El Hospital Z.
La Maldición Negra.
Al Final del Túnel.
Pedro Suárez Ochoa.
Pedro Suárez, 2017.
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Editorial: PIEDRA DEL MEDIO.
Cuidad Bolívar-Venezuela.
Primera edición: 2019.
Contenido.
JAMES BLACK
(El Hospital Z)
Capítulo I
La tarde estaba cayendo y el cielo se tornaba rojizo mientras James Black tenía un ligero temblor en su mano derecha, iba a bordo de un Halcón Negro de la Armada de los Estados Unidos. Llevaba casi un mes con aquel temblor y de empeorar tendría que visitar al médico, odiaba los hospitales o cualquier cosa que albergarse personas enfermas, en especial si el enfermo era él.
—Es el estrés—habló Kay Richards quien observaba el temblor de Black.
James sintió vergüenza al ser descubierto por quien sería su compañero en aquella nueva misión.
—Sí, creo que necesito algunas vacaciones—respondió James llevando su mano izquierda a la mano derecha, a fin de ocultar su temblor.
—Te recomiendo Los Roques, es una isla—sugirió Kay
— ¿Los Roques?
James nunca había escuchado tal isla.
—Sí, es una isla de Venezuela. Todo un paraíso, compañero.
—Venezuela…últimamente he escuchado mucho de ese país—expresó James mostrando indiferencia.
El Halcón Negro estaba llegando al lugar de la misión, una ciudadela con no más de siete mil habitantes en Nuevo México. Paradójicamente James y Kay tenían que adentrarse en un hospital abandonado: “Hospitales, si no los busco, ellos me encuentran”, pensó James y ya el temblor había desaparecido de su mano. El helicóptero empezó a aterrizar, levantando una gran nube de polvo que dificultaba la visión. El cabello rubio de James ondulaba desordenadamente por el viento que generaba las alas rotatorias de la nave.
Después de lo de PHARMASIN en Fire City, el gobierno de US se tomaba muy en serio cualquier indicio o rumor acerca de laboratorios ocultos de experimentación genética. Los informes de inteligencia de la CIA indicaban que en los últimos tres meses hubo un movimiento muy grande de importación de equipos de laboratorio de avanzada tecnología, importados en su mayor parte desde el Japón y Finlandia, además de ello, la “Nitroxen Company” había aumentado su producción de nitrógeno líquido, gracias a la alta demanda en ese mismo estado al sur de los Estados Unidos.
“Bienvenidos a La Hacienda, 8 Km”, rezaba un letrero en una resquebrajada carretera cerca del lugar donde había aterrizado el helicóptero.
—Hasta aquí los lleva el taxi, amigos—dijo un marine con facciones asiáticas quien parecía disfrutar que James y Kay tuviesen que caminar ocho kilómetros hasta el pueblo.
—Gracias por el aventón—dijo James amablemente; a él no le importaba caminar.
La Hacienda era un pueblo que estaba en la mira de una poderosa corporación con el objetivo de extraer petróleo del subsuelo con el método de fracking, método que es altamente destructivo y contaminante. James y Kay se harían pasar por ambientalistas contra el uso del fracking, haciendo proselitismo por todo el pueblo para evitar que los habitantes vendiesen sus casas a esa corporación petrolera, la cual había ganado la licitación del gobierno de USA. A James le parecía muy gracioso que el Tío Sam les enviase a ellos para proteger a los norteamericanos de posibles brotes virales y a la vez daban permiso para que las grandes empresas petroleras fracturaran el subsuelo. “Políticos, nunca los entenderé”, se dijo James, y no siguió dándole vueltas a la paradoja del asunto.
Kay y James emprendieron la marcha hacia el pueblo, llevaban ropa alusiva a la ficticia ONG que representaban, junto a un par de graciosas gorras de color verde al muy estilo de “Green Peace”.
—Llegaremos a la noche—dijo Kay.
—Ojalá sea un pueblo amable y no como aquel pueblo de España—comentó James.
—España es un gran país, compañero. Con gente extraordinaria.
