, pero su mente se negó a aceptarlo-. No… ¡no puede ser!
Pero lo que no veía era el sobre color mostaza donde había guardado la propuesta que debía realizar para una planta de tratamiento de aguas residuales, el asunto en el que había trabajado las dos últimas semanas. En cambio, una rubia semidesnuda le mostraba un par de pechos enormes y sonreía con un gesto sugestivo desde la portada del ejemplar de la revista Thrust.
Durante un momento Lisa permaneció inmóvil, dominada por la incredulidad. ¿Thrust? Se inclinó horrorizada, y se sintió aturdida. Después, revisó frenética la maleta, retirado un objeto tras otro… un traje gris, dos pantalones, productos para afeitarse, dos camisas cuidadosamente dobladas, unos shorts azules, un par de calcetines negros. Además, desodorante, un par de zapatillas gastadas con los cordones sucios, un secador de cabello, y un cepillo con algunos cabellos muy oscuros atrapados entre las cerdas blancas.
Pasó un pulgar sobre el cepillo, después lo dejó caer con desagrado, y abandonó la revisión del contenido, para leer la identificación que colgaba del asa de la maleta.
SAM BROWN
WARD PARK 8990
KANSAS CITY, MISSOURI 64110
Con un gemido, Lisa se dejó caer en la cama, se inclinó hacia delante y se llevó las dos manos a la frente. «¡Maldita sea, sí que la he hecho buena! ¡EI viejo Thorpe disfrutará con esto durante meses!» Al pensar en Thorpe y en su cerebro estrecho y racista, el pánico la dominó, sintió que le dolían las sienes y que la sangre le hervía en las venas mientras se incorporaba de un salto. Consultó su reloj. Los pensamientos se sucedieron frenéticos en su cabeza, y permaneció de pie, indecisa, desviando los ojos del teléfono a la maleta y a las llaves del automóvil sobre la cama.
El cerebro de Lisa contempló innumerables e ingratas posibilidades, mientras se preguntaba a quién llamar primero. ¿Podría recuperar su propia maleta y presentar la propuesta antes de las dos de la tarde?
Perdió cinco minutos telefoneando a la oficina de información de la compañía aérea, que le recomendó que llamara a la sección de objetos perdidos; allí le informaron que volverían a comunicarse con ella en media hora. Frustrada e irritada consigo misma y con la compañía que no tenía un empleado encargado de verificar la identificación de los equipajes, Lisa regresó al aeropuerto. Cuando la búsqueda en el departamento de objetos perdidos resultó inútil, consideró que había poco que hacer, excepto llamar a la oficina central de Kansas City y reconocer su error.
Lisa sintió que le dolía el estómago mientras marcaba el número. Imaginó el vientre redondo y los ojitos porcinos de Floyd Thorpe, el presidente y propietario de la compañía, que nunca desaprovechaba la oportunidad de recordarle por qué la había contratado. Oh, cómo esperaba Thorpe esa ocasión. Era un reaccionario pagado de sí mismo, y, en efecto, había esperado mucho tiempo su oportunidad. Ella sabía muy bien que Thorpe rechinaba los dientes cada vez que se cruzaban en las oficinas. Sin duda tenía que visitar a su psicoterapeuta todos los días de pago, después de entregarle su cheque.
«Bien, ¿deseabas competir en un mundo masculino y ganar el sueldo de un hombre…? ¡Pues ya lo tienes!»
En los tres años que Lisa llevaba trabajando en la industria de la construcción, nunca le había costado tanto ganar el sueldo.
La voz de Floyd Thorpe se quebró a causa de la cólera. Emitió un verdadero rosario de malas palabras, y concluyó ordenando a Lisa:
– Lleva tu trasero femenino liberado al lugar de la licitación, y descubre quién demonios es el contratista que ofrece la cifra más baja; cuando lo sepas vuelve de inmediato a casa, porque Dios sabe que no me propongo hacerme cargo de la estancia de ninguna condenada mujer en un hotel de Colorado, comiéndose el dinero de mi cuenta de gastos, cuando ni siquiera sabe distinguir entre su trasero y una palangana; y cualquier burócrata del gobierno que diga que es fácil encontrar miembros de las minorías que valgan la pena, puede ir con su discurso a…
Lisa cortó la comunicación.
«¡Machista, canalla reaccionario!» De nuevo constató la total inutilidad de aspirar a un cambio en las estrechas opiniones de hombres como Floyd A. Thorpe.
Lisa no se hacía ilusiones acerca de los motivos por los cuales la habían empleado. No sólo era mujer, sino que tenía un cuarto de sangre india, circunstancias que hacían que su jefe fuera considerado por el gobierno federal un empleador de miembros de minorías; el gobierno federal había decretado que el diez por ciento de los recursos federales destinados a trabajos públicos serían asignados a empresarios que tuvieran a miembros de las minorías en su nómina.
Ante las considerables ventajas de que disfrutaban estos contratistas, Floyd A. Thorpe habría pagado lo que fuera por ser él mismo una india… si hubiera podido serlo sin convertirse en piel roja ni ser mujer. Pero Floyd Thorpe no sólo era varón; también era tan blanco como el propio presidente, y nunca permitía que Lisa lo olvidara. Siempre que ella estaba cerca, escupía la saliva oscurecida por el pedazo de tabaco que mascaba sin descanso. Ceñía su prominente barriga con un cinturón apretado. Contaba chistes obscenos y hablaba con el lenguaje más sucio que podía concebirse. La situación iba a peor, mientras Lisa continuaba rechazando las invitaciones de Floyd Thorpe para ocupar el cargo de vicepresidente de Construcciones Thorpe. Y si a Lisa Walker eso no le agradaba, la actitud prepotente de Thorpe, sugería que podía volver a su casa y dedicarse a masticar cueros, plantar maíz y criar algunos niños.
Página siguiente