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Arthur Hailey - Ruedas

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Arthur Hailey Ruedas

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Sinopsis


El automóvil es el auténtico protagonista de «Ruedas». Los personajes de este best-seller de 1971 están todos relacionados con la industria del automóvil de Detroit. Directivos, Jefes de planta, trabajadores de la cadena de producción, diseñadores, fabricantes de piezas y repuestos, sindicalistas, concesionarios de venta... Todos ellos desempeñan su papel en una historia cuyo hilo conductor es el lanzamiento de un nuevo modelo de coche.

Arthur Hailey se documentaba durante años antes de empezar a escribir la primera línea de sus libros. Eso los hace amenos y creíbles. «Ruedas» no es una excepción. En su momento fué un éxito de ventas, e incluso fué adaptada como serie de TV en 1978, protagonizada por Rock Hudson y Lee Remick.


Arthur Hailey

Ruedas—oOo—

Título Original: Wheels

Traducción: Alejandro Deffis Whittaker

© 1971, Arthur Hailey

ISBN: 2900100173759

—oOo—


De aquí en adelante, no se permitirán vehículos de ninguna especie dentro del recinto de la Ciudad; desde la salida del sol hasta la hora del ocaso...

Aquellos que hayan entrado durante la noche, y todavía estén dentro de la Ciudad a la salida del sol, deberán detenerse y quedar vacíos hasta la hora indicada...

Cónsul del Senado de Julio César, 44 años A.C.


Es absolutamente imposible dormir en cualquier parte de la Ciudad. El tránsito perpetuo de carros en las tortuosas y estrechas calles... es suficiente como para despertar a los muertos.

Las Sátiras de Juvenal, año del Señor 117.



E L presidente de General Motors estaba de un humor de perros. Había dormido mal durante la noche porque su manta eléctrica funcionaba intermitentemente, lo que había hecho que se despertara varias veces, sintiendo frío. Ahora, luego de corretear por la casa, en pijama y robe de chambre , había diseminado herramientas en su mitad de la gran cama, donde su mujer aún dormía, y estaba desarmando el mecanismo de control. Casi en seguida observó una conexión mal hecha, que era la causante del encendido y apagado continuo durante la noche. Protestando agriamente por el bajo control de calidad de los fabricantes de mantas, el presidente de GM llevó la unidad a su tallercito del sótano, para repararla.

Su esposa, Coralie, se desperezó. En unos pocos minutos más sonaría el despertador, y ella se levantaría adormilada para preparar el desayuno para ambos.

Afuera, en el suburbio de Bloomfield Hills, unos 20 kilómetros al norte de Detroit, todavía estaba oscuro.

El presidente de GM, un hombre esbelto, ágil y normalmente tranquilo, tenía otra causa para estar malhumorado, además de la manta eléctrica: Emerson Vale. Hacía unos minutos, por la radio que estaba encendida suavemente junto a la cama, el jefe de GM había oído en el telediario la voz familiar, astringente y odiada del archicrítico de la industria automotriz. Ayer, en una conferencia de prensa llevada a cabo en Washington, Emerson Vale había disparado nuevamente contra sus blancos favoritos, General Motors, Ford y Chrysler. Los servicios telegráficos de prensa, posiblemente a falta de mejores noticias provenientes de otras fuentes más importantes, habían dado obvia prioridad al ataque de Vale.

Los Tres Grandes de la industria automotriz, acusaba Emerson Vale, eran culpables de «ambición, conspiración criminal, y de abuso, en su propio interés, de la confianza del público». La conspiración consistía en su culpable negativa de ofrecer al público automóviles eléctricos y de vapor como alternativa —accesible en la actualidad, aseguraba Vale— del motor a gasolina.

La acusación no era nueva. Sin embargo Vale —una persona hábil en el manejo de las relaciones con el público y con la prensa— había introducido suficiente material de reciente data como para hacer que su exposición fuese digna de ser publicada.

El presidente de la corporación más grande del mundo, graduado en ingeniería, arregló el control de la manta, de la misma manera que le gustaba hacer otros trabajos caseros cuando su tiempo se lo permitía. Luego se duchó, se afeitó, se vistió para ir a la oficina y se unió a Coralie para tomar el desayuno.

