©2013 por Mario Escobar Golderos
Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América. Grupo Nelson, Inc. es una subsidiaria que pertenece completamente a Thomas Nelson, Inc. Grupo Nelson es una marca registrada de Thomas Nelson, Inc. www.gruponelson.com
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A menos que se indique lo contrario, todos los textos bíblicos han sido tomados de la Santa Biblia, Versión Reina-Valera 1960 © 1960 por Sociedades Bíblicas en América Latina, © renovado 1988 por Sociedades Bíblicas Unidas. Usados con permiso. Reina-Valera 1960® es una marca registrada de la American Bible Society y puede ser usada solamente bajo licencia.
Nota de la editorial: Esta novela es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares o episodios son producto de la imaginación del autor y se usan ficticiamente. Todos los personajes son ficticios, cualquier parecido con personas vivas o muertas es pura coincidencia.
Editora en Jefe: Graciela Lelli
Tipografía: Grupo Nivel Uno, Inc.
ISBN: 978-1-60255-893-9
Impreso en Estados Unidos de América
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A la nueva generación de lectores de mi familia, que muy pronto verán en los libros su consuelo.
A Elí, Andrea y Alex, que son el mejor de los mundos imaginarios.
CONTENTS
«Una de las cosas que distingue al hombre de los otros animales es que quiere saber cosas, quiere saber lo que es la realidad simplemente por saberlo. Cuando ese deseo es completamente sofocado en alguien, pienso que esa persona se convierte en algo menos que humana».
C. S. LEWIS
ESCRITOR DE CRÓNICAS DE NARNIA
«Ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos».
J.R.R. TOLKIEN
«Somos una imposibilidad en un universo imposible».
RAY BRADBURY
LA FRESCURA DEL AGUA NO me molesta, más bien logra despejarme por las mañanas. Dormir en una camioneta es muy incómodo. Tienes la sensación de que todos tus huesos están descolocados, como si tu cuerpo se convirtiera en un rompecabezas que cada mañana tienes que resolver.
Siempre soy el primero en despertarme, después preparo una fogata para calentar un poco de agua y tomamos leche en polvo; a veces comemos algo más, pero lo normal es que nuestros desayu-nos sean frugales.
La segunda en levantarse es Mary. Sale del vehículo con los ojos cerrados y aún pegados por las legañas, después se acerca al riachuelo y empieza a lanzarse agua a la cara, como un explorador perdido que ha encontrado un oasis.
Todo se convierte en rutina rápidamente, pero en la tierra de después de la Gran Peste todo puede cambiar de repente, sin previo aviso.
Aquella mañana yo ya había calentado la leche cuando observé a lo lejos algo extraño. Eran poco más que sombras, pero no dudé en tomar mi rifle y acercarme a comprobar que Mary estaba bien. Subí la pequeña colina y miré alrededor. El bosque se extendía hasta el riachuelo, pero al otro lado la mala hierba crecía sin control en lo que había sido un campo de cultivo. Mary estaba inclinada, refrescándose, cuando observé cómo tres gruñidores se aproximaban por el lado del bosque. Apenas me dio tiempo de pensar, solo por un segundo, qué hacían los gruñidores tan al sur, tan lejos de cualquier ciudad habitada, para después disparar al aire y gritar a mi amiga que se pusiera a salvo.
—¡Mary, cuidado!
Cuando se giró y vio a los gruñidores acercarse, comenzó a correr, dejando en una de las rocas la toalla y la ropa que se iba a cambiar. Yo apunté a los gruñidores; no quería hacerles daño, pero si se acercaban demasiado a Mary, tendría que disparar. Mi amiga corrió todo lo que pudo, pero al intentar ascender por la colina se escurrió y se quedó unos segundos sentada, con la mirada clavada en la mía y paralizada por el miedo.
—¡Corre! —le grité.
Los gruñidores estaban muy cerca. Apunté a uno y le disparé en la pierna; se tiró al suelo dolorido, y el resto continuó corriendo sin hacer mucho caso a los disparos.
—¡Deténganse! —grité.
Entonces escuché dos disparos que provenían de los bosques. No localicé al tirador, pero los gruñidores se giraron y al ver que estaban rodeados, se lanzaron al riachuelo. Mary subió la colina y se puso detrás de mí.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—Sí, solo un poco asustada —comentó aún jadeante.
Intenté descubrir quién nos había ayudado en el momento oportuno, pero no pude ver a nadie entre los árboles.
—Será mejor que nos marchemos —dije, regresando a la camioneta.
Patas Largas estaba sentado sobre una piedra bebiendo la leche.
—No he terminado —se quejó.
—Hay gruñidores por la zona —le contesté.
—No es posible, estamos lejos de grandes ciudades —dijo Patas Largas.
—Por alguna razón están emigrando al sur, donde hay más población —le comenté.
Preparamos las cosas y nos pusimos en marcha. El tanque de gasolina comenzaba a estar vacío de nuevo. Miré el mapa, y la única localidad cercana era un pequeño pueblo llamado Ukiah, cerca del parque forestal de Umatilla. Nuestro objetivo aún quedaba muy lejos, pero con paciencia encontraríamos el camino y llegaríamos a California. Siempre es bueno tener un sueño, un objetivo, aunque este parezca alejarse cada vez que intentas alcanzarlo.
—LA CARRETERA 244 ES LA mejor opción. Apenas nos desvía un poco del camino, pero necesitamos combustible —le dije a Patas Largas.
Mi amigo me miró con una sonrisa; últimamente nada parecía alterarle. Se le veía feliz en la carretera, conduciendo y disfrutando del viaje. En nuestra anterior salida, encontrábamos obstáculos a cada paso y el camino hasta Portland fue un infierno, pero ahora todo parecía estar más tranquilo. Viajábamos por una de las zonas más desiertas del estado de Oregón y teníamos la sensación de estar de excursión, más que en busca de mi hermano Mike y de Susi. Hacía algunos días que habíamos dejado atrás Ione, nuestro querido pueblo. Ahora lo único que importaba era encontrar a nuestros amigos.
—Ese es el desvío —dijo Mary señalando una carretera a la izquierda.
—Tenemos suerte de viajar a finales de primavera por esta zona, porque los inviernos aquí deben de ser muy duros —comenté mientras nos aproximábamos al pueblo.
Al fondo se veían los bosques, pero los alrededores de Ukiah estaban despejados, como en Ione, aunque no había campos culti-vados, lo que indicaba que no quedaban supervivientes por la zona.
—Este pueblo está muy apartado, puede que encontremos algo de comida. Esta gente debe de hacer provisiones para el invierno y sus despensas estarán llenas —dijo Patas Largas.
Mi amigo solo pensaba en una cosa todo el día: en comer. A sus dieciséis años y en pleno crecimiento, parecía un saco sin fondo.
El pueblo era apenas medio centenar de casas dispersas, algunas autocaravanas, un par de tiendas de comestibles, una escuela y una iglesia. Suficiente para vivir en un lugar apartado, al estilo de la austera vida de los colonos del siglo XIX.
En cuanto pasamos los primeros edificios nos extrañó que no hubiera autos en la cuneta, casas destrozadas y cristales rotos; parecía como si la gente del pueblo simplemente estuviera durmiendo la siesta después de un largo domingo en la iglesia.