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Black - Invencible. Séptima parte: Saga Indomable III (Spanish Edition)

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Black Invencible. Séptima parte: Saga Indomable III (Spanish Edition)
  • Libro:
    Invencible. Séptima parte: Saga Indomable III (Spanish Edition)
  • Autor:
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    DirtyBooks
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    2016
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Invencible. Séptima parte: Saga Indomable III (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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INVENCIBLE

Saga Indomable III

Kattie Black

©DirtyBooks, diciembre de 2015

Portada: Kattie Black

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SÉPTIMA PARTE
Capítulo 8

El mes de diciembre llegó sorprendentemente rápido. En Davenport empezaron a colocar el alumbrado navideño y las decoraciones: luces doradas y adornos de mimbre tejido con forma de espiga y de abeto. No había allí casas decoradas con escandalosos luminosos, solo velas y trenzas de hojas, coronas de acebo y muérdago en los dinteles de las puertas.

El día de su cumpleaños, Will fue dado de alta. Tenía prescripciones médicas muy estrictas para todo el invierno. Su recuento leucocitario había sido muy bueno y los médicos estaban satisfechos con la recuperación, pero aun así no querían sorpresas. La familia de Will era muy fuerte, todos tenían una complexión magnífica —no había más que ver a los hermanos— y se recuperaban rápido de cualquier enfermedad, pero la sombra de la muerte de su madre les ponía los pies en la tierra e impedía que se confiaran.

—Ponte el gorro —le insistía George—. No te lo voy a repetir.

—Vale, vale.

Disimulé una sonrisa mientras miraba a aquel treintañero barbudo obedecer a su padre con cara de resignación. Luego él mismo le envolvió con una bufanda mientras Will protestaba a media voz.

—Déjate ayudar, chico, maldita sea.

—Pero es que...

—Hazle caso a tu padre —intervino Daniel.

Nos miramos con complicidad y él me guiñó el ojo.

Estábamos recogiendo la escasa ropa de Will para meterla en su bolsa de deporte. A finales de noviembre le habían trasladado a una habitación normal y por primera vez había podido abrazar a su familia y salir a dar pequeños paseos. A medida que él se recuperaba, Daniel volvía poco a poco a ser el que era, o al menos, a estar más tranquilo. Lo cierto es que no era el mismo. Lo que había ocurrido le había cambiado. La enfermedad de su amigo y mi embarazo le habían demostrado que las cosas podían superarse, que no todo estaba abocado siempre al fracaso, al desastre y a la oscuridad. De pronto, Daniel se encontraba más equilibrado que nunca. No se bloqueaba, era capaz de tomar decisiones con rapidez y su carácter se había dulcificado.

—Y tú también, protégete —me dijo mientras yo cerraba la bolsa