© de esta edición, Libros del Asteroide S.L.U.
Publicado por Libros del Asteroide S.L.U.
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Catorce
Repentinamente, todos estaban otra vez allí. Pete y DeeDee irrumpieron en la casa con las mejillas coloreadas de rosa y oro. Henry el Viejo y Wendy, menos dorados, también estaban en casa.
Henry había ganado el recurso de apelación y la parte extenuante de su agenda llegó a su fin. La nube que pesaba sobre su trabajo se alejó. Volvía a casa temprano para cenar y la atención que había prestado antes al trabajo la concentró desde entonces en la vida doméstica. Puesto que se dedicaba a Polly casi en exclusiva, era un hombre difícil de resistir. Se comportaba como un pretendiente, aunque no con tanta ostentación como para volver con flores a casa. En vez de volver con flores, volvía consigo mismo y con su encanto. La familia cenaba en la cocina. Había sesiones horizontales en el dormitorio. Algunas noches, cuando los niños estaban ya en la cama, Henry y Polly iban al cine, donde permanecían cogidos de la mano.
Henry, cuando quería, era una fuerza indomable, y aunque Polly se sentía generalmente agradecida por el amor que recibía, se mostraba cautelosa. Se dejaba cortejar, y el ardor de Henry era convincente, pero a pesar de que ella solía derretirse, había ocasiones en que le daba la impresión de que todo aquello estaba planificado.
—Por el amor de Dios, Polly —dijo Henry—. Que todo esto está planificado. Primero dices que no te atiendo y ahora dices que te presto demasiada atención.
—Quiero amor, no compensaciones —dijo Polly—. No quiero acostumbrarme a tenerte cerca para que luego desaparezcas a causa del trabajo.
—Yo no puedo controlar los apremios —dijo Henry.
—Quiero que encuentres el medio de no estar tan alejado —dijo Polly—. Eso es lo único que pido. —Se había impuesto a sí misma enfrentarse a Henry. Cuanto más hablaban, más cerca de él se sentía.
Se obligaba a decir estas cosas: esto no era natural en ella. Lo tradicional en las familias Demarest y Solo-Miller era seguir viviendo como si nada. Su método era el común entendimiento tácito y a Polly le parecía excelente cuando las cosas iban bien, pero pésimo cuando ocurría lo contrario. Se esforzaba para hablar con Henry, y se armaba de valor para no retroceder ante las discusiones o las peleas. Lo que más quería ella era recuperar su antigua vida. No quería seguir con el peso que tenía en el corazón; no quería sentirse desesperada otra vez. Quería ser como antes, porque creía que su verdadera personalidad era la de antes. Era muy gratificante sentirse animada, sentirse estimulada, ver que Henry volvía a casa temprano, tener a sus hijos cerca. Sabía que cuantas más buenas sensaciones se generaban, más buenas sensaciones prevalecían. En su corazón era caritativa a la antigua: creía que quien hacía buenas obras recibía su recompensa. Se entregaba sin reservas a su familia y su familia se arremolinaba a su alrededor, como para darle a entender lo apacible que podía ser la vida cuando no se tenía una aventura amorosa.
En lo único en que no quería pensar era en Lincoln. Cuando lo evocaba se acordaba de lo agotada y deprimida que se había sentido, en lo muy diferente que le había parecido la vida. Se había acostumbrado a no estar con él y ahora, por fin, se estaba desvaneciendo. Bueno, tampoco es que tuviera tiempo de echarlo de menos. Tenía a Henry, a los niños, la revisión del texto impreso del informe de primavera. Qué maravilloso era volver a casa para encontrarse con una feliz cena familiar, con un marido atento, con la sensación de que las cosas eran como debían ser, con la sensación de que se estaba afanando por entrar nuevamente en vereda y que los problemas que la aguardaban en el futuro eran normales y corrientes. Recordaba el invierno y lo veía representado en una oscura y tormentosa tarde con Lincoln a su lado. Lincoln era el espino de su camino, la sombra en su luz dorada, el guardián del secreto de su caída.
Los días se iluminaban. El cielo del atardecer era lila, no gris. Obviamente, no era totalmente como había sido antes. Era reacia a ver a sus padres.
—Cariño —le dijo Wendy por teléfono—, ¿dónde te metes? Hace siglos que no te vemos. No puedes tener tanto trabajo.
—Pues lo tengo —dijo Polly—. El informe de primavera está en la imprenta y tengo que supervisarlo.
—Pues mañana voy a almorzar con Beate. Uno de estos días dará a luz y creo que debemos estar cerca de ella. ¿Y si reservo mesa para tres y no para dos?
—No podré ir —dijo Polly—. Por la mañana estaré en una reunión y por la tarde en la imprenta.
Se produjo un largo silencio.
—Bueno, Polly —dijo Wendy—. Me decepcionas muchísimo. Beate está muy lejos de su familia y esto es sin duda más importante que los informes y las reuniones.
—Escucha —dijo Polly—. Estoy hasta el gorro de Beate y de Paul. He tenido que comer con ella seis veces. Sé que está lejos de los suyos, pero no volveré a sentarme con ella para que me diga por enésima vez que mis partos no se prepararon como es debido o que sabe de tener niños más que yo, y que como no soy tan pura y noble como ella, Pete y Dee-Dee están condenados a ser criminales de guerra y carne de presidio. Es realmente ofensivo.
—Lo dice sin mala intención —dijo Wendy—. Son los nervios.
—También yo fui primeriza —dijo Polly—. Y no me portaba así. Será un gran placer regalarle a los gemelos un juego de mantitas iguales, pero no voy a ir a vuestra comida y se acabó la discusión. Beate te tiene a ti y tiene a Paul. Además, la reunión de mañana es muy importante y, si no voy a la imprenta, el informe se retrasará. —De sus labios salía una voz clara y firme, y Polly estaba asombrada de que fuera suya. Se oyó decir—: Y en cuanto al tema de los niños, Madre… —Casi vio la mueca de malestar de Wendy. Aquella no era la voz que había oído antes en boca de su hija. Prosiguió—: Hay unos cuantos temas relacionados con los niños que creo que no deberíamos tocar. No creo que te des cuenta de lo mucho que llegas a criticarme en ese aspecto. Un tema es las vacaciones escolares. El otro es mi trabajo y con quién dejo a los niños. Cuido muy bien a Pete y a Dee-Dee. Conchita es una persona escrupulosa, amable e inteligente. Nancy Jewell es una canguro maravillosa y una de las personas más simpáticas del mundo. Los niños tienen sus planes, se les mima y se les quiere. Yo estoy casi todas las noches en casa. No quiero que se me acose nunca más por ese tema.
—Entiendo —dijo Wendy. Hablaba con autoridad, pero con voz dolida.
Polly sabía que acabaría haciéndose algo para que se sintiera mal por lo de Beate, pero no le importaba. Beate y Paul la irritaban particularmente. Le ponía furiosa que Beate se creyera con libertad para herir sus sentimientos. Trataba a Beate con la lealtad que debía a una cuñada, pero no simpatizaba con ella. Si Beate se civilizaba al cabo de setenta u ochenta años, quizá, pensaba Polly, le diera una segunda oportunidad. En cuanto a los niños, Wendy mantendría durante un tiempo una postura de no intervención, herida y fría. Polly lo aceptaba. Pero le sacaba de sus casillas que los gemelos de Beate fueran más cruciales que el importante trabajo de Polly, aunque Wendy siempre adoptara una actitud desdeñosa hacia dicho trabajo.