Gernika
Mario Escobar
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«Si ganan los nacionales no habrá fascismo, lo que habrá será una dictadura militar y eclesiástica de tipo español tradicional, sables, casacas, y desfiles militares, homenajes a la Virgen del Pilar. El país no da para más».
Manuel Azaña
«Falange Española de las J.O.N.S. no es un movimiento fascista; tiene con el fascismo algunas coincidencias en puntos esenciales de valor universal; pero va perfilándose cada día con características peculiares y está segura de encontrar precisamente por ese camino sus posibilidades más fecundas».
José Antonio Primo de Rivera
«Ha de advertirse a los tímidos y vacilantes, que el que no esté con nosotros, está contra nosotros, y que como enemigo será tratado. Para los compañeros que no son compañeros el movimiento triunfante será inexorable».
General Mola
«La verdadera tragedia de España fue la muerte de Mola; ese era el verdadero cerebro, el verdadero jefe. Franco llegó a lo más alto como Poncio Pilatos en el credo».
Adolf Hitler
«Sin duda Franco se siente aliviado por la muerte del general Mola».
Von Faupel, embajador alemán en España
«“¿Se acuerda usted de Gernika?”. “Un momento —respondió Göring—. ¿Gernika, dice? Recuerdo. En efecto, fue una especie de banco de pruebas para la Luftwaffe”».
Mariscal del Aire Göring durante el interrogatorio del Juicio de Núremberg
Contenido
Prólogo
Primera parte - El amigo del Führer
Segunda parte - La conspiración
Tercera parte - Guarda el secreto
Epílogo
Prólogo
Las piedras rojizas de Salamanca asomaron desde el sendero y el hombre se detuvo unos instantes para contemplar las torres de las iglesias de la ciudad. Onésimo había estudiado allí veinte años antes, junto a aquellas calles de piedra que simbolizaban en cierto sentido la fuerza y el poder de la Iglesia. Después de varios años en América, ahora le parecía un tiempo lejano y un país extraño. Demasiadas cosas habían cambiado en muy pocos años. La caída del Rey, la ansiada República, los disturbios y la quema de iglesias, los rumores de revolución y después la guerra. Parecía como si la historia se hubiera concentrado y tuviera prisa por terminar con todo lo que él, unos años antes, había creído inamovible e inmutable. Hasta la existencia de Dios era asunto de discusión.
Se ajustó el macuto y sintió un nudo en el estomago. Su misión no era fácil. Llevaba una carta escrita de puño y letra por el propio papa; pero en aquella España, confusa y turbulenta, nada aseguraba el éxito de su tarea.
El obispo de Bilbao y el lehendakari Aguirre no se ponían de acuerdo. El obispo quería que se negociara una paz por separado con los italianos; por el contrario, el cardenal Pacelli había prometido que el papa obligaría a Franco y a sus generales a aceptar el acuerdo bajo pena de excomunión si era necesario, pero Aguirre pensaba que si Franco y Mola no estaban conformes, ni el papa podría lograr un alto fuego en el frente norte.
Una patrulla se aproximó al clérigo y un sargento bajó de la destartalada camioneta para pedirle los papeles.
—¡Ostias, es vasco! —dijo el sargento sorprendido—. ¿Qué hace tan lejos de su casa, padre? ¿No sabe que estamos en guerra?
—Tengo que entrevistarme inmediatamente con el general Mola, es un asunto muy urgente.
—¿El general Mola? El general no está en Salamanca —dijo el sargento jugueteando nervioso con los papeles del cura.
—No es posible, me han asegurado que está en la ciudad. ¿Dónde se encuentra el general? —preguntó el sacerdote impaciente.
—Esa es información secreta. Me tendrá que acompañar, padre —dijo el sargento indicándole que trepara a la camioneta.
Le ayudaron a subir. El vehículo cambió de dirección, metiéndose peligrosamente en la cuneta; después regresó al camino, descendiendo a toda velocidad hacia la ciudad de piedra.
Llevaron al sacerdote hasta una plaza irregular y aparcaron frente a lo que en otros tiempos había sido un colegio religioso. En la entrada dos soldados les dieron paso y el sargento siguió su camino, sin soltarle el brazo al religioso, por lo que debió ser en otro tiempo un antiguo claustro. Después, llamó con los nudillos sobre una gruesa puerta de madera y entró sin esperar contestación.
—Le dejo al sospechoso. Es un cura vasco y quiere ver al general Mola —dijo el sargento al ayudante.
Este asintió y con un ademán invitó al sacerdote a que se sentase.
—No tardará mucho —dijo el ayudante mirando la puerta cerrada de enfrente—. Ha tenido suerte.
—Me han dicho que no se encontraba en la ciudad —dijo Onésimo sorprendido.
—Ha llegado esta misma mañana —contestó el ayudante—, aunque le recibirá primero el director del SIM1.
El sacerdote se sentó en un sofá de terciopelo rojo, ajado y con visibles manchas de sangre. Intentó concentrarse en alguna oración, pensar en su vida de seminarista en Salamanca, pero no ignoraba que las cosas no estaban saliendo como las tenía previstas.
La puerta del despacho se abrió y apareció un hombre vestido de civil. Apenas cruzaron la mirada cuando el ayudante le invitó a pasar.
Un hombre con el pelo corto, de facciones vulgares, ojos saltones y semblante serio le observó desde la mesa del despacho.
—Padre Onésimo Arzalluz, creo que anda un poco lejos de Las Vascongadas —dijo leyendo sus papeles.
—Vengo en misión especial con una carta del papa…
—¿Una carta del papa? —preguntó el oficial levantándose de la silla.
—Disculpe —dijo el sacerdote después de tragar saliva—. Tengo una misión especial, soy un negociador, debo ver al general Mola de inmediato.
—¿No sabe quién soy yo? —dijo el oficial mirando fijamente al sacerdote.
El hombre no supo qué decir, simplemente encogió los hombros y agachó la cabeza.
—Soy José Ungria, el director del SIM. ¿Por qué su propuesta de negociación no ha utilizado los canales habituales? —preguntó Ungria.
El sacerdote comenzó a sudar, levantó la vista y observó el rostro impaciente del director del SIM. Después pronunció unas palabras que dejaron boquiabierto al oficial.
—El PNV está dispuesto a rendirse sin condiciones, pero antes tengo que ver urgentemente al general Mola.
1 Servicio de Información Militar creado por Franco en 1937.