Ree Drummond - Cambio mis tacones por las ruedas de un tractor
Aquí puedes leer online Ree Drummond - Cambio mis tacones por las ruedas de un tractor texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2011, Editor: ePubLibre, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:Cambio mis tacones por las ruedas de un tractor
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2011
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Cambio mis tacones por las ruedas de un tractor: resumen, descripción y anotación
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Cambio mis tacones por las ruedas de un tractor — leer online gratis el libro completo
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Jamás olvidaré aquel momento. Fue una mezcla de novela romántica, musical antiguo de Broadway y película del oeste de John Wayne.
Cuando aquella noche decidí salir a tomar una copa con unos amigos, no entraba en mis planes conocer a nadie, y menos aún a un vaquero alto y curtido que vivía en un rancho a muchos kilómetros de mi refinada y organizada ciudad natal. Pero cuando quise darme cuenta, las flechas me habían alcanzado y no pude ni quise detenerlas.
Ésta es una historia universal del enamoramiento, la pasión y el amor inmenso que nos conquista por completo.
También es la historia de mi cowboy, de sus Wranglers y de unos zahones. Y la mía, una chica que se enamoró de todo ello y decidió cambiar sus tacones por las ruedas de un tractor.
Ree Drummond
ePub r1.0
nalasss 01.11.14
Para mis hijos: mamá os quiere
Para mi marido: mamá también te quiere
Un día, hace unos pocos años, empecé a tomar notas para escribir la historia de cómo conocí a mi marido. Iba por la mitad del primer capítulo cuando me detuve de golpe, guardé las notas en un cajón y me puse con otras cosas. Algún tiempo después, me desperté de repente con un insólito bloqueo creativo y saqué el manuscrito del cajón. Pese a ser una bloguera habitual, en ese momento me sentía vacía de ideas y, aunque estaba segura de que mi historia de amor no iba a interesarle a mucha gente, quería ofrecer a los lectores de mi blog algo nuevo. Recé un par de avemarías confiando en que no les resultara aborrecible y lo publiqué en mi web.
Para mi sorpresa, los lectores respondieron… y me pidieron otro capítulo. Lo escribí aquella misma noche. El segundo condujo a un tercero y a un cuarto. Animada por los seguidores de , comencé a publicar entradas regularmente, episodios semanales online de mi verdadera historia de amor, que siempre acababan en un punto álgido de la tensión romántica. Se convirtió en una parte integral de mi rutina de escritura durante más de año y medio, y mis amigos y lectores estuvieron conmigo en todo momento.
Me encantó la experiencia. Me encantó regresar… y revivirlo todo.
En ese período escribí más de cuarenta capítulos y eso que no pasé del día de la boda. Decidí dar por acabada la versión online en ese punto y comencé a escribir la siguiente parte, que trata de nuestro primer año de matrimonio.
Este libro contiene la historia completa, la desmadrada historia de amor al estilo de las novelas románticas que publiqué en mi blog (con material nuevo), que empieza la noche en que conocí a mi marido y termina cuando salimos rumbo a nuestra luna de miel, y una sección nueva que gira en torno a los primeros días de nuestra vida conyugal.
Espero que te guste la historia.
Espero que te haga sonreír.
Espero que te recuerde las razones por las que tú mismo te enamoraste. Y si aún no has encontrado el amor, confío en que te enseñe que, muchas veces, éste te sale al encuentro, quizá cuando menos te lo esperas.
ÉRASE UNA VEZ EN EL MEDIO OESTE
«Olvídalo», me dije, tumbada en la cama en la que había dormido toda mi vida. En una plena y autoimpuesta parada en boxes en mi ciudad natal del estado de Oklahoma, me encontraba atascada en una ciénaga de papel en forma de guías de estudio, borradores de mi currículum llenos de tachaduras, listas de apartamentos disponibles en Chicago y un catálogo de J. Crew del que acababa de pedir un abrigo de cuatrocientos noventa y cinco dólares tipo gabardina, de lana de color verde oliva, no chocolate, porque soy pelirroja, y porque Chicago es un poco más fresquito que Los Ángeles, de donde había regresado hacía unas pocas semanas.
