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Silvia Miguens - Alejandro Romanov (Spanish Edition)

Aquí puedes leer online Silvia Miguens - Alejandro Romanov (Spanish Edition) texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2011, Editor: Nowtilus, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Silvia Miguens Alejandro Romanov (Spanish Edition)
  • Libro:
    Alejandro Romanov (Spanish Edition)
  • Autor:
  • Editor:
    Nowtilus
  • Genre:
  • Año:
    2011
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Alejandro Romanov (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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Alejandro Romanov

La leyenda del zar melancólico y el staretz de Krasnoretchensk

Alejandro Romanov

La leyenda del zar melancólico y elstaretzde Krasnoretchensk

S ILVIA M IGUENS

Alejandro Romanov Spanish Edition - image 1

Colección: Novela Histórica

www.nowtilus.com

Título: Alejandro Romanov. La leyenda del zar melancólico y el staretz de Krasnoretchensk

Autor: © Silvia Miguens

Copyright de la presente edición © 2011 Ediciones Nowtilus S. L.

Doña Juana I de Castilla 44, 3o C, 28027 Madrid

www.nowtilus.com

Diseño y realización de cubiertas: Carlos Peydró

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

ISBN 13: 978-84-9967-261-8

Fecha de publicación: Octubre 2011

Impreso en España

¡Que el cielo nos permita alguna vez lograr una Rusia libre, y protegerla de los ataques del despotismo de la tiranía!

Alejandro Romanov

Í NDICE

A l subir al trono mi padre quiso reformarlo todo. Sus comienzos fueron bastante brillantes, pero lo que vino después no respondió a ellos. Todo fue trastocado al mismo tiempo, lo que no hizo más que acrecentar la confusión, ya demasiado grande, que reinaba en todos los asuntos.

Como militar, pierde casi todo el tiempo en desfiles. En lo demás, no hay continuidad de planes. Se da una orden y tarda un mes en llevarse a cabo. Nadie se da cuenta de las cosas hasta que el mal está hecho.

En fin, para hablar claramente, la felicidad del Estado no cuenta en la dirección de los asuntos. No hay más que un poder absoluto que hace todo a tontas y a locas. Sería imposible enumerar las tonterías cometidas…

Mi pobre patria está en un estado indescriptible: el agricultor resentido, el comercio modesto, la libertad y el bienestar personal aniquilados. Ese es el cuadro que presenta Rusia. Imaginad cómo debe sufrir mi corazón.

Yo mismo, ocupado en minucias militares —perdiendo el tiempo en deberes de oficial subalterno— sin un instante siquiera para dedicar a mis estudios que eran mi ocupación favorita antes del cambio, me he convertido en el ser más desdichado.

Todos conocen mi antiguo propósito de expatriarme. En estos momentos ya no veo el modo de ponerlo en práctica, pero la situación desgraciada de mi patria marca otro rumbo a mis ideas. He pensado que si alguna vez me tocara el turno de reinar, en vez de expatriarme, haría mucho mejor en trabajar por la libertad de mi país y evitar así que en el futuro pudiera servir de juguete a algún insensato.

He hecho mil reflexiones al respecto que me han demostrado que ese sería el mejor tipo de revolución, operada por un poder legal y que dejaría de serlo en cuanto estuviese terminada la constitución y la nación tuviese sus representantes.

Esa es mi idea. La he comunicado a personas inteligentes que, por su parte, hace tiempo que pensaban lo mismo. En total somos cuatro: el señor Novolséltsev, el conde Stróganov, el joven príncipe Czartoryski —mi ayuda de campo, joven como hay pocos— y yo. Cuando llegue mi turno habremos de trabajar sin precipitarnos para lograr una representación de la nación que, dirigida, logre una constitución libre, después de la cual cesará absolutamente mi poder, y si la Providencia secunda mi trabajo, me retiraré a algún rincón y viviré contento y dichoso viendo la felicidad de mi patria y gozando de ella.

¡Que el cielo nos permita alguna vez lograr una Rusia libre y protegerla de los ataques del despotismo de la tiranía!

