© 2001
Con mi pensamiento y sentimiento proyectados sobre Lili Malamud, Edgardo Giménez, Ingrid Swift, Edith Reynolds, Raúl Santana, Graciela Molinelli, Francis Gladstone yJean-Pierre Lebas. Por la amistad, por la diversión, por el desafío, por el cariño, por la solidaridad, por la aventura, por el aprendizaje, por la bronca, por la reconciliación, por la risa. Cada uno sabe qué partes le tocan. ¡Claro que lo saben!
Yo no sé si es prohibido,
si no tiene perdón,
si me lleva al abismo,
sólo sé que es amor…
«Pecado»
(Letra y música: Carlos Bahr, Frandni y Pontier)
Entre los presos había un tal Elizalde, al que apodaron la Bestia. En su fuero interno Olsen lo llamaba Lechervida, el personaje de un dibujo cómico.
Lechervida, el del dibujo, se caracterizaba por su carácter volcánico, igual que Nemesio Elizalde, que había asesinado a unafamilia entera, como recordarán quienes hayan leído los diarios de la época. Todos decían que la Bestia acabaría sus días en la prisión.
Elizalde era un hombre muy corpulento, un aglomeramiento de músculos que tenía manos como porras. Sin embargo, pese a su temperamento irascible, alguna vez fue un tipo pacífico y un hombre de trabajo. Años antes había montado un pequeño comercio que atendía su mujer: venta e instalación de toldos y persianas. Elizalde hacía las instalaciones y no era desagradable en el trato con los clientes cuando éstos, a su vez, le hablaban con buenos modos. Con esfuerzo y ahorro pudo comprar una casa que habitaba con su mujer y los tres hijos. Pero Elizalde, y también su esposa, se liaban con las gestiones administrativas. El, además, les tenía ojeriza a los funcionarios y a los leguleyos, y desdeñaba las obligaciones que impone el Estado. Estaba convencido de que los impuestos sirven sólo para mantener a los que se encargan de cobrarlos. Poco antes de la tragedia se habían aireado estafas y cohechos de algunos inspectores, y cada vez que los protagonistas de los escándalos salían en la televisión Elizalde mascullaba: «¡Parásitos hijos de puta!». Después se levantaba de la
mesa, pues decía que se le atragantaba la comida y sentía un nudo en el estómago; la sangre le subía a la cara. Por todo ello dejó sin satisfacer las cuotas de la Seguridad Social como trabajador autónomo; nunca hizo una declaración de renta, y jamás pagó las tasas de su modesta propiedad. Así las cosas, empezaron a llegarlo requisitorias que él no se molestó en responder, hasta que un día se presentó un funcionario que, con malos modos, le hizo saber que si no pagaba en cuarenta y ocho horas, el Estado embargaría la casa familiar.
Elizalde argumentó que el plazo era muy corto. El funcionario dijo que se le había advertido reiteradas veces, por correo certificado y con mucha antelación. Elizalde pidió un aplazamiento. El funcionario puede que tuviera un día tonto, o tal vez gozaba creyendo que podía asustar a semejante gigantón, el hecho es que se mantuvo en la negativa, así que la Bestia cerró el puño y se lo descargó en la cara. No pegó demasiado fuerte, por ser él quien pegaba, pero el otro se cayó de espaldas. Tenía roto el tabique nasal y sangraba a chorros. Elizalde lo ayudó a levantarse y le dio su pañuelo para que cortara el reguero de sangre. Después lo aferró por las solapas y, con voz ronca, le advirtió que en adelante lo dejara tranquilo o lo buscaría para matarlo a él y a toda su familia.
Por lo visto, el hombre no creyó en la amenaza, pues desde la casa de Elizalde se dirigió en compañía de un abogado del Estado al juzgado de guardia.
Cuando lo dejaron libre, al cabo de dos semanas, Elizalde se encontró con que su casa había sido embargada, y aunque su familia continuaba habitándola, ya no era de su propiedad. La Bestia averiguó dónde vivía el funcionario y, dos días más tarde, se presentó con un hacha. Los diarios de la mañana siguiente aumentaron las tiradas, pues despedazó al funcionario, a su mujer, a las dos hijas y a un yerno, que también era funcionario del Estado.