Llevaba toda una semana buscando, revisando, comprando y pidiendo cosas por catálogo y estaba exhausta; los ojos me escocían de tanto leer, tenía arrugada la piel del dedo corazón de chupármelo para pasar las hojas, y mis peludos y calientes calcetines favoritos estaban sucios y deshilachados después de llevarlos puestos durante dos días seguidos.
Necesitaba un descanso.
Decidí bajar al J-Bar, un garito del barrio en el que sabía que unos amigos habían quedado para tomar una copa y celebrar las fiestas navideñas. Un rato antes me había excusado para no ir, sin embargo a esas horas una copa de Chardonnay se me antojaba no ya apetecible, sino necesaria. Obligatoria.
Pero estaba hecha un desastre, que es el inconveniente de no salir de tu habitación durante más de cuarenta y ocho horas seguidas. Tampoco es que quisiera impresionar a nadie. Al fin y al cabo, estaba en mi pueblo, el lugar que me había visto crecer, y pese a que es un lugar relativamente pintoresco y próspero, no podía decirse que fuera necesario ponerse de punta en blanco para ir a tomar una copa.
Con esa idea en mente, me lavé la cara, me apliqué un poco de rímel negro, obligatorio en una chica de tez y ojos claros, y me solté el pelo, que llevaba recogido en una cola baja. Me vestí con un jersey de cuello alto azul claro, ya desvaído, y mis vaqueros agujereados favoritos, me puse un poco de bálsamo en los labios y salí por la puerta.
Un cuarto de hora más tarde estaba con mis amigos de siempre y una copa de Chardonnay, sintiendo esa relajación que te producen los primeros sorbos de vino de la noche, pero experimentando también la alegría familiar de estar con gente a la que conoces de toda la vida.
Entonces lo vi, al vaquero del otro lado del bar. Alto, fuerte y misterioso, con sus pantalones tejanos y sus botas, bebiendo cerveza directamente de la botella. Y también vi el pelo de ese semental. Lo llevaba muy corto y lo tenía plateado, demasiado gris para la juventud que proclamaba su rostro, pero lo justo para hacerme enloquecer con todo tipo de fantasías sobre Cary Grant en Con la muerte en los talones. Elegante aunque curtido, aquel hombre tipo Marlboro era toda una visión. Después de unos cuantos minutos mirándolo embobada, inspiré profundamente y me levanté. Tenía que verle las manos.
Me acerqué disimuladamente a la zona del bar en la que él estaba. Como no quería que se me notara a lo que iba, cogí cuatro cerezas de la bandeja de aderezos y las puse encima de una servilleta de papel mientras les echaba un vistazo a sus manos. Grandes y fuertes. Bingo.
En cuestión de minutos estábamos hablando.
Pertenecía a la cuarta generación de una familia de rancheros criadores de ganado, cuya propiedad se encontraba a más de una hora de distancia de aquella refinada y organizada ciudad natal mía. Su tatarabuelo había llegado desde Escocia a finales del siglo XIX y poco a poco había ido adentrándose en la zona centro del país, donde conoció y se casó con una chica y se convirtió en un comerciante de éxito. Sus hijos fueron los primeros de la familia en comprar tierras y empezar a criar ganado a comienzos del siglo XX, y sus descendientes terminarían estableciéndose como criadores por toda la región.
Como es evidente, yo aún no sabía nada de todo eso aquella noche en el bar, cuando me paseé por delante de él con mis botas puntiagudas de Donald Pliner, mirando con nerviosismo alrededor. Hacia el suelo. A mis amigos. Traté por todos los medios de no mirar demasiado fijamente aquellos ojos de hielo azul verdoso o, peor aún, de babearle encima.
Por otra parte, aquella noche tenía muchas cosas que hacer: estudiar, seguir puliendo mi currículum, sacar brillo a mis adorados zapatos negros de salón, aplicarme una mascarilla rejuvenecedora, puede que ver West Side Story en VHS por enésima vez. Pero sin que me diera cuenta, transcurrió una hora y luego dos.
Nos pasamos la noche hablando, ajenos a todo lo que pasaba a nuestro alrededor, como sucedía en
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