Sobre la mesa del comedor había un ejemplar del Detroit Free Press . Al ver la cara y el nombre de Emerson Vale prominentemente dispuestos en la primera página, de un colérico manotazo arrojó el periódico al suelo.

—Bien —dijo Coralie—, espero que con eso te sientas mejor. —Puso delante de él un desayuno calculado para vigilar el nivel de colesterol: una clara de huevo sobre una tostada, con rodajas de tomate y requesón. La esposa del presidente de GM siempre preparaba personalmente el desayuno y lo tomaba con él, por más temprano que fuera. Sentándose frente a su marido, recogió el Free Press y lo abrió.

—Emerson Vale —anunció— dice que si tenemos competencia técnica como para enviar hombres a la Luna y a Marte, la industria automotriz debería ser capaz de producir un automóvil totalmente seguro, libre de defectos, y que no contaminara el medio ambiente.

Su esposo dejó el cuchillo y el tenedor.

—¿Tienes que estropearme el desayuno, con lo frugal que es?

—Tenía la impresión de que algo ya te lo había estropeado —sonrió Coralie, y prosiguió, imperturbable—: Vale cita la Biblia sobre la contaminación del aire.

—¡Por el amor de Cristo! ¿En qué parte de la Biblia hablan de eso ?

—Por el amor de Cristo no, querido. Está en el Viejo Testamento.

—Sigue, léelo. Tenías intención de hacerlo de cualquier manera —gruñó él, picada su curiosidad.

—Es de Jeremías —dijo Coralie—. «Y te traje a una tierra de promisión, para gozar de sus frutos y de su bienestar; pero cuando tú llegaste, asolaste mi' tierra e hiciste de mi herencia algo abominable.» —Sirvió más café para ambos.

—Creo que esto demuestra mucha habilidad de su parte.

—Nadie ha dicho que ese cretino no fuera hábil.

Coralie siguió leyendo en voz alta: —«Las industrias automotriz y del petróleo —decía Vale— han retrasado juntas el progreso técnico, que debería haber producido mucho antes un automóvil eléctrico o de vapor que fuera efectivo. Su razonamiento es simple. Un automóvil de ese tipo anularía la enorme inversión de esas industrias en el motor de combustión interna, diseminador de la contaminación.» —Dejó a un lado el periódico—: ¿Hay algo de verdad en todo eso?

—Obviamente Vale piensa que sí.

—¿Y tú no piensas lo mismo?

—Naturalmente que no.

—¿Nada en absoluto?

—A veces hay un germen de verdad en cualquier afirmación descabellada —dijo él, irritado—. Así es como la gente como Emerson Vale se las arregla para parecer convincente.

—¿Entonces vas a desmentir lo que él dice?

—Posiblemente no.

—¿Y por qué no?

—Porque si la General Motors se enfrenta con Vale, nos acusarán de ser un gran monolito que pisotea a un individuo. Y si no contestamos nos insultarán de todas maneras, pero por lo menos así no nos atribuirán lo que no dijimos.

—¿Y no tendría que contestar alguien?

—Si algún brillante periodista habla con Henry Ford, él posiblemente lo haga —sonrió el presidente de GM—, sólo que Henry será muy expresivo y los periódicos no van a publicar todo lo que él diga.

—Si yo tuviera tu puesto —afirmó Coralie— pienso que diría algo. Quiero decir, si realmente estuviera convencida de tener razón.

—Gracias por tu consejo.

El presidente de GM terminó su desayuno, sin tragar el anzuelo que su mujer le tendía. Pero el intercambio de opiniones y los pinchazos que Coralie le daba a veces por su bien, le habían ayudado a sacarse el malhumor de encima.

A través de la puerta de la cocina el presidente de GM oyó llegar a la sirvienta por día, lo que significaba que su automóvil y su chófer, que recogía a la muchacha en el camino, lo esperaban afuera. Se levantó de la mesa y se despidió de su mujer con un beso.

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