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Lis - Un Disfraz para una Dama

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Un Disfraz para una Dama: resumen, descripción y anotación

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Josephine Lis Un Disfraz para una Dama A mi abuela Carmen la mujer más - photo 1
Josephine Lis
Un Disfraz para una Dama
A mi abuela Carmen, la mujer más valiente y buena que he conocido.


A mis padres, que son los mecenas de mis sueños.
A mis hermanas Chelo, Gema y Carmen, que siempre están a mi lado.
A mi tía Chelo, que es como mi segunda madre.
Y a Fran que me ha enseñado lo hermoso que es amar.
Os quiero mucho a todos.


Argumento

Después de haber vivido con su tía Francesca largos años en Venecia, Emma Bright debe volver a su Inglaterra natal reclamada por su padre que planea casarla con un viejo duque. Alertada de los oscuros manejos de su padre, quien nunca la quiso y solo se interesó por ella cuando podía hacer de su boda una actividad lucrativa, Emma decide afearse por medio de un disfraz para lograr que su supuesto prometido la rechace. Su institutriz, Kate, una actriz retirada, le enseñó las artes de la caracterización y el vestido para componer un personaje, técnicas que Emma aprendió a dominar a la perfección. Podía transformarse en quien se propusiera en cuestión de minutos.


Luego de encontrarse con su padre en Londres, y de los malos tratos recibidos, porque, gracias a su caracterización, es el Duque quien finalmente la rechaza; los planes de su padre se ven echados por la borda y Emma decide escapar, para no poder ser hallada y obligada a llevar una vida que no desea.
En medio de su huida, encuentra a una joven institutriz en apuros y decide ayudarla. Para eso la envía a Italia con su tía y Emma toma su lugar y su trabajo en Cravencross Park, la residencia del marqués de Stamford. Se presenta con una apariencia deslucida, para evitar que los hombres se fijen en ella. Allí conoce a Lucien, el díscolo hermano del Marqués, de quien se enamora perdidamente. Pero él la rechaza, porque sus modales desfachatados no son los que se consideran apropiados para educar a la familia de un marqués. Sin embargo, su audacia lo cautiva y no puede dejar de pensar en ella más allá de su apariencia.
Pero el disfraz cae. Y Lucien ya no es capaz de mentirse a sí mismo. ¿Podrá vencer sus prejuicios y aceptar a Emma tal cual es?

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Prólogo
Londres, 1825.


