A mi familia, por estar detrás de cada página de este libro.
A todos aquellos que leyeron “La vida en positivo” y aportaron su granito de arena con sus comentarios y recomendaciones.
Prólogo
“Cuando encuentras algo que habías perdido te alegra el día, pero cuando encuentras algo que no sabías que tenías te alegra la vida”
Al terminar de escribir “La vida en positivo”, resumí con esa frase mi manera de sentir. Fueron emociones intensas las que fui experimentando en el proceso de creación de mi primer libro. Ahora que ha transcurrido poco más de un año desde su publicación diré, sin temor a equivocarme, que mi vida no ha vuelto a ser la misma desde entonces.
En su afamado libro Poder sin límites, Anthony Robbins relata las experiencias que viven las personas que asisten a uno de sus cursos cuando, al final del primer día, se les ofrece la oportunidad de caminar sobre un lecho de carbones encendidos de varios metros de longitud. Con este paseo, lo que pretende Anthony es suministrar una experiencia directa de lo que es el poder individual y una metáfora acerca de sus posibilidades: en el fondo es una oportunidad para que las personas vean que pueden alcanzar resultados que antes les resultaban inalcanzables.
“La vida en positivo” fue mi particular paseo por las brasas, que sirvió para demostrarme fehacientemente de qué forma uno puede conseguir lo que se proponga.
Y lo siguiente que me propuse fue crear una iniciativa solidaria que he denominado Cinco libros, cinco causas mediante la cual publicaré cinco libros que destinaré íntegramente a cinco causas solidarias. En las últimas páginas incluyo más información acerca de la iniciativa para aquellos que estén interesados.
Y así comenzó el trabajo de este libro. Si el primero fue un conjunto de cuentos que invitan a mirar la vida con ilusión, Colección de sueños nace del mismo lugar. De ese en el que todo es posible, y desde el convencimiento del poder de los pequeños gestos, gestos que pueden cambiar a una persona que a su vez podrá cambiar a otra, y así, cambiar al mundo.
Y lo hace desde una perspectiva literaria diferente al libro anterior, incluyendo relatos de diferentes extensiones y estilos cuyo propósito es enriquecer el resultado final y no caer en ese terreno tan peligroso que es la zona de confort.
La colección que he seleccionado también incluye algunos microrrelatos. Siempre me pareció asombrosa la habilidad de algunos escritores de sintetizar toda una historia en unas pocas palabras: de decir tanto con tan poco. Después de llevar más de un año probando la técnica, me he atrevido a incluir alguno de ellos. Es mi pequeña contribución al género con relatos de 100 a 200 palabras.
Colección de sueños tiene un doble objetivo: entretener e inspirar. Sus historias hablan de relaciones e invitan a soñar, a imaginar primero y hacer realidad después el lugar en el que queremos estar.
Decía Benedetti que, en ocasiones, la felicidad tiraba piedritas contra su ventana para avisarle que estaba ahí esperándole. Y es que, a veces, tenemos demasiado miedo al frío, a los ruidos, a los bichos y preferimos cerrar las ventanas aun a riesgo de quedarnos sin disfrutar de grandes cosas.
Otras veces, en cambio, es la forma en la que vivimos nuestra vida la que no nos deja ni siquiera plantearnos que hay una ventana que puede ser abierta. La incesante actividad en la que solemos estar inmersos centra la mayor parte de nuestros pensamientos y hace que, a menudo, ni siquiera escuchemos el sonido de las piedritas contra la ventana.
Pasamos por la vida de puntillas, con ritmo frenético, más preocupados por acumular experiencias, que por sentir intensamente cada una de ellas. Y todo ello amplificado por la época que nos ha tocado vivir, donde la presión de Internet y las redes sociales nos obliga a aumentar nuestra actividad, a demostrar a nuestro entorno que somos felices porque no paramos de hacer cosas.
Colección de sueños es una invitación a parar por un momento, a observar esos pequeños gestos que muchas veces pasan desapercibidos. En el mejor de los casos, al hacerlo, puede que descubramos algún espacio desconocido dentro de nosotros. Sino, como mínimo, al menos escucharemos el ruido de las piedritas golpeando en el cristal.
Índice
Un deseo, un anhelo, un instante
“Sólo hay una cosa tan gratificante
como ver tus deseos hechos realidad:
soñar con ellos”
Todo pasaba rápido: las líneas de la carretera, las farolas, los edificios. Mientras los observaba con la cabeza pegada al cristal y la mirada fija, perdida, veía los coches pasar veloces y sentía que así de rápido se me escapaba la vida.
Ese año no había sido fácil; aunque para no andar con eufemismos mejor diré que fue el año más complicado de mi vida. Cuando uno llega a los cuarenta, toca reflexionar y pasar la crisis de la que todo el mundo habla. Y vamos que la pasé, porque el día después de cumplirlos mi mujer me dijo que me dejaba.
No lo vi venir. No percibí las señales obvias de distanciamiento, esas que marcan el final del viaje. Y si lo hice las ignoré, quizás por esa tendencia tan humana de mirar para otro lado cuando algo no nos gusta, como si así consiguiéramos que no existiera. Yo nunca me había planteado terminar nuestra relación, pero tampoco había hecho nada por mantenerla. Y es que el amor es como el fuego, hay que echar continuamente troncos para que la llama siga viva. De lo contrario te despiertas una mañana y te encuentras que sólo quedan cenizas.
Reconozco que fue difícil. Siempre lo es, especialmente cuando tú no decides, cuando otros lo hacen por ti. Y lo fue todavía más por Marco.
Nunca me consideré un padre ejemplar pero siempre me involucré, tanto en su crianza como en su educación. Aunque no lo debí hacer tan bien cuando, en la adolescencia, comenzamos a separarnos. Un par de discusiones excesivamente subidas de tono junto con un castigo fuerte fueron el detonante para que nuestra relación se deteriorara y dejáramos de hablarnos. Y en ese punto estábamos cuando llegó la separación.
Marco se quedó con su madre y se negó a verme en las primeras visitas que me correspondían. Yo no quise obligarle, y al final se convirtió en un hábito instaurado que ya estaba a punto de cumplir un año. El mismo que hacía que me dejó mi mujer.
Seguía con la cabeza apoyada en el cristal pensando en ese año de duelo, de dudas, de miedos. El mosaico de luces del Madrid nocturno había dado paso a la semioscuridad de la carretera y la luna menguante lucía mucho más acompañada en cuanto uno dejaba la capital.
Me encantaba salir de la ciudad. En cuanto lo hacía sentía que mi corazón latía de forma diferente. Quizás por eso, o por mi soledad, lo estaba convirtiendo en una costumbre. Un viernes de cada dos cogía el autocar que me llevaba a La Coruña, la ciudad donde nací y donde todavía vivían mis padres y algunos de mis amigos de la infancia.
Siempre seguía la misma rutina. Era de los primeros en subirme y mientras me sentaba en un asiento de ventanilla, lo más delante posible, comenzaba a pensar inconscientemente en quién me tocaría de compañero de viaje. Guardo varias anécdotas de alguno de aquellos encuentros, como la vez que se sentó a mi lado una preciosa chica morena.