—No digo lo contrario Kay, pero aquella gente, de ese pueblo en específico…
—Sí, te entiendo compañero. La verdad no me importa la gente, solo espero que tengan un buen hotel y cervezas bien frías.
—Amén.
Cuando hubieron recorrido dos kilómetros, una camioneta ranchera de color rojo de último modelo se detuvo ante ellos. El vidrio del copiloto se abrió y mostró a una mujer rubia muy bella que llevaba un sombrero vaquero de color blanco.
—Buenas tardes, caballeros, ¿desean un aventón?—preguntó la rubia.
—Por supuesto, señorita—contestó Kay, quitándose la gorra para inclinar la cabeza en señal de saludo.
Los dos agentes abordaron la camioneta. Ambos se sentían incómodos por la belleza de aquella mujer, no se esperaban a una mujer tan linda y atractiva en La Hacienda y menos que los recogiera en plena carretera.
—Vamos, ¿no hablan ustedes?—comentó la mujer después de avanzar medio kilómetro.
—Es que…—alcanzó a decir Kay pero sin terminar la frase.
—Ya sé, esperaban que quien les diese un aventón para el pueblo fuese un tosco vaquero con los dientes negros de tanto mascar tabaco, oliendo a estiércol y a gasolina y conduciendo una vieja Ford de los años 60 ¿No es así?
—Je, je. Pues sí, es así señorita—respondió Kay inmediatamente.
James solo se limitó a sonreír sobre el asunto como lo pintaba aquella hermosa rubia, y ella le arrojó una exhaustiva mirada al agente Black.
—Disculpe usted…somos dos hombres locos que andan por el mundo tratando de salvarlo de los poderosos—dijo James viendo hacia el frente de la carretera y alternando su mirada hacia la rubia mujer.
— ¡Ahhh, ambientalistas!—expresó la mujer en tono irónico. —Bueno, eso es obvio, tienen aspecto de Green Peace.
—Nosotros somos independientes—intervino Kay sonriendo y mostrando orgullo al decir la palabra “independientes”. —Y nuestro único frente de batalla a diferencia de Green Peace es evitar el…
—El fracking—completó la frase la mujer. —Ya han venido muchos por aquí intentando evitar que la población vendan su casas—la rubia no dejaba de mirar al frente del volante. En su tono de hablar aún no mostraba si estaba a favor de las petroleras o si por el contrario formaba parte de la gente en resistencia directa contra el fracking. —Verán vaqueros, este es un pueblo extraño, que no sé si vale la pena defender…
— ¿Extraño, por qué?—preguntó James.
—No sé, pero la mayoría de la gente es como si no tuvieran alma, como si hubiesen perdido la chispa de la vida. Solo es un ir a trabajar, comer, beber cervezas y dormir. Ya sé que esperan saber cuál es mi posición frente a las petroleras.
— ¿Y cuál es?—preguntó Kay.
—Pues bien chicos, en lo que concierne a mí, me da igual, y si las petroleras ofrecen a mis padres y a mí una buena pasta, nos largamos de aquí.
Hubo un silencio de cómo un minuto después que la mujer dijera aquello. Lo cierto era que James y Kay tampoco le importaba un pepino que las petroleras se quedaran con todo, su misión era investigar aquel hospital abandonado, pero era muy difícil llevar la conversación hasta allá y sacarle tema al asunto no sin antes levantar sospechas de que eran agentes encubiertos. Pero la descripción de la población que aportó la mujer le hizo recordar de manera precisa a la gente de aquel pueblo en España, los cuales eran así: “gente sin alma”.
—Por cierto chicos, no nos hemos presentados—dijo la mujer. —Mi nombre es Jennifer, pero con Jenny es suficiente.
—Mi nombre es Kay, y el grandote es James.
—Un placer—dijo James, viendo al rostro agradable de Jenny, y ella despegó un segundo la mirada del volante para ver a aquel hombre rubio que no tenía aspecto de ambientalista sino de un guapo atleta olímpico.