Silvia Ibáñez Cambra - La historia soñada (Spanish Edition)
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- Libro:La historia soñada (Spanish Edition)
- Autor:
- Editor:Grupo Planeta
- Genre:
- Año:2017
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La historia soñada (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación
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Hay que ver cómo cría polvo y entierra recuerdos la memoria, cubriéndolo todo con telas de araña para dejar atrapados allí los recuerdos que olvidamos o que queremos dejar olvidados.
Hace ya muchos años que aprendí que uno no puede escoger ser escritor, como me confió Eric, mi profesor: «No puedes levantarte un día y decidir que quieres ser novelista; así no funciona. Es la escritura la que te escoge a ti, y no al revés. Ese es el principio que todo el mundo ignora, especialmente los aspirantes a literatos mediocres, que no saben hilar una frase en condiciones».
En ese momento no comprendí sus palabras, pero con el tiempo comprobé que eran ciertas. Una historia desencadenada en tu mente por cualquier motivo comienza a apoderarse de ti, quitándote la concentración y el interés en el mundo real. Puede parecer que está incompleta, pero en realidad tampoco es así. Tiene principio y tiene fin, pero se muestra poco a poco, mientras vas pensando en ella, mientras absorbe tu tiempo, tu mente e incluso tu vida, hasta el punto de ser incapaz de pensar en otra cosa. Así es cómo se desarrollan las tramas, vidas y miserias de los personajes que deben quedar escritas en un puñado de hojas para que el resto del mundo pueda disfrutar de ellas. Si te las quedas para ti, te acaban consumiendo y no puedes hacer nada más que verlas una y otra vez repetidas en tu mente. Pero si las sueltas, si las escribes sobre el papel para dejarlas crecer, vivir y que todos las lean y las vivan, te dejarán en paz. Así es cómo el escritor cumple su parte del trato.
Por desgracia para mí, fui incapaz de llevar a cabo la parte que me correspondía y me consume desde que descubrí aquella tragedia, aquella historia. Cada noche, cada día. Veo las caras de sus protagonistas por las esquinas y a veces tengo la sensación de que están escondidos en los rincones de mi casa, observándome. Esperándome.
Dicen que el fuego tiene algo hipnótico, como las olas del mar. No puedes dejar de mirar. Eso pasa también cuando un libro nos gusta de verdad. No nos deja escapar. Nunca. Aunque creamos que lo hacemos al acabarlo. Si una novela te atrapa de esa forma, algo se queda dentro de ti y te acompaña siempre, aunque no te des cuenta.
Hubo una vez un lugar donde los niños sin padres establecían sus propias leyes. Yo viví en ese lugar, aunque fuera por muy poco tiempo. Hacían las normas y yo robaba libros para leer por las noches alumbrado por una vela. Era uno más de los huérfanos sin padres que escondía comida en los bolsillos para poder sobrevivir. Hasta que me rescataron.
* * *
«Roncesvalles.» Había escuchado hacía ya algún tiempo el apellido que encontré escrito al dorso de la carta. El apellido que perseguía a Justo, al que considero mi padre. Pero en lugar de encontrar algo en ella que pudiese aclarar ciertas cosas, las complicó todavía más con otra historia desconocida hasta el momento. Esa historia fue el motivo de la visita que llevó a Rosa, la esposa de Justo, a la tumba. La visita de la persona que apareció aquella noche gritando el nombre de Rosa, pidiéndole ayuda porque tenía algo que contarle. Algo que la mató y que permaneció oculto durante años. «Roncesvalles me matará, no dejará que esto se sepa.» Esas fueron las palabras exactas que dijo la persona que había venido en busca de Rosa, justo antes de desaparecer tras la muerte de ella.
Recuerdo con perfecta claridad el momento en el que encontré la primera carta, fechada en diciembre de 1925. Diciembre. En ese mes, Rosa moriría, y, pocos días después, Selene, la destinataria de la carta, también. ¿Qué relación había entre ellas? ¿Nadie se había dado cuenta?
Me arrodillé en el suelo del sótano de Correos y comencé a ordenar las cartas, acumuladas durante años, que no habían sido entregadas. Me di cuenta del nombre al que iba dirigida aquella carta casi sin querer. Ya había pasado por mis manos, pero solo me había preocupado de ordenarla por el año. «Selene Roncesvalles.» La casa de los Roncesvalles era el lugar en el que había muerto Rosa tras la visita. En ese instante sentí como si se me detuviese el corazón. Las cartas eran confidenciales y no podían leerse por nadie salvo por su destinatario o remitente. Y esa estaba marcada, además, como que debía ser entregada en mano al destinatario directamente. Comprobé la fecha en el matasellos y vi que era de unos días antes de la muerte de Rosa. Tal vez allí hubiera alguna información importante que pudiese esclarecer algo. Sabía que robar la carta mi primer día de trabajo en Correos me convertía en un ladrón de tres al cuarto, pero mis pensamientos iban a parar a lo mismo, a poder descubrir algo de la muerte de Rosa, y así devolverle a Justo el favor de haberme rescatado del hambre y las ratas, dándole una explicación a la muerte de su mujer. Al tener esa carta en mis manos solo podía pensar en darle un poco de paz a Justo. Le di la vuelta y leí el remitente: Cristóbal Sanmartín. Sanmartín, repetí para mí. Cristóbal Sanmartín era el hijo de un empleado de la casa de los Roncesvalles, acusado de la muerte de Rosa. ¿Por qué le escribiría Cristóbal a Selene? Decían que estaba loco, que era lento y deficiente mental. ¿Por qué no había sido entregada la carta? ¿Qué relación podía tener con la muerte de Rosa en la casa de los Roncesvalles? La sostuve un buen rato entre mis manos sin saber qué hacer. Alguien abrió la puerta y me llevé un buen susto. Dejé caer la carta en la caja de madera y vi que era Ramón, mi jefe, con su gorra en la cabeza. Aquella noche, estando en mi dormitorio, con las últimas brasas de leña quemándose a los pies de mi cama y tapado por un par de mantas, saqué de debajo del colchón la carta que había robado en un despiste de Ramón y, con cuidado de que no me encontrasen con ella en la mano, leí:
Selene:
Solo quiero decirte que no debes preocuparte por nada. Todo está organizado. El dinero que nos faltaba para nuestros planes lo ha conseguido Gabriel Sanjuán, nuestro amigo. No sé qué habría sido de nosotros dos sin él, sin su ayuda. Seguramente, nuestros planes de marcharnos juntos y alejarnos de todo este mundo que conocemos no habrían llegado a nada. Todo está listo para el día que señalamos, así que no debes preocuparte por nada, pronto estaremos juntos y lejos de aquí. Todo saldrá bien. Todo está arreglado y pronto ya no tendremos que escondernos del mundo entero y, sobre todo, ni de tu padre ni del mío. Y te olvidarás de tu boda forzada con la basura que es Pascual Campillo. Pronto nos veremos y seremos felices, como en los cuentos.
Cristóbal Sanmartín
Diciembre de 1925
Releí la carta cien veces. ¿Cristóbal Sanmartín era el amante de Selene y nadie lo sabía? El loco asesino. ¿Un loco escribiría una carta así? Eso me llevó a pensar de nuevo en la visita que había recibido Rosa. ¿Por qué había acabado muerta? ¿Qué le contó aquella visita para que acabaran matándola para guardar el secreto?
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