EL CORAZÓN
DEL
INSPECTOR O'BRIAN
Dama Beltrán
©El corazón del inspector O´Brian
©Dama Beltrán
ASIN: B0797M4HCB
Primera edición: febrero de 2018
©Imágenes de cubierta: Adobe Stock
©Imágenes del interior: Creado por Freepik
Corrección y maquetación: Paola Álvarez
Todos los derechos reservados.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopias, grabación u otro medio, sin el permiso previo del autor por escrito, que, como es lógico, no lo dará porque me he pasado muchas horas y he perdido muchos acontecimientos familiares por escribir la novela.
ÍNDICE
Mi querido/a lector/a:
Me dirijo a ti para explicarte que no podía dormir pensando en estos dos personajes. ¿Qué le había pasado a O´Brian para que actuara de la forma que explicó Roger? ¿Qué hizo para que lo sacaran del burdel de la señora Johnson? ¿Por qué agarró a April de la cintura cuando ella bajó las escaleras? ¿Por qué la llevó a la alcoba y tardó lo suficiente como para que Roger y William idearan un plan? ¿Por qué odia tanto a la aristocracia? Estas y trescientas mil preguntas más han hecho que me siente frente al ordenador y resuelva de una vez qué les sucedió y qué les pasará. Espero que la disfrutes y, te advierto, que luego aparecerá otro personaje que, como este, también quiere su historia. En fin, que las hermanas Moore tendrán que esperar al segundo semestre del año.
Atentamente,
Dama Beltrán.
Para Paz Fernández Fernández, Mieres (Asturias).
Quien no crea que una amistad pueda ser real, aunque esté a cientos de kilómetros, es que no nos ha visto.
«Porque errar es de humanos y perdonar, de seres increíbles».
Dama Beltrán.
25 de noviembre de 2017
PRÓLOGO
Londres. Julio de 1860. Habitación del señor Michael O´Brian.
Michael se anudaba la corbata mientras fruncía el ceño. Seguía sin descubrir la razón por la que el inspector Petherson le obligaba a asistir a una de las ostentosas fiestas que ofrecía el señor Campbell. Pese a que este insistió en que debía complacer a uno de los hombres más poderosos de la ciudad, continuaba sin entender por qué, de entre todos, le encomendó dicha misión. En Scotland Yard había muchos agentes que darían el sueldo de todo un año por ir a esas grandiosas celebraciones. Sin embargo, su jefe optó por elegir a la persona más reacia a ese tipo de eventos. Odiaba con todas sus fuerzas tener que velar por la seguridad de un grupo de acaudalados que tan solo se preocupaban de lucir ropas elegantes y aparentar una educación intachable. Él conocía a muchos de los que se presentaban en sociedad como honorables lores o señores cuando eran, en realidad, criminales más dañinos que los delincuentes que vivían en Whitechapel. Pero allí se encontraba, frente al espejo y vistiendo uno de sus trajes pasados de moda, preparándose para cumplir una misión que no le satisfacía en absoluto.
Se puso la chaqueta y, maldiciendo entre dientes, salió de la habitación que alquilaba a la señora Warren, una viuda que, para sobrevivir, arrendaba dormitorios tanto a estudiantes como a solteros con poca fortuna. Caminó despacio, desganado, hacia la salida.
—¡Levante esa cabeza! —le indicó la viuda enfadada—. ¡Va a asistir a una fiesta no a su ejecución!
—Señora Warren… —la saludó con una enorme sonrisa.
—Señor O´Brian… —respondió colocando sus manos en la cintura.
—Ya sabe que no soy un hombre al que le guste asistir a ese tipo de eventos ridículos —añadió burlón.
—Algún día, jovenzuelo… —Se acercó y alargó las manos hacia la corbata para arreglarle el descuidado nudo—, será un hombre respetado en esta ciudad y tendrá que aparecer en todas que soliciten su presencia.
—¡Las rechazaré! —exclamó con mofa.