Alejandro Romanov

Todos conocen mi antiguo propósito de expatriarme. En estos momentos, no veo el modo de ponerlo en práctica, pero la situación desgraciada de mi patria marca otro rumbo a mis ideas.

Alejandro Romanov

C uando supo que nada podría hacer para conservar el «deber ser», tomó la decisión de sólo ser. Las opciones no eran muchas, o aceptaba caer bajo la estocada del crimen organizado y la traición, como les había sucedido a su padre y a su abuelo, o se daba por muerto. Pero morir no estaba en sus planes y terminó dándose por muerto. Asistir a los fastos de las propias exequias y observar de qué manera se empieza a acomodar el mundo a nuestra ausencia, no es una experiencia a desestimar. ¿Por qué habría de resignarse a no ver el mar nunca más, a no poder alcanzar libremente cada orilla del mar de Azov o cualquier otro de los que baña las costas de su reino, el mundo? ¿Por qué no poder amar nunca más? ¿Por qué aceptar el nunca más de todo, por lo menos de todo lo terrenal?

Las amenazas y las intrigas eran muchas. Una vez más, el miedo le escindía el corazón con su daga, pero en esa ocasión no logró impedirle entrever la salida: una vez que hubiese dado muerte y sepultura al zar Alejandro Pávlovich Romanov, el mundo, el verdadero, se abriría definitivamente a sus pies: las campanas de Kazán volverían a tronar por el jacobino monsieur Alejandro.

Así lo había llamado la gran Catalina Romanov, cuando ella era aún la gran zarina de todas las Rusias y él, Alejandro Romanov, su primer nieto. Apenas le fue puesto en sus brazos, Catalina aseveró: «Monsieur Alejandro se convertirá en un personaje excelentísimo —sin dejar de puntualizar— siempre que sus padres no estorben sus progresos». Una vez más, Catalina no se equivocaba en su premonición, y no porque fuera una iluminada o hechicera, aunque tal vez lo fue, sino que se sabía poseedora de un amor tan entrañable y obstinado como para moldear a su primer nieto y favorito a su propia imagen y semejanza.

Según Catalina la Grande, Alejandro debería sucederla pasándose por alto el protocolo real, o sea pasando por alto a Pablo I, padre de Alejandro, que en realidad no era el primer nieto de Catalina, pero sí el primer hijo de los duques reales: Pablo Romanov y María Fiódorovna. El segundo matrimonio de Pablo se le propició para devolverle la alegría al príncipe Pablo, pues su primera esposa Natalia había muerto y con ella su hijito recién nacido. Claro que recuperar la alegría del futuro zar Pablo no era el único móvil de aquella unión. La principal inquietud era unir las casas reales de Prusia y Rusia, ya que la princesa Fiódorovna en realidad era la princesa Sofía Dorotea de Württemberg, presentada especialmente por el príncipe Enrique en nombre de su hermano el rey Federico II de Prusia.

Ambos deseos fueron cumplidos. Prusia y Rusia fueron una y Pablo declaró a su madre: «Confieso que me he encaprichado con esta encantadora princesa, realmente encaprichado. Es exactamente como uno la querría… María Fiódorovna sabe no sólo disipar mis melancolías sino, incluso, devolverme el buen humor, perdido durante estos tres años infortunados». Y como consecuencia de aquel desenfrenado amor imperial, nueve meses más tarde, el 12 de diciembre de 1777, nació el primer hijo, el gran Alejandro I.

Su abuela, Catalina la Grande, se ocupó de hacer del pequeño príncipe un hombre capaz de ejercer las funciones de zar. Como si no bastara con su sola influencia, Catalina delegó parte de esa minuciosa obra al maestro Laharpe. Según ambos, el príncipe debía estar en buena forma, en muy buena forma, para confrontar y resistir los inminentes cambios de la historia, cambios con los que Catalina sabía que los Romanov deberían lidiar hasta el último día. Recordando a su abuela, Alejandro sin duda hubo de reconocer que si hubiera acatado en su totalidad sus consejos, tal vez Pablo, su padre, no hubiera sido asesinado; decía también que era una pena que Pablo no se hubiera decidido a abdicar a su favor, como el rey Carlos abdicó a favor de su hijo Fernando VII.

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