EL MANDALA 37
MARC LAIDLAW
Traducción de David Tejera Expósito
Corrección a cargo de Juan Manuel Santiago
TERCERA PARTE
Sois nuestra presa natural, nuestros esclavos predestinados, y nos complace jurar que vamos a doblegaros a nuestra voluntad hasta que no podáis más y fracaséis, momento en el que tendremos derecho a devoraros.
—Extracto de Los ritos mandala, de ELIAS MOONEY
Somos vuestros maestros congénitos, vuestros guías espirituales, y hemos jurado incentivaros para conseguir grandes cosas hasta que llegue el momento en el que podáis trascender el plano físico y consumar vuestro destino cósmico con nuestra ayuda.
—Extracto de Los ritos mandala, de DEREK CROWE
11
Las oficinas de Veritas Books, una división de Runyon-Cargill International, estaban ubicadas en un almacén de ladrillos reacondicionado que se encontraba al sur de Market Street. La ventana que había detrás del escritorio de Bob Maltzman daba a un pequeño jardín en el que había un columpio y un parque infantil fabricado con mástiles empapados de creosota que parecían postes telefónicos. No había niños a la vista. El arenero parecía uno para gatos que nunca se hubiera limpiado. Había un hombre harapiento subido en uno de los balancines, quien ni siquiera trataba de ocultar algo que llevaba en los labios y que a Derek le pareció una pipa de crack. Había otros sentados en las mesas del parque o protegiendo sus carritos de la compra junto a bancos en los que se sentaban entre harapos. Algunos estaban solos y se mecían adelante y atrás mientras hablaban para sí mismos; otros conversaban entre ellos.
La puerta se abrió detrás de Derek. Bob Maltzman entró con dos cafés.
—Supongo que hoy hace mucho frío para las putas —comentó Bob mientras dejaba una taza en el escritorio junto a Derek y se llevaba la suya al otro lado.
—El paisaje es igual de encantador —afirmó Derek.
—Bueno… —dijo Bob, al tiempo que se sentaba.
Había pilas de manuscritos y galeradas, todas ordenadas a la perfección. Bob era un hombre bajo, algo rollizo y bien acicalado. Parecía vestido para acudir a una oficina en el distrito financiero de la ciudad: con camisa blanca y corbata negra, como si intentara mantener aquella apariencia conservadora para contrarrestar las carencias inherentes a los libros que publicaba. Veritas era una editorial respetable, más reconocida que la chapucera Phantom Books, y que se había especializado y prosperado desde hacía muchos años con un fondo basado en obras cristianas y de filosofía interconfesional moderna antes de que la adquiriera el grupo Runyon-Cargill. El reciente interés de Veritas en el mercado new age era un riesgo que dependía por completo de Maltzman y que aquel hombre había sido capaz de sobrellevar. En las paredes había cubiertas enmarcadas y ampliadas de libros que Bob había comprado y publicado en su sello: una versión nueva y mejorada del libro egipcio de los muertos en el que se habían reinterpretado sus antiguas enseñanzas para los yuppies con visión de futuro, una cábala colorida para niños y, por supuesto, los mandalas.
—¿Cómo te fue en Carolina del Norte?
—Pues muy bien. Ha sido una buena práctica para cuando consiga más público.
Bob se encogió de hombros.
—No he dejado de cruzar los dedos, pero es complicado con esto de la new age. Me cuesta convencer a los contables de que es un mercado en expansión. Pero bueno, ya verán las cifras.
—¿Y cómo les va a los mandalas?
—Lo poco que he visto parece prometedor.
Derek asintió, pero ya esperaba aquellas respuestas vagas. La prueba que necesitaba eran cheques, y aún quedaba mucho para que le diesen cheques por aquel libro.
—He venido a hablar de esos del club Mandala —afirmó Derek.
—Ah, sí. He visto los carteles por la ciudad.
—Son unos timadores.
Maltzman se retorció de manera casi imperceptible.
—Es más o menos lo que parece.
—Lo que me preocupa es que empezaron a hacerse notar justo antes de la publicación del libro. He intentado darle vueltas a cómo puede haber ocurrido algo así.
—Algo me dice que alguna idea tendrás.
—Bueno, a mí me parece que tienen un confidente.
Arqueó una ceja y esperó a que Bob reaccionara ante aquella obvia conclusión.
—¿Alguien de aquí?
—Doy por hecho que en la oficina tienes trabajadores temporales. Secretarios, recepcionistas, gente que se encarga de las fotocopias. Gente que no siente ningún tipo de lealtad por Veritas.
Bob parecía angustiado, como si Derek lo atacase a él.
—Supongo que es posible. Pero también enviamos algunos ejemplares de prensa, no te olvides. Además, ¿qué más da? Lo importante es que el diseño de los mandalas es tuyo, quiero decir, que no son de nadie. Y supongo que la tipa que los transcribió podría decir lo mismo…
—Los mandalas me autorizaron a tomar posesión de ellos para su difusión —respondió Derek con presteza.
En una ocasión, Bob le había pedido medio en broma conocer a la «señorita A», y Derek le había respondido que la mujer quería conservar el anonimato. Sospechaba que Bob no se había tragado sus mentiras, pero era un hombre muy diplomático.
—Aun así, el que tiene los derechos eres tú. Si quieres imponerlos, no necesitas probar cómo los transgresores se han aprovechado de ellos. Pero parte del sentido del libro, o sea, lo que parecen querer los mandalas, es que se difundan lo máximo posible. Sé que no vas a sacar ni un centavo de ese club, pero quizá sirva para que los mandalas lleguen a más personas y se expandan por más mentes.
—Pero no hay nada que evite que distorsionen el significado de los mandalas —repuso Derek—. Usarlos en un club nocturno es… ofensivo.
—Pues insiste en que se te implique. Asegúrate de que lo que hacen es honesto. Sé amistoso con ellos, Derek, y quién sabe…, quizás así consigas ayuda para promocionar el libro.
Derek le dio un sorbo al café. Era obvio que Maltzman no lo iba a ayudar a descubrir quién era el topo de Veritas. Había esperado conseguir alguna prueba que intimidase a los del club Mandala en caso de que se enfrentase a ellos. Por el momento, había intentado evitar los gastos derivados de implicar a su abogado.
—Hablando de libros —empezó a decir Maltzman con una sonrisa en la cara—. ¿Qué tal va el siguiente?
Derek cruzó las piernas y vio que el drogadicto se alejaba del arenero.
—Sigo esbozando las ideas —respondió—. No he decidido nada en particular.
—¿Qué tal esa idea que me comentaste hace unos años, antes de que se te ocurriera lo de los mandalas?
Derek lo miró, pero no supo qué decir.
—Lo de Castaneda, ¿recuerdas? Ibas a entrevistar al viejo chamán para escribir un libro sobre su vida y su manera de pensar. Pensabas estudiarlo durante un tiempo y compartir sus enseñanzas. ¿Qué ocurrió al final con eso?
Derek tragó saliva.
—Pensé que no te interesaba.
—Bueno, en aquel momento… eras un desconocido para nosotros, igual que ese anciano. Pero creo que ahora podríamos recuperar ese interés si se enfoca desde la perspectiva adecuada. En cierto sentido, el que sea alguien desconocido puede ser una ventaja. Podrías presentarlo de la manera que quisieras. Igual que hiciste con los mandalas. No habría ideas preconcebidas.
—Me temo que ahora es imposible —replicó Derek—. Murió antes de que tuviese la oportunidad de entrevistarlo. De todas formas, no creo que hubiese llegado a funcionar. Estaba bastante majareta.