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Cerdán - Cien años de Perdón (Spanish Edition)

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Cerdán Cien años de Perdón (Spanish Edition)
  • Libro:
    Cien años de Perdón (Spanish Edition)
  • Autor:
  • Editor:
    Ediciones Versátil
  • Genre:
  • Año:
    2013
  • Índice:
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Cien años de Perdón (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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¿HASTA DÓNDE ES CAPAZ DE LLEGAR EL SER HUMANO POR DINERO? Hace ya años que el Inspector Ramos abandonó el sueño de ser un buen policía, ni siquiera sus compañeros se fían de él, toda su vida es un engaño y su familia le desprecia.
Mientras intenta resolver la muerte de un anciano y esclarecer un asesinato múltiple, Antonio Ramos solo tiene una cosa en la cabeza: hacer lo que sea para quedarse con un dinero que ha visto pasar delante de sus narices. Pero la mafia rusa y Asuntos Internos le pisan, no ya los talones sino los tobillos, y los cadáveres se van acumulando a su paso en una asfixiante y vertiginosa espiral de violencia que solo puede conducirle a un callejón sin salida…
«Cerdán […] me recuerda a lo mejor de los maestros Andreu Martín y Juan Madrid: el delito como código y discurso, medio de vida y carretera hacia el desastre.» Carlos Salem

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CIEN AÑOS DE PERDÓN

CLAUDIO CERDÁN

Título original: Cien años de perdón

Publicada con acuerdo de Juán José Boya, agente literario.

© 2013 Claudio Cerdán

Diseño cubierta/Fotomontaje: Eva Olaya

Fotografías cubierta @Shutterstock

1ª edición: octubre 2013

Derechos exclusivos de edición en español reservados para España:

© 2013: Ediciones Versátil S.L.

Av. Josep Tarradellas, 38

08029 Barcelona

www.ed-versatil.com

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o fotocopia, sin autorización escrita del editor.

Índice de contenido

«Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón.»

Refrán popular

«Lo que más deseaba, en realidad, era ser un buen policía.

Nadie pensaría que ello pudiera ser tan difícil.»Peter Maas, Serpico .

«Los errores cometidos por ignorancia con honrado propósito

jamás serán de tan fatales consecuencias para el bien público

como las prácticas de un hombre inclinado a la corrupción

y de grandes aptitudes para conducir y multiplicar

y defender sus corrupciones.»Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver .

«—¿Cuánto hace que trabaja aquí?

—Ocho años. Me he despertado cada mañana

con una pistola en la boca.»

Warren Ellis, Camino Tortuoso .

LUNES, 20 DE OCTUBRE

6:49

Hay peores formas de morir. El ser humano se ha especializado en joder al prójimo de cualquier manera imaginable: envenenamiento lento por cianuro, ardiendo a lo bonzo, un tiro en el estómago, vomitando bilis y sangre al final de un cáncer, o la tortura aquella china de la gotita de agua. En cualquier caso, siempre habrá una forma peor de morir que ser atropellado por mi coche.

Detengo el vehículo y me enciendo un cigarro. Hay algo raro dentro de mí, porque decido bajar y mirar el cadáver en lugar de seguir la marcha. Me digo que es la edad, que me estoy volviendo blando. Después pienso que tal vez siga vivo y rematarlo no me parece mala opción. Tengo mi pistola reglamentaria en el costado. Para eso está la policía: para acabar con el sufrimiento de esta sociedad decadente.

Bajo del coche. Un camión pasa a toda pastilla por mi lado. No encuentro rastro de sangre, ni siquiera un cuerpo. Avanzo unos pasos. A un lado veo algo que se mueve, que se arrastra. Me acuclillo y saco el fusco. Lo toco con el cañón. Está vivo. Me mira con ojos oscuros y cansados, pero está vivo.

El gorrión intenta aletear. Cuando chocó contra mi parabrisas hizo un ruido acolchado y salió despedido hacia arriba. ¡Pop! Una pelota de tenis rematada por un Rafa Nadal con almorranas. En Barrio Sésamo llamaban a esto «una buena hostia».

Abre el pico pero no emite sonido. Quiere vivir.

—Deberías haber pensado eso antes de suicidarte, amigo.

Hay peores formas de morir que encontrarse conmigo, aunque ahora no se me ocurre ninguna. Busco una piedra para acabar con el sufrimiento de la criatura, pero entonces algo cambia. Su mirada se hace dura. Puede que sea mi propia imaginación. Estoy seguro de que se trata de eso, pero me gusta ese cambio de ánimo. Ahora el gorrión moribundo desea matarme. Quiere morir matando. No se va a rendir, estoy convencido. Es un guerrero mediocre, pero en el fondo quiere luchar.

—Esta será mi primera buena acción desde 1994 —digo antes de lanzarle humo a la cara.

Lo agarro con la mano y me lo echo al bolsillo. El puto bicho pelea, me pica con las pocas fuerzas que le quedan, intenta aletear. Ahora es mi prisionero. No sabe que su asesino está intentando salvarle la vida.

Me termino el cigarro mirando la ciudad. Algún poeta borracho podría asegurar que la Avenida de Elche es un ejemplo de travesía idílica. Es la carretera que une Alicante con la Vega Baja. Desde ella alcanzas el aeropuerto de El Altet, zonas costeras como Los Arenales del Sol e incluso los estudios de cine de La Ciudad de la Luz. Transcurre paralela al mar, con dos carriles para dar fluidez al tráfico y las omnipresentes palmeras alegrando la vista del turista ocasional.

Pero, como todo en esta ciudad, está renegrido hasta la médula.

El asfalto luce destrozado, las calas son el vivo reflejo de un estercolero, y en cada palmera acecha una puta dispuesta a succionarte el alma «por solo veinte euros, mi vida, por diez más te dejo tocarme las tetas». Desde Federico Mayo hasta Óscar Esplá surge el más variopinto self-service de la prostitución: universitarias tan mezcladas con heroinómanas que ya ni se distinguen las unas de las otras, subsaharianas sin clítoris pero con cicatrices tribales en el rostro, rumanas que solo saben decir tres palabras y ninguna de ellas es para dar las gracias, el Genaro convertido en la mimetización perfecta de la mujer, travelos ominosos, gordos y esperpénticos vestidos como musas de cabaret, diosas pervertidas del exceso, de lo barroco, de la vulgaridad extrema. Fauna de callejón nocturno, de parque infantil alfombrado de jeringuillas, náufragos que olvidaron hasta su verdadero nombre y que un día terminarán por fundirse con la suciedad de las aceras, desapareciendo para siempre de un mundo en el que nadie les echará en falta porque otro heredará su esquina, sus clientes y su olor. El ciclo darwiniano recomponiéndose de las ruinas de lo que algunos se apresuran a llamar «vida» y otros denominamos «porquería».

Y entre la maraña de desechos y venas picadas, veo a Nelson Chávez: diecinueve años, vida de mierda, tan delgado que incluso su propia sombra hace más bulto que él; pulso de anciano, lóbulo frontal cocido; en su tabique nasal hay suficiente pegamento para engrasar un submarino.

Son casi las siete de la mañana y no hay tráfico, pero tengo que esperar un rato para cruzar los cuatro carriles. Los vehículos pasan a toda prisa levantando ráfagas de aire. Unos críos que se retiran le lanzan un bote de refresco al Genaro, que les desea un feliz cáncer de escroto a cada uno. La juventud actual no sabe tratar a las mujeres. Cuando por fin llego a la otra acera, nunca mejor dicho, el Nelsinho me espera con pupilas dilatadas. Todos me conocen y saben que correr no soluciona nada.

—¿Qué tal, Chavito? —le aprieto la colleja y baja la cabeza.

—Señor Ramos, yo no he hecho nada.

—No me jodas, Chavito, no me jodas —le suelto de golpe y casi se cae de morros—. ¿Qué haces aquí, desgraciado?

—Nada, se lo juro.

—A mí no me jures que te parto la cara. ¿Qué? ¿Sigues pasando mierda? ¿Qué es ahora? ¿Polvo? ¿Jaco?

—Iba camino de mi casa, se lo ju… bueno, eso, que es verdad.

—Yo decido lo que es la verdad y lo que no. ¿Quieres saber lo que es la verdad? La verdad es lo que a mí me apetece escuchar en cada momento. Así que a ver si aciertas ahora, porque como tenga que meter las manos en tus bolsillos roñosos de yonqui, de aquí vas al hospital.

—Deja al chico, ¡por Dios! —grita el Genaro, a una prudencial distancia.

—No nombres a Dios con esa boca de chupar rabos, guapa —le guiño un ojo y me giro de nuevo hacia Nelson—. Y tú, ¿me has entendido? ¿Sabes de qué hablo?

El chaval se derrumba. Un moco acuoso le cae desde la punta de la nariz y se lo seca con el antebrazo. Intenta tocarme pero le aparto la mano de golpe. La mandíbula le baila con movimientos espasmódicos. Se rebusca en el pantalón y saca una bolsa con rulas.

—No es mía, señor Ramos. No me haga nada, por favor. Si me la quita, me matarán.

Le golpeo en la cara con la mano abierta. El Genaro protesta desde la lejanía. Chávez cae al suelo de culo.

—¿Te parece bonito? —pregunto—. Vendiendo droga toda la noche. Eres un pedazo de mamón. Te dije que si te volvía a pillar te entrullaba.

—No, por favor…

—Te voy a contar lo que vamos a hacer: me vas a acompañar a la central y te voy a empapelar. Trafico de droga, menudeo, proxenetismo… lo que se me ocurra.

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