Hunter - Lecciones para seducir: 1976 (Julia) (Spanish Edition)
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- Libro:Lecciones para seducir: 1976 (Julia) (Spanish Edition)
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- Año:2013
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Lecciones para seducir: 1976 (Julia) (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación
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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Kelly Hunter. Todos los derechos reservados.
LECCIONES PARA SEDUCIR, N.º 1976 - abril 2013
Título original: Cracking the Dating Code
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3040-0
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Poppy era una chica tímida y un poco miedosa. Nunca había logrado tener el grado de seguridad y confianza que tenían su hermana y sus dos hermanos mayores. Eso no quería decir que fuera incapaz de desenvolverse sola. Lo que pasaba era que prefería leer un libro a hacer paracaidismo y ceder antes que meterse en una discusión acalorada. Eso no tenía nada de malo.
Incluso algunos lo llamarían cordura.
Por supuesto, también había gente que creía que era demasiado introvertida y que necesitaba trabajar menos, salir más y hacer amigos nuevos. Como si su pequeño círculo de amistades no fuera bastante para ella. Encima, los amigos no salían de debajo de las piedras...
Tomas era un buen amigo suyo, por ejemplo. Como ella, era matemático especializado en criptografía y su socio en el trabajo. Además, irradiaba seguridad suficiente para los dos y comprendía el lenguaje que mejor hablaba Poppy: el de la programación.
Hacía unos días, Tomas le había ofrecido quedarse en su isla privada para realizar desde allí uno de sus trabajos de hacker, sin hacerle preguntas.
Había sido muy generoso por su parte, pensó Poppy, mientras se subía al pesquero Marlin III , después de haberle pedido al capitán un chaleco salvavidas.
Allí estaba ella, de vuelta en su Australia natal. Y solo unas millas a través del Pacífico le separaban de su destino.
Poppy se colocó la chaqueta encima del chaleco salvavidas, bajo la mirada divertida del capitán. A ella le daba igual lo que pensara. El océano era peligroso y estaban a punto de cruzarlo. No tenía nada de malo que tomara algunas precauciones.
Era un día soleado y despejado. El mar estaba en calma. Y había elegido el pesquero mejor cuidado y el capitán más experimentado de todos los que había encontrado en el puerto. El barco estaba equipado con GPS y radar y el capitán llevaba una flamante hoja de ruta que había desplegado en su mesa, justo delante de los ojos de Poppy.
El viaje empezó bien, aunque pronto las nubes salpicaron el cielo y un molesto viento comenzó a soplar contra ellos, haciendo que el trayecto fuera más largo y más incómodo de lo que a ella le hubiera gustado.
Sin embargo, el capitán, Mal, no se inmutaba por el tiempo. En su opinión, era un día perfecto para navegar. Lo único que, al parecer, le preocupaba era su destino.
—¿Sabe Seb que vas a ir para allá? —preguntó Mal por undécima vez.
—Sí. Lo sabe.
—Es que no puedo contactar con él por radio.
—Lo sé —repuso ella, pues había visto cómo el capitán había estado tratando de contactar con Sebastian Reyne cada diez minutos durante la última hora. ¿A qué se debía tanta ansiedad?, se preguntó.
Antes de eso, Mal había intentado convencer a Poppy de que se sentara en la silla para pescar y se entretuviera lanzando una caña al agua.
—No, gracias —había rehusado ella con educación—. No soy fan de la pesca. He leído El viejo y el mar y sé cómo es.
Mal se había reído, pero no había insistido más. Una media hora más tarde, percibiendo el creciente nerviosismo de ella, el capitán volvió a hablar.
—¿Algún problema con Seb? —inquirió él, girándose para mirarla.
—Todavía, no —contestó ella—. A algunas personas les dan miedo las alturas, ¿verdad? Pues a mí me pasa lo mismo con el mar abierto. Cuando miro el mar y no veo el fondo, me angustio un poco —explicó—. Por eso, nunca viajo en barco. Pero era la única manera de llegar a la isla.
—¿No podías haber quedado en tierra con Seb? —preguntó Mal y, al instante, notó que ella se ponía un poco más tensa.
—No voy a la isla para ver a Seb. Ni siquiera lo conozco.
Después de eso, Poppy se quedó callada. Mal le ordenó que se sentara a su lado y sirviera dos tazas de café de un termo. Luego, él le sirvió tres terrones de azúcar, sin preguntarle cómo lo prefería, y le dijo que bebiera.
El capitán intentó buscar algún tema sobre el que charlar, sin éxito.
Trató, también, de poner música, pero solo tenía temas de heavy metal y no le pareció lo más indicado.
—¿Y a qué te dedicas? —inquirió él, en un esfuerzo más de entablar conversación.
—Escribo códigos matemáticos —respondió Poppy—. Es útil para los intercambios de información en internet y ese tipo de cosas.
—Te refieres a la criptografía —apuntó él, sonriendo—. Lo mismo que hace Tom.
—Sí —asintió ella—. Tom y yo trabajamos juntos... compartimos la empresa. Por eso, me ha prestado su isla.
—¿Estás segura de que Seb sabe que vas a venir? —insistió Mal.
—Segura —afirmó ella. Sin embargo, la insistencia de Mal despertó su curiosidad por el misterioso hermano de Tomas—. ¿Hay algo que debería saber yo sobre Seb?
—No sé qué decirte —murmuró el capitán—. ¿Qué sabes de él?
—Sé que es rico. Sé que Tomas y él compraron la isla y que Sebastian diseñó y construyó su casa allí. ¿Pero qué es lo que hace?
—Hace todo lo que quiere —contestó Mal—. Es su regla.
—¿No puedes ser un poco más concreto?
—Seb es ingeniero marino. Dirige una compañía que se dedica al mantenimiento de plataformas de petróleo en altamar. También dirige programas de sellado y limpieza de fugas. Lo que nadie sabe es si lo dirige todo desde la isla —señaló Mal y fijó su inteligente mirada en ella—. ¿Te das cuenta de que allí no vive nadie más que Seb?
—Sí. Pero creo que, además de la casa principal, hay otra para invitados, así que para mí no es un problema. Tom ha hablado con Seb para que la tenga llena de provisiones.
—En ese caso, intenta tú comunicar con Seb.
A Poppy no le molestaba ocuparse de la radio del barco. La ayudaba a mantener la mente ocupada y no pensar en la enorme extensión de océano que los rodeaba. Pero, cuando llegaron a la isla y atracaron el Marlin III en un pintoresco muelle flotante, ella tenía ya los nervios de punta, pues seguía sin verse ni un alma por allí.
—Allí está el quad de Seb —señaló Mal, mientras bajaba al muelle la bolsa de viaje de Poppy.
Acto seguido, Mal se giró y le tendió la mano para ayudarla a bajar. Poppy estaba ocupada quitándose el chaleco salvavidas y poniéndose la chaqueta. Titubeó antes de tomar su mano extendida y él se dio cuenta. Como disculpa por su desconfianza, ella esbozó una débil sonrisa.
—Gracias —dijo Poppy, dejándose ayudar.
Al fin en tierra, pensó ella. Entonces, recordó lo que acababa de comentar el capitán.
—¿Has dicho que está aquí el quad de Seb?
—Allí, bajo el hangar —indicó Mal, haciendo un gesto hacia una construcción larga y estrecha que comenzaba en la playa y se adentraba unos cincuenta metros en el agua.
—¿Eso es un hangar? Parece un poco excesivo, ¿no?
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