Arthur Hailey
Últimas Noticias
Título de la edición original: The Evening News
Traducción del inglés: Nuria Lago Jaraiz
© 1990 by Arthur Hailey
A Sheila y Diane, con especial gratitud,
y a todos mis amigos de los medios de comunicación
que me confiaron información oficiosa y confidencial.
En la novela de Frederick Forsyth The day of the Jackal (Chacal), publicada en 1971, un asesino consigue un pasaporte británico falso. En Últimas Noticias, un terrorista obtiene un pasaporte semejante, por otros caminos, cuya descripción es resultado de mis propias investigaciones.
No obstante, reconozco que, en esta materia, el señor Forsyth me lleva la delantera.
A. H.
A escasos minutos de la emisión de los titulares del boletín de noticias de la noche de la CBA, llegó la primera información acerca del inminente aterrizaje forzoso de un Airbus A-300 en el aeropuerto de Dallas-Fort Worth.
Eran las 18.21, hora de Nueva York, cuando el director de la oficina de Dallas de la CBA comunicó a uno de los productores de Nueva York, por el altavoz de la sala de la Herradura:
– Estamos a la espera de un aparatoso aterrizaje forzoso en el aeropuerto de Dallas-Fort Worth. Ha habido una colisión en vuelo: una avioneta y un Airbus con el pasaje completo. El aparato pequeño ha caído. El Airbus está en llamas y va a intentar tomar tierra. Las radios de la policía y las ambulancias parecen enloquecidas.
– ¡Dios santo! -exclamó otro realizador de la Herradura-. ¿Qué posibilidades hay de obtener imágenes?
La Herradura, una mesa inmensa con cabida para doce personas, era el lugar donde se planificaban y se elaboraban todos los boletines de noticias de la cadena de televisión, desde primerísima hora de la mañana hasta el último segundo de emisión de cada día de la semana. En las emisoras rivales como la CBS, la llamaban la Pecera, en la ABC, el Corro, y en la NBC, el Despacho. Pero, comoquiera que se la llamara, su significado era el mismo.
Al parecer, en esta sala se encuentran los mejores cerebros en lo que a apreciación y toma de decisiones informativas se refiere: director, presentador, realizadores, redactores, guionistas, director gráfico y sus ayudantes de mayor categoría. También hay, como instrumentos de una orquesta, media docena de terminales de ordenador, teletipos, una centralita de teléfonos sofisticadísimos y monitores de televisión donde se puede contemplar en cualquier momento desde unas imágenes de vídeo sin montar, o un reportaje a punto de emitirse, hasta las transmisiones de la competencia.
La Herradura se encuentra en el cuarto piso del edificio de oficinas de los servicios informativos de la CBA, en el centro de la planta, con despachos a un lado: los del personal directivo del boletín nacional de Últimas Noticias, que, a diversas horas del día, huyen del habitual frenesí de la Herradura y se refugian en sus despachos individuales.
Ese día, como casi siempre, presidía la Herradura Chuck Insen, el director ejecutivo. Enjuto y mordaz, era un periodista veterano, iniciado en la prensa en sus años de juventud y todavía en la actualidad, con una preferencia pueblerina por las noticias domésticas en detrimento de las internacionales. Con cincuenta y dos años, Insen era muy viejo para los baremos corrientes de la televisión, aunque no daba muestras de debilidad, incluso después de cuatro años en un cargo que solía quemar a la gente en dos. Chuck Insen podía ser brusco, y lo era muy a menudo; nunca había podido soportar la estupidez o las charlas intrascendentes, por la sencilla razón de que las presiones de su tarea no le dejaban tiempo.
Ese día, un miércoles de mediados de septiembre, la tensión se encontraba al máximo. A lo largo de todo el día, desde primeras horas de la mañana, el esquema del boletín nacional de últimas noticias, la selección de temas y su orden de importancia habían sido revisados, debatidos, corregidos y decididos. Los corresponsales y los enviados especiales de todo el mundo habían contribuido con ideas, habían recibido instrucciones y las habían ejecutado. Durante todo ese proceso, las noticias del día habían sido reducidas a ocho crónicas de corresponsalía, a las que se adjudicaba entre un minuto y medio y dos minutos, más dos narraciones en off y cuatro tomas de estudio. La narración en off es el comentario del presentador sobre un fondo de imágenes, y la toma de estudio, el presentador en pantalla sin imágenes; ambas con una duración media de veinte segundos.
Y de repente, a menos de ocho minutos de salir en antena, la aparatosa noticia de Dallas les obligaba a remodelar todo el bloque de noticias. Aunque ninguno sabía cuánta información adicional les llegaría, ni de qué imágenes dispondrían, para incluir la historia de Dallas debían prescindir por lo menos de uno de los reportajes previstos y recortar otros. Habría que cambiar la secuencia de noticias en función del tiempo y las necesidades del ritmo de emisión, la cual se iniciaría mientras terminaban de resolver las modificaciones. Estos imprevistos sucedían con bastante frecuencia.
– Esquema nuevo, todo el mundo aquí -ordenó Insen resueltamente-. Ponemos Dallas en cabecera, con Crawf en toma de estudio. ¿Ha llegado ya algún teletipo?
– El de la Associated Press. Ya lo tengo -respondió Crawford Sloane, el presentador, leyendo el boletín que acababan de entregarle.
Unos siete millones de personas veían casi todas las noches del año la cara familiar de Sloane, sus rasgos angulosos, su pelo veteado de gris, su mandíbula prominente y sus ademanes autoritarios aunque tranquilizadores. El presentador ocupaba su asiento habitual, la privilegiada butaca a la derecha del director ejecutivo. Crawf Sloane también era un veterano periodista que había ascendido en el escalafón con paso firme, sobre todo después de su labor como corresponsal de la CBA en Vietnam. Tras ser enviado especial en la Casa Blanca y trabajar durante tres años como presentador de la cuña informativa de medianoche, Sloane se había convertido en una institución nacional, un miembro de élite de los mass media.
Dentro de pocos minutos, Sloane se dirigiría al estudio. Mientras, para redactar personalmente su texto, recurriría a la llamada de Dallas que había oído por el altavoz más algún dato adicional del informe de la Associated Press. No todos los presentadores redactaban sus textos, pero Sloane, si podía, prefería escribir él mismo lo que iba a decir. Pero tenía que darse prisa.
Volvió a oírse la sonora voz de Insen. El director ejecutivo, consultando el esquema original de esa edición, dijo a uno de los realizadores:
– Elimina a Arabia Saudí. Quítale quince segundos a Nicaragua.
Sloane se estremeció mentalmente al oír la decisión de quitar el reportaje sobre Arabia. Era una noticia importante, de dos minutos y medio, bien presentada por el corresponsal de la CBA en Oriente Medio, sobre los planes de comercialización del petróleo saudí. Al día siguiente, la historia no valdría un centavo, porque sabían que las otras emisoras la tenían y la transmitirían esa noche.
Sloane no discutía la decisión de sacar en cabecera la noticia de Dallas, pero, personalmente, él hubiera eliminado la crónica del Capitolio referente al delito de un senador. El legislador había malversado ocho millones de dólares de una asignación colosal, dinero que beneficiaba a un amigo personal suyo que había contribuido económicamente a su campaña. El escándalo había salido a la luz gracias a las diligentes indagaciones de un reportero.
Pese a ser más pintoresco, el tema de Washington era menos importante, pues la corrupción de un miembro del Congreso no era nada anormal. Pero tal decisión, pensó el presentador con amargura, era típica de Chuck Insen: una vez más, se descartaba una noticia del extranjero, cuando, según Sloane, ésas eran las que debían subrayar.
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