Y en el patio de la prisión se acercó un día a Olsen y le susurró:
– No te preocupes, chaval, yo me encargo de todo.
Olsen no supo de qué le hablaba el gigante loco, pero entendió que éste no tenía nada que perder, de modo que de inmediato empezó a proyectar tácticas defensivas. Él no era un canijo, por cierto, pero el otro era más alto y debía de pesar ciento veinte kilos de puro músculo. Lo más urgente sería hacerse con cualquier objeto que sirviera de puñal. Aún no lo había conseguido cuando una tarde dos individuos lo acorralaron en la zona de los váteres. Ellos si portaban afiladas hojas de hierro.
– Te traemos un recuerdo de Marcelino Medina. ¡Cabrón! -dijo el que se le puso más cerca. Otra vez la mención del hombre al que Olsen mató. Su agresor encogía el brazo del puñal y luego lo estiraba con lanzadas rápidas.
Olsen retrocedió con esquives veloces. Tuvo la sensación de que entre los tres representaban un ballet estrafalario. Lamentó que fuera a morir de manera tan grotesca. En ese momento apareció Elizalde.
Alcanzaron a herirlo, pero no pudieron evitar que los agarrara de los pelos y, muy rápido, con mucha furia, golpeara las cabezas de ambos contra el muro roñoso una y otra vez, haciéndolas retumbar hasta que se partieron los cráneos. Entonces, Olsen comprendió que Lechervida también trabajaba para Aníbal Iturralde.
– Esfúmate, chaval -dijo Elizalde. La Bestia tenía los brazos poblados de cortaduras sangrantes,
Olsen obedeció. Salió de los lavabos caminando con aparente tranquilidad, pero con la sensación de que apenas lo sostenían sus piernas. Más tarde, con el amigable cigarrillo en los labios, se esforzó por entender cómo la vida lo había enredado hasta arrastrarlo a situaciones semejantes.
Después de aquello, la mujer y los hijos de Elizalde tuvieron una nueva casa, mejor que la anterior.
Y esta madrugada, a varios años y miles de kilómetros de distancia, Olsen recuerda a Elizalde. la Bestia, Lechervida, y piensa por un momento que le gustaría tenerlo otra vez cerca y de su lado. Sabe que es imposible.
Esta madrugada ha vuelto a soñar, como ha soñado tantas noches, que continúan persiguiéndolo; que le disparan de nuevo. Pero no llega a sentir la quemazón de la bala al penetrar el cuerpo. En el sueño no suele sentir dolor. En ocasiones, sí, le parece que se asfixia, pero dolor físico no.
La intensidad de las imágenes, como ya es frecuente, había conseguido desperrarlo. Apartó la cabeza de la almohada y se incorporó con lentitud. Estaba empapado en sudor y temblaba. En la penumbra intentó examinar con la mirada los rincones de la barraca, después dirigió la vista al cuerpo de Matilde. Ella disfrutaba de un sueño tranquilo y respiraba con el ritmo del buen dormir, como todas las noches desde que vivían juntos. Decidió levantarse y mirar alrededor, pero antes metió la mano debajo del colchón y empuñó la pistola.
Fuera, la noche se presenta calma bajo un cielo estrellado. Nada se mueve entre los callejones de tierra limitados por paredes de chapas y cartones prensados, ni siquiera el aire se mueve. Olsen entorna los párpados, con el afán de aguzar el oído y no oye nada que lo induzca a levantar el arma, sólo alcanza a oír sonidos lejanos provenientes de las calles situadas al otro lado de la ciudadela de barracas, ruidos tempranos de motores de automóviles que comienzan a rodar por las avenidas. En el horizonte, por encima del cruce de carreteras, una estrecha franja mercurial se ensancha y se hace más intensa mientras desplaza la oscuridad para iniciar un nuevo día, y Olsen renuncia a su pesadilla, pero no se sacude el miedo y vuelve a decirse que le gustaría tener cerca a la Bestia Elizalde. Y otra vez se dice que es imposible.
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