Doy las gracias a Michel Piquemal, Marc de Smedt y Sylvie Thybert, que aceptaron leer una primera versión de este libro y me ayudaron con sus observaciones, siempre pertinentes, que tuve mucho en cuenta. Y a Hélène Monsacré, que tuvo la amabilidad, con su vigilancia y su gentileza acostumbradas, de preparar la edición de este libro.
Prólogo
Los tres ensayos que he reunido en este libro tienen en común que tratan el tema del amor y de la sexualidad. Sin embargo, tienen orígenes y estatus diferentes. Los dos primeros proceden de sendas intervenciones orales: una conferencia sobre el amor, que pronuncié en numerosas ocasiones y cuyo texto me han solicitado frecuentemente; y una conferencia sobre la sexualidad presentada ante médicos en junio de 2004, durante el XXIX Congreso de la Sociedad francesa de sexología clínica. En ambos casos he revisado de forma concienzuda las transcripciones, mejorando lo que podía ser mejorado. Sin embargo, el resultado final mantiene parte del carácter oral primigenio de estos dos ensayos, con sus puntos débiles, pero también con algunas de las cualidades que se le suponen. No es cierto que haya que escribir como se habla, ni —menos aún— hablar como se escribe, pero ambos registros pueden nutrirse mutuamente.
El tercer ensayo, en cambio, solo existe por escrito. De carácter más universitario, se publicó en una obra colectiva sobre la amistad en 2005. Al final del volumen se encuentran las referencias sobre el origen preciso de estos textos y su primera publicación.
Los dos primeros textos, que también son los más largos, son inéditos en francés (Martins Fontes, mi editor brasileño, me pidió el texto sobre el amor, cuya traducción publicó en 2011). El tercero, más corto y más austero, está prácticamente agotado. Todo ello justifica la publicación de este libro, y pretende hacer perdonar las posibles repeticiones que contiene. En la conferencia sobre el amor mi meta era, en primer lugar, retomar y prolongar, pero bajo una forma más viva, el contenido del último capítulo de mi Pequeño tratado de las grandes virtudes. No se sorprenderán entonces al encontrar en esta obra la misma problemática, pues ése era el proyecto inicial. Al corregir la transcripción me sorprendió constatar que esta conferencia se correspondía también, en algunos aspectos, con otra que había publicado hace unos años con el título de La felicidad, desesperadamente. No fue intencionado (se trata en ambos casos de intervenciones orales, parcialmente improvisadas, lo que implica un cierto grado de sorpresas y también de repeticiones), pero tampoco fue producto del azar. ¿Cómo hablar de la felicidad sin hablar del amor? ¿Cómo pensar en el amor sin preguntarse sobre la felicidad que persigue o con la que sueña, con la que permite o la que impide? Creí que no debía suprimir estas repeticiones, pues me parecieron más significativas que molestas. Es como un camino que vamos trazando, sin querer, sin darnos cuenta al principio, a fuerza de tanto transitar por los mismos lugares. Los que vengan detrás de ustedes lo utilizarán, y sus huellas les ayudarán a orientarse. Aunque, naturalmente, nadie tiene por qué seguirlo.
Además de estos tres ensayos, me ha parecido oportuno adjuntar, en un apéndice, dos estudios de historia de la filosofía. En primer lugar porque tratan también del amor. Pero además, y sobre todo, porque intentan comprender lo más misterioso (en cuanto a su contenido) e incierto (en cuanto a su existencia) de todos los amores que ha soñado la humanidad: ágape, como se decía en griego, que los latinos tradujeron por caritas y nosotros por «caridad». ¿De qué se trata? Es lo que he intentado comprender, apoyándome en los dos filósofos que quizás reflexionaron mejor sobre este término, Blaise Pascal y Simone Weil. Que el amor de la caridad tenga que ver en ambos casos con una crítica del yo, incluso con alguna forma de aniquilamiento, dice mucho sobre el pensamiento de ambos autores, pero también sobre nosotros mismos. Si el egoísmo es el fundamento de todo mal moral, como decía Kant y como también lo creo yo, es probable que todo bien tienda hacia una forma de desprendimiento de uno mismo que el amor, más que cualquier otro sentimiento, es capaz de realizar. ¿Porque anula el egoísmo? Nada demuestra que eso sea posible. Quizás porque lo expresa —como nos lo enseña el sexo, y lo confirma la pasión— a la vez que lo supera (por ejemplo, en la amistad), y con ello le pone límites. Pero me estoy extendiendo demasiado en los preliminares.
I
EL AMOR
¡Amor, amor que tan alto tienes el grito de mi nacimiento!
S AINT -J OHN P ERSE , Amers, IX, 2
INTRODUCCIÓN
«Hábleme de amor», dice la canción, y de hecho eso es lo que vamos a hacer. No hacen falta largos preliminares para justificar la elección de tamaño tema: el amor es el tema más interesante. Casi siempre. Para casi todo el mundo. Por ejemplo, si usted está cenando una noche con sus amigos, la conversación puede tratar de la situación política, o de la última película que ha visto, sobre su profesión, sobre sus vacaciones, y todo esto será sin duda interesante. Pero si uno de los comensales se pone a hablar de amor, el grado de atención de los demás aumentará. De hecho, la literatura y el cine lo confirman: el amor, bajo cualquiera de sus formas, es su tema predilecto. Y ocurre lo mismo, salvo excepciones, en nuestra vida real. ¿Qué es más apasionante que amar y ser amado?
Añadiré que cualquier otro tema por el que sintamos interés lo tiene en función del amor que le prodigamos. Puede que alguno de ustedes me contradiga: «¡No, no, para mí no! ¡Lo que más me interesa no es el amor, es el dinero!». Yo le respondería: «¡Eso demuestra que ama usted el dinero!». Aun así estamos hablando de un amor... O que otro me haga esta objeción: «¡A mí, lo que me interesa no es el amor, ni el dinero, es mi profesión!». De nuevo, le contestaría: «Esto demuestra que ama su trabajo». El amor no es solamente el tema más interesante para la mayoría de nosotros, sino que ningún otro tema tiene interés si no es por el amor que encontramos en él, o por el amor que ponemos en él.
¿Es el amor una virtud?
Sin embargo, aunque no tenga que justificar la elección de este tema, quizás deba dedicar unas pocas palabras a la manera en que llegué a hablar de amor, concretamente en uno de mis libros, Pequeño tratado de las grandes virtudes, publicado en 1995. Se trataba de un tratado moral, como indica su título, que es bastante largo, y cuyo último capítulo, que también es el más largo, versa sobre el amor. Un capítulo como éste no era algo evidente en este tipo de obras. ¿Es el amor una virtud?
No todo el amor, en realidad. Imagínese que alguien le dice «Amo el dinero», o bien «Amo el poder», o a fortiori «Amo la violencia y la crueldad». Le costaría ver en ello el enunciado de una virtud, y estaría en lo cierto. Aclaremos, por tanto, lo siguiente: no todo amor es virtuoso, y es preciso recordarlo. Pero, a la inversa, imagine que alguien no amara nada ni a nadie: sin duda le faltaría una cualidad esencial, una «excelencia», como habrían dicho los griegos (en griego «virtud» se dice aretè, que significa literalmente «excelencia»). ¿Qué es, pues, una virtud? Es una cualidad moral, es decir, una disposición que nos hace mejores, «más excelentes», como dirá Montaigne (uno de los capítulos de Los ensayos se titula «Los hombres más excelentes»), o simplemente más humanos. «Nada es tan hermoso y legítimo —leemos en