—Mientras viva bajo mi techo, asistirá, aunque tenga que hacerle llegar a patadas —le amenazó.
—¿Sabe que agredir a un agente de la ley es un delito? —inquirió enarcando la ceja izquierda.
—Siempre alegaré que ha sido en defensa propia y nadie culpará a una mujer que evitó el peligro con los únicos medios que poseía —argumentó entornando sus ojos.
—No debería volver a hablar con usted de cómo eludir a la justicia. Estoy seguro de que terminaré arrepintiéndome… —dijo bromista.
—De lo único que se arrepentirá es de no llegar a esa fiesta a tiempo —sentenció antes de hacerlo girar y empujarle hasta la puerta—. Compórtese como un buen agente y salve a los desafortunados.
—¿En una fiesta en la que me mirarán con desdén por no ser más que un mísero agente? —espetó.
—Seguro que alguien descubrirá que, algún día, se convertirá en un hombre importante y lo tratará como se merece. —Lo condujo al exterior y, para evitar una posible réplica, cerró la puerta con fuerza.
Michael soltó una carcajada cuando escuchó cómo la señora Warren cerraba tras él. Era, sin duda, una mujer de armas tomar. Ninguna fémina se atrevería a tratar de ese modo a un hombre, pero ella había vivido lo suficiente como para mantener una actitud desinhibida. Ese tipo de carácter le encantaba en una mujer. Le atraían las decididas, las que no se basaban en protocolos absurdos de conductas sociales, quizá porque él mismo no actuaba como el resto de los mortales. Eso no significaba que fuese un monstruo, ¡claro que no! Aunque de vez en cuando en su interior se despertaba una bestia exigiendo aquello que necesitaba y, muy a su pesar, la aplacaba por miedo a lo que pudiera suceder. Ningún hombre de ley debía poseer esa clase de deseos, de perversiones o de apetitos sexuales. Nadie lo aceptaría si descubriesen que el joven agente O´Brian, quien aspiraba a convertirse algún día en inspector, luchaba por salvar el alma de los demás mientras la suya era tan oscura como las alas de un cuervo.
Con paso firme y decidido caminó hasta la residencia de los Campbell. Podía haberle exigido a su jefe, como intercambio por el favor que realizaba, un digno carruaje para evitar una aparición humilde, pero no era pretencioso e iba a mostrar su verdadera imagen: la de un agente que apenas ganaba para comprarse un traje nuevo y que no deseaba levantar expectación alguna entre los invitados. Además, su presencia en aquel lugar no tenía nada que ver con pavonearse entre los afamados caballeros londinenses. Él debía proteger al señor Campbell quien, según le informó el inspector, podría hallarse en una situación peliaguda durante la fiesta.
Cuando tocó la puerta de la mansión, un sirviente vestido con mejor atuendo que el suyo le abrió. Tras ser observado desde la cabeza a los pies, este frunció el ceño y le preguntó:
—¿Quién es usted?
—Buenas noches, me llamo Michael O´Brian y soy agente de Scotland Yard —contestó sin sentirse herido por la mirada reprobatoria del lacayo.
—¿Ha sido convocado por el señor Campbell? —inquirió abriendo los ojos como platos ante la sorpresa de saber que su amo había invitado a un ejemplar como aquel.
—No exactamente —indicó adentrándose al hogar pese a la insistencia del empleado en no dejarle pasar—. En verdad, el señor Campbell invitó al inspector, pero él no puede presentarse debido a un repentino dolor abdominal —explicó con sátira. No era esa la razón que le había expuesto su jefe, pero le pareció la más divertida.
—¿Desea que haga llamar al señor? —espetó el mayordomo aturdido por el descarado comportamiento del joven.
—¿Cómo actúa la aristocracia en situaciones similares? —le preguntó arqueando la ceja izquierda—. Llevo poco tiempo en la ciudad y mucho me temo que no me he adaptado a los estirados protocolos sociales.