Lo que sucede tras la puerta del dormitorio suele ser uno de los secretos mejor guardados de cada familia. A no ser que, una mañana, el marido aparezca brutalmente golpeado hasta la muerte y la mujer, gravemente herida. La investigación de la policía apunta a los hijos adolescentes de las víctimas: algo insoportable para Bonnie von Stein, la buena esposa y amante madre.
Y he aquí lo más escalofriante: se trata de hechos reales —espantosamente reales—, que tuvieron lugar la madrugada de un lunes del verano de 1988, en una pequeña ciudad de Carolina del Norte.
Joe McGinniss, periodista y novelista de contrastada experiencia (suya es, por ejemplo, «Fatal Visión», la crónica de otro asesinato familiar), reconstruye minuciosamente los sucesos… a petición de la propia señora Von Stein.
Si en alguna ocasión puede parecer tópica la afirmación de que la realidad supera a la ficción no es éste el caso. Un espeluznante relato verídico que siembra la más cruel de las dudas sobre aquéllos con quienes convivimos.
Joe McGinniss
Duda cruel
Título original: Cruel Doubt
Joe McGinniss, 1991
Traducción: Carme Camps, 1993
Revisión: 1.0
25/02/2020
A mi familia,
con amor y gratitud
Autor
JOE MCGINNISS (1942-2014) es el autor de algunos best-sellers de no ficción entre los que destacan la trilogía de relatos criminales reales Fatal Vision, Blind Faith y Cruel Doubt; The Last Brother: The Rise and Fall of Teddy Kennedy, y The Selling of the President, que relata la campaña presidencial de Richard Nixon para las elecciones de 1968. Después de un tardío pero apasionado descubrimiento del fútbol, empezó escribir sobre este deporte para el The New York Times Magazine y GQ, en EE.UU., y para los diarios británicos Sunday Telegraph, The Guardian o The Observer.
En 1999 publicó El milagro de Castel di Sangro, a partir de las experiencias compartidas con el heroico equipo del pueblo, que, desde la fecha de su publicación, ha sido considerado uno de los mejores libros sobre fútbol jamás escritos. Fue reconocido por el William Hill Sports Book Award como uno de los mejores libros deportivos de 1999 y como el «Mejor Libro de la Temporada» según la prestigiosa revista Four-Four Two.
Poco antes de que un cáncer se lo llevara, publicó su último libro, The Rogue: Searching for the Real Sarah Palin, una polémica biografía no autorizada de la controvertida Sarah Palin.
AGRADECIMIENTOS
A principios de 1990, cuando Bonnie von Stein escribió a la doctora Jean Spaulding y a otras personas para pedirles que colaboraran conmigo en la preparación de este libro, les dijo que quería «una persona con quien compartir todo lo que sé, bueno o malo». Yo era esa persona.
Ni Bonnie ni los miembros de su familia ni ninguna otra de las personas con las que hablamos mi ayudante de investigación, Robyn Smith, y yo recibimos ningún tipo de compensación económica. Tampoco nadie pidió ni tuvo el derecho de revisar, aprobar o ejercer control alguno sobre el uso que yo hiciera de la información que ellos, de una forma tan generosa y sincera, compartieron conmigo.
Hoy por hoy, eso es raro. Fue así en gran parte, creo yo, por su respeto a los deseos de Bonnie y por la admiración y el afecto que sentían por ella; de modo que, si lo que deseaba era que dijesen la verdad, eso harían ellos, contarla tal como la conocían, aunque algunos aspectos pudieran no coincidir con el punto de vista de Bonnie.
Así pues, me parece adecuado dar las gracias en primer lugar, y sobre todo, a Bonnie von Stein. Como es la figura central de este libro, no ofreceré ninguna descripción de ella, pues confío en que el lector llegará a conocerla a través de las páginas que siguen. Sólo diré que ni una sola vez —ni siquiera cuando alguna cosa que a mí me interesaba le resultaba incómoda— se echó atrás de su compromiso absoluto e inflexible de proporcionarme acceso ilimitado a toda la información que ella poseía y a todas las personas que pudieran arrojar luz sobre cualquier parte de esta historia, aunque iluminara parcelas que a ella la inquietaran. Eso, a mi modo de ver, es una infrecuente forma de valentía.
Me gustaría también expresar mi profundo agradecimiento a todos los que fueron ampliamente generosos con sus revelaciones, información y tiempo, aun cuando —como ocurría a veces— se hablara de asuntos que les producían dolor. Algunos aparecen retratados en este libro, otros no; pero les estoy agradecido a todos.
Entre ellos se hallan Andrew Arnold; Rene Bailey; Karen Barbour; George y Peggy Bates; Polly Bates; Vivian Bates; Elwood Blackmon; Donna Brady; Tom Brereton; Eric Caldwell; Kim Craft; Sylvia Craven; John Crone, jefe de la policía de Washington, Carolina del Norte; Janie y Leesa Edwards; Vince Hamrick; Mary Ann Harías; Tiffany Heady; Anne Henderson; Neal Henderson; John Hubard; el doctor Page Hudson; Frank Johnston; Will Lang; Keith Masón; Stephanie Mercer; Mitchell Norton; Steven Outlaw; Bill Osteen, padre (actualmente, Honorable William Osteen, juez de distrito de Estados Unidos para el Distrito Central de Carolina del Norte); Bill Osteen, hijo; Joanne Osteen; Angela Pritchard; Chris Pritchard; Steve Pritchard; Sam y Ramona Ravan y sus hijos, Julie y Joe; Laura Reynaud; el doctor Billy Royal; Wayland Sermons; Linda Sloane; Dave y Sue Smith; Wade Smith; la doctora Jean Spaulding; John Taylor, teniente del departamento de policía de Washington, Carolina del Norte; Steve Tripp; Kenyatta Upchurch; Jim Vosburgh; Curtís y Barbara Wagoner; Jonathan Wagoner; el juez Thomas Watts, y Lewis Young.
(Debo señalar que el juez Watts, aunque fue muy cortés conmigo y con Robyn Smith, insistió en no comentar en modo alguno, ni directa ni indirectamente ni de manera extraoficial, ningún asunto de los que le fueron presentados en el tribunal).
Muchas de las personas mencionadas llegaron bastante más allá de lo que dictan la profesionalidad o la cortesía y me proporcionaron una valiosa ayuda y, a menudo, también una gran hospitalidad. Estoy en deuda con ellas.
Si he omitido a alguien, ha sido inadvertidamente, y ruego que me disculpe.
Entre los mencionados debo destacar a los dos hijos de Bonnie: Chris y Angela. Ellos también son personajes centrales de la historia que sigue, y espero que los lectores lleguen a conocerlos en el contexto de sus experiencias. En este punto, me gustaría manifestar sólo que los dos respondieron con absoluta franqueza incluso a las preguntas más personales e inquisitivas, y, por eso, los respeto y les estoy agradecido.
Asimismo, debo dar las gracias a Teri Andrews, secretario judicial del condado de Beaufort, Carolina del Norte; a Bill Dowdy, de la Oficina de Investigación de Carolina del Norte, y a los otros funcionarios de la organización que concedieron permiso a Lewis Young para que compartiera conmigo los resultados de su investigación; a los funcionarios de la Polk Youth Correctional Institution de Raleigh y a los de los correccionales estatales de Goldsboro, Lillington y Asheville, que nos dieron permiso a Robyn Smith y a mí para entrevistar a Chris Pritchard y a Neal Henderson.