L ady Vittoria Bright, Condesa de Kensington, se paseaba por la habitación mientras su doncella preparaba las cosas para la partida de su hija Emma.
–¡Dios mío, Kate! ¿Cómo voy a poder seguir sin mi pequeña?
Nada más salir las palabras de sus labios, acalló mentalmente todo deseo, ahogando el dolor que suponía alejarse de su hija. Sabía que era lo mejor. No quería que el futuro de su pequeña fuera igual que el que le había tocado vivir a ella. Bajo el dominio de un hombre como Andrew Bright, lo más inteligente era mantenerla a distancia.
Kate, su doncella desde hacía diez años, dejó de doblar las pertenencias de Emma para mirar a su señora y amiga.
–Vittoria, te ha costado mucho conseguir que lord Bright acepte dejar marchar a Emma como para dudar ahora.
Vittoria la miró con aire de resignación.
–Lo sé, lo sé. Fue idea mía y no estoy dudando. Sé que si se quedara aquí, podría… Oh, Dios, no quiero ni pensar en lo que podría obligarla a hacer en cuanto se convirtiera en toda una mujer.
Kate se acercó a su señora y la tomó de las manos.
–No te preocupes, lo evitaremos.
–Sí, debes prepararla, Kate. Tú puedes. Instrúyela en tus artes para que cuando llegue el momento en que deba enfrentarse a él, sea capaz de engañarlo.
–Puedes confiar en mí. Le enseñaré todo lo que sé.
Vittoria dejó escapar un suspiro como si se hubiese quitado un gran pesar de encima.
–Gracias, Kate. Siempre te estaré agradecida.
–No debes decir eso. Sabes que quiero a Emma como si fuese mi propia hija. Haría cualquier cosa por ella.
Vittoria sonrió al escuchar las conmovedoras palabras de su doncella.
–Cuando esté lejos de mí, ¿podrías recordarle cuánto la quiero?
–Vittoria, ella ya lo sabe.
–Sí, pero no sé cuánto tiempo pasará fuera y es tan pequeña… No quiero que me olvide. ¿Se lo dirás?
–Todos los días -sentenció Kate.
–Gracias.
Vittoria respiró hondo para alejar las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos.
–Voy a ir a verla. Termina de empacar sus cosas. No te olvides de meter a Hezel en su maleta.
Hezel era la muñeca de trapo de Emma. Vittoria se la había hecho cuando su hija tenía tan solo dos años, y desde entonces la pequeña no se había separado de ella.
–Sí, desde luego -dijo Kate con una sonrisa en los labios-. No me gustaría tener que volver por ella desde Italia.
Kate vio como Vittoria desaparecía por la puerta del dormitorio de Emma. Le hubiese gustado poder ayudarla más. Haberla sacado de aquel infierno que era su matrimonio y devolverle así parte de lo que había hecho por ella, pero eso era imposible. Vittoria Bright le había tendido una mano cuando más lo había necesitado. Diez años atrás, cuando un accidente le dejó visibles secuelas, se encontró con que la carrera que tanto esfuerzo le había costado construir se desvanecía sin poder evitarlo. Toda la fama que había conseguido con su arte, como actriz del Drury Lane, no le sirvió de nada y acabó prácticamente en la calle. Eso la condujo a frecuentar la compañía de personas de dudosa reputación.
Vittoria la conoció cuando estaba a punto de cruzar la línea. Lady Bright, que siempre había sido una gran amante del teatro y de los clásicos, la reconoció cuando ella se disponía a servir de cebo para robar a la duquesa de Winchester. La salvó de cometer esa estupidez ofreciéndole un trabajo como su doncella personal. Con el tiempo, no solo le concedió eso, sino también su más sincera amistad. Le dio una lección, a ella, que pensaba que lo había visto todo. Le enseñó que todavía quedaban personas nobles y de buen corazón, capaces de preocuparse por los otros sin esperar nada a cambio. En el mundo en el que ella había vivido, aquello era prácticamente impensable.
Vittoria se acercó a la pequeña cama con dosel situada bajo la ventana del cuarto de Emma. Sonrió al recordar como su hija había suplicado que la colocaran allí para poder ver las estrellas durante la noche. En Londres aquello era bastante difícil, pero a Emma eso no le importaba. ¡Cómo iba a echarla de menos!
Sabía que su hija estaría bien. Su hermana Francesca, la única pariente que le quedaba, la cuidaría como a una reina.
Francesca siempre había sido como un soplo de aire fresco. Impulsiva y rebelde, había hecho que su infancia estuviese cargada de risas y maravillosos recuerdos. Con la muerte de sus padres, se convirtió en el pilar en que apoyarse y el hombro en el que llorar. Después Vittoria conoció a Andrew y no volvió a verla. Le daba demasiada vergüenza que su hermana descubriera la clase de mujer en la que se había convertido. Ahora tendría que enterarse de su historia, aunque no de sus labios, pero con solo saber que su pequeña estaría a salvo se sentía compensada con creces por ese pesar que la inundaba cada vez que imaginaba la reacción de Francesca al enterarse de cómo había sido su vida.
–¡Mamá!
Vittoria se sentó en la cama mientras su hija, aún medio dormida, la llamaba. Con su carita en forma de corazón, era lo más bonito que había visto en la vida. Ese era uno de los motivos que la llevaron a tomar la decisión. Con tan solo cinco años, ya se podía vislumbrar la belleza de Emma. No tenía dudas de que sería una mujer muy hermosa, y eso, en aquella casa, para su marido, era un arma muy poderosa. No. Su hija no sería una marioneta, ni una furcia. ¡Jamás! Antes tendría que pasar por encima de ella.
–¿Mamá, eres tú?
Emma se frotó los ojos con los puños cerrados intentando salir de su letargo.
Sus rizos de color rojo como el fuego se movieron al girarse hacia su madre.

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