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Mars - Políticamente Incorrectas 2 (Spanish Edition)

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Mars Políticamente Incorrectas 2 (Spanish Edition)
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    Políticamente Incorrectas 2 (Spanish Edition)
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    2015
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Políticamente Incorrectas 2 (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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EMMA MARS

Políticamente incorrectas 2

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Twitter: @unachicademarte
Blog: unachicamarciana.wordpress.com

© Emma Mars

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“Si la gente pudiera ver que el cambio se produce como resultado de millones
de pequeñas acciones que parecen totalmente insignificantes, entonces
no dudarían en realizar esos pequeños actos”.

Howard Zinn

Para Clara, que fue puerto cuando llegaron las olas.

Para Helena, la marea que me enseñó nuestra playa.

CAPITULO

UNO

De un momento a otro puede cambiarle a uno la vida. Es algo que preferimos ignorar, esa idea de que todo lo que nos parece seguro y estable se puede evaporar en un segundo. Uno prefiere creer que la vida es un camino de único sentido, dócil y de trazado amable, que nada ni nadie puede alterar. Pero a veces resulta imposible seguir dando la espalda a la realidad, especialmente cuando tienes un municipio entero que depende de ti.

La alcaldesa Esther Morales entró aquella mañana en el Ayuntamiento de Móstoles con las pestañas pegadas y los ojos ligeramente hinchados. Había puesto mucho afán en maquillarse, y su cara no traslucía mayores signos de somnolencia, pero últimamente todas sus noches eran así, plagadas de sueños y pesadillas imposibles de descifrar, como si cada vez que cerrara los ojos se precipitara por un profundo acantilado del que le costaba salir cuando empezaba un nuevo día. Al pasar de largo la Concejalía de Medio Ambiente, pensó si sería posible cambiar la chillona melodía de su despertador por otra un poco más agradable que no le provocara una arritmia cada vez que se despertaba. Tendría que indagar sobre ese asunto más tarde.

El interior del Ayuntamiento de Móstoles estaba despertando a su trajín diario. Esther solía ser una de las primeras en llegar y de las últimas en salir. Tenía tanto trabajo pendiente que a veces incluso olvidaba saludar a los funcionarios a su entrada, concentrada como estaba en recitar mentalmente su agenda diaria. Este hecho inexcusable le estaba granjeando enemigos sin proponérselo, pero esa mañana recordó que debía ser más empática con sus compañeros de trabajo y despachó un par de sonrisas y saludos mientras se dirigía a las dependencias de Alcaldía.

Carmen, la secretaria, ya estaba en su puesto de trabajo cuando abrió la puerta. Intercambiaron un buenos días de lo más rutinario y Esther advirtió complacida que Carmen ya tenía un café humeante en la mano, negro, como a ella le gustaba, dos terrones de azúcar disolviéndose en su interior. La secretaria le tendió la taza y la alcaldesa la recogió casi al vuelo, taconeando hacia el interior de su despacho.

—¿Qué tenemos para hoy? —le preguntó despistada, mientras metía la mano en el interior de su cartera de documentos y sacaba un grueso fajo que cayó sobre la mesa con un ruido seco.

Esther suspiró con cansancio. La montaña de papeles no disminuía aunque pasaran los días. Esa mañana, si no recordaba mal, tenía una reunión con unos empresarios y una Junta de Gobierno.

—Los de la Asociación de Hosteleros llegarán a las nueve —recitó Carmen casi de memoria, la mirada fija en la agenda que rellenaba meticulosamente con el devenir de los días—. Tu abogado llamó ayer, te habías ido.

—Lo sé, me llamó después al móvil. ¿Algo más?

—Y acaban de llamar del Gabinete de Presidencia.

Esther arqueó una ceja en señal inequívoca de peligro.

—¿De Presidencia? —preguntó, incrédula. Carmen solo asintió, comprendiendo la sorpresa de la alcaldesa—. ¿Y qué querían?

