Edición en formato digital: septiembre de 2021
© 2021, Laura Vidal
© 2021, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
© por las ilustraciones en el inicio de los capítulos: Maryna Serohina (introducción y «La vida no es justa, la vida simplemente es»), Sergey Kohl («El duelo por nuestros peludos»),
Andrey Oleynik («Cómo afrontar el duelo»), Lina Keil («El sentimiento de culpa»), Anastasia («La muerte, una asignatura pendiente»), Evgeny Turaev («Deiysi y la aceptación»),
Alya Haciyeva («Historia de un ángel de cuatro patas») / Shutterstock.com
© Freepik.com, por las ilustraciones de plumas y flores
Diseño de la portada: Penguin Random House Grupo Editorial
Imagen de portada: © Shutterstock / Savitskaya Iryna
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ISBN: 978-84-18620-19-5
Composición digital: M.I. Maquetación, S.L.
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Índice
A todos los animales de mi vida.
A los que están, a los que vendrán,
pero sobre todo a los que se fueron
Nota
En este libro intentaré sustituir la palabra «mascota» por otras como «animal de compañía», «animal que vive con nosotros», «miembro de la familia», «peludo», «compañero», «amigo»… No quiero decir que quien llame mascota a su animal de compañía lo haga sin amor y respeto, por supuesto que mucha gente usa esta palabra con todo el cariño, pero creo que está mal formulada.
Utilizo estos otros apelativos, ya que para mí es éticamente más correcto. No creo que el perro que vive en mi casa, que a mi parecer es un miembro más de la familia, pueda nombrarse de la misma forma que los muñecos que animan a un equipo determinado en un partido de fútbol, y es que en el diccionario de la RAE la primera acepción que leemos es: «Persona, animal o cosa que sirve de talismán, que trae buena suerte».
La hipótesis de la relatividad lingüística apunta a que percibimos el mundo de acuerdo con cómo nos referimos a él. El lenguaje influye directamente en la percepción que como sociedad tenemos de las cosas que nos rodean; por tanto, definir bien las cosas es muy importante para nosotros y para las próximas generaciones. La palabra «mascota» proviene del francés mascotte y significa «amuleto», lo que cosifica a los animales de compañía y también los separa de los otros animales; ya sabes, esos que no merecen la compasión de la inmensa mayoría de las personas.
Tal y como están las cosas en el mundo y en España, donde recordemos que hoy se lucha en el Congreso de los Diputados para que los animales se consideren seres sintientes y no cosas, la definición de «mascota» no les hace ningún favor, más bien al contrario. Lo éticamente correcto es aceptar que los animales no están aquí solo para nuestro disfrute y entretenimiento, sino que son seres vivos no humanos con una entidad propia que debe respetarse, entenderse y no menospreciarse, ya que nosotros no somos más que otra especie de animales. Pienso firmemente que la «superioridad» que tenemos solo en algunos sentidos no nos legitima para aprovecharnos de nuestros compañeros de planeta, sino que precisamente nuestra moral más elevada trae consigo la responsabilidad de respetar a los demás habitantes de la Tierra y cuidar de ellos.
Cuando un hombre se apiade de todas las criaturas vivientes, solo entonces será noble.
B UDA
No te avergüences si, a veces, los animales están más cerca de ti que las personas. Ellos también son tus hermanos.
S AN F RANCISCO DE A SÍS
Introducción
Me han preguntado infinidad de veces, tanto espontáneamente como a colación de lo que han leído en mis libros, cómo cambié mi trabajo de auxiliar veterinaria para dedicarme a acompañar a personas en el proceso de duelo por la pérdida de sus animales de compañía. La respuesta no es fácil. La versión corta es que yo no lo elegí, sino que esta vida me eligió a mí, aunque la verdad es que esta contestación no suele satisfacer a nadie, así que muchas veces suelo optar por la respuesta larga.
Los que me seguís por redes sociales (@esperameenelarcoiris) sabéis que siempre escribo con el corazón, no con las manos ni con la cabeza. Comparto mi experiencia profesional y también la personal, los conocimientos que he adquirido tanto gracias al estudio como en mis acompañamientos en lo referente al duelo y el amor hacia los animales, aunque debo confesar que una de las cosas que más me cuestan es hablar sobre mí. Aun así, siempre he compartido parte de mi camino, de mi vida, de mi amor y de mi dolor, y en estas páginas no será distinto.
En mi historia el amor por los animales ha sido una constante. No sé cuándo ni por qué surgió, pero, según mi madre, antes de saber pronunciar una palabra ya me encantaban los animales. Mientras las otras niñas jugaban a las muñecas o a papá y mamá, yo jugaba con la granja de Pin y Pon. Así que no es raro que en cuanto supe hablar lo primero que pidiera fuera tener un perro, y este llegó cuando yo tenía ocho años. El mejor regalo de mi vida se llamaba Kira.
Debo confesaros que crecer con un animal es una de las mejores cosas que pueden pasarle a un niño. Ella me dejó algunas de las enseñanzas más importantes de mi vida y se convirtió en mi mejor amiga. Mi amor hacia los animales se cimentó gracias a Kira y ella fue mi inspiración para decidir mi camino profesional. Quería ayudar a los de su especie para devolver un poco del amor que ella me había dado a mí. Me acompañó hasta que cumplí veinticuatro años. Cuando ella falleció yo estaba trabajando y de repente lo supe. Supe que se había ido, tal era nuestro vínculo. Cuando recibí la fatídica llamada de mi madre ya sabía lo que iba a decirme. Fue la primera vez que me enfrenté a la muerte y no me avergüenza reconocer que no estaba preparada para ello. La muerte es dura, pero perder a tu mejor amiga es devastador.
Años después me independicé y empecé a crear mi propia familia. Aunque mucha gente piensa que la familia empieza cuando te casas o te vas a vivir con tu pareja, mi familia lo hizo de forma diferente, con Galo, un enorme dogo alemán. Los animales con los que había convivido hasta entonces eran «mis hermanos», pues yo aún era pequeña y los responsables de ellos eran mis padres; sin embargo, Galo era mío, mi «perrhijo» como yo solía llamarlo. Fue un perro muy especial, que me dejó infinidad de anécdotas; he tenido animales buenos, cariñosos, traviesos, inteligentes, fieles, increíbles…, pero ninguno como él. Era «un personaje» de trastadas gigantes, igual que su corazón, con la mentalidad de un niño que nunca llegó a crecer, miedoso y divertido a partes iguales, capaz de comerse las cosas más inimaginables (y encima le sentaban de maravilla). Explicar todo lo que él era y significaba para mí daría para escribir un libro entero.