—Invitarte de manera personal a la próxima reunión que hay en la sede provincial del partido. Es por las elecciones municipales. Dicen que como no has ido a las anteriores…

El silencio quedó suspendido en el aire como un incómodo visitante. Esther se mordió el labio inferior inconscientemente. Por supuesto, tras su última reunión con Diego Marín, el presidente del partido y ahora ya de la Comunidad de Madrid, invitación no debía ser tomada como tal, sino más bien como orden . Pero era cierto que no había acudido a ninguna de las reuniones en la sede provincial para tratar sobre las inminentes elecciones municipales. Eso ya de por sí resultaba inexcusable. Esther sabía que no podía dilatarlo. Tendría que acudir a esta reunión, aunque la idea de hacerlo le provocaba una incómoda sensación de vacío en la boca del estómago.

—¿Era Juan Devesa quien llamó?

—Sí, es un muchacho muy amable.

—Sí que lo es —replicó Esther de manera ausente. Había tratado poco con él, pero era el único del Gabinete de Presidencia con quien no le importaba hablar. Si hubiera estado en el despacho, habría atendido la llamada personalmente—. ¿Y cuándo es la reunión?

—La próxima semana, el jueves. Dicen que es importante que vayas.

—Comprendo. Anótalo en la agenda, Carmen, hazme el favor.

Carmen asintió en silencio. Se dio media vuelta comprendiendo que su primera visita del día concluía ahí y ya se estaba dirigiendo a la puerta cuando pareció recordar algo que le hizo girarse de nuevo.

—¿Debería llamar a Lara? —le preguntó entonces, la expectación reflejada en su cara.

Esther no pudo reprimir la tímida sonrisa que empezó a dibujarse en sus labios. Lara… el simple recuerdo de la experiodista de Diego Marín conseguía sonrojarla como una colegiala. No obstante, guardó las formas lo mejor que pudo, carraspeó imperceptiblemente y se plisó la falda que llevaba puesta aquella mañana.

—No te preocupes, de eso me ocupo yo. Gracias —contestó con fingida tranquilidad, sentándose con manifiesto cansancio en el sillón.

Había sabido poco o nada de la periodista en los últimos meses. La relación entre Lara y ella había subsistido a base de un par de llamadas rápidas para cerciorarse de que su acuerdo seguía en pie, de que trabajarían de nuevo juntas llegadas las elecciones municipales, y otros tantos mensajes en los que debatieron algunas cuestiones espinosas sobre la rutina municipal en Móstoles. Pero eso era todo.

Esther tenía la certeza de que Lara la evitaba, como si no deseara ahondar en la relación que mantenían, y no la culpaba por ello. Cada vez que recordaba la última noche que estuvieron juntas en su casa, sentía que se ruborizaba, y rápidamente se obligaba a apartar de su mente los recuerdos de aquellos besos urgentes.

Suponía que a Lara le sucedía exactamente lo mismo. Tal vez por ello, solo sabía de la periodista a través de Carmen, que sin proponérselo se había convertido en una suerte de correveidile que la informaba puntualmente de la relación que Lara mantenía con su sobrina María. Cuando le contaba historias banales como la vez que habían ido al cine las tres juntas, o esa otra en la que la pareja cenó en su casa, Esther se limitaba a escucharla atentamente, fingiendo una calma que no sentía, cuidándose de emitir cualquier juicio de valor al respecto. Asentía, sonreía y hacía comentarios superfluos pero positivos, nada más. Lo último que deseaba era que Carmen empezara a dudar sobre la naturaleza y motivación de su relación con la periodista.

Mentiría si dijera que no ardía en deseos de saber más de Lara, pero, por el momento, esta era la realidad que ambas se habían impuesto, una relación que se ceñía a lo estrictamente profesional. Tenía pocas noticias sobre a qué se dedicaba Lara esos días, si estaba bien con María o si afrontaba problemas para pagar su abultada hipoteca. En una ocasión se sintió tentada de llamarla para ofrecerle un puesto temporal en el Ayuntamiento, tal vez como jefa de prensa, para ir preparando el terreno de cara a las elecciones, pero incluso entonces comprendió que eso habría sido tensar demasiado la cuerda. Tal vez Lara ya tenía un trabajo que la mantuviera ocupada y un sueldo decente. Quizá si la llamaba lo interpretaría como limosna por su parte, una suerte de pago en compensación por los problemas que le había causado durante su periplo en Móstoles, cuando perdió su empleo como jefa del gabinete de prensa de Diego Marín prácticamente por su culpa. Así que Esther tomó la determinación de dejar que fuera Lara quien la contactara cuando estuviera preparada, algo que, para su decepción, no había sucedido realmente, al menos no como le hubiera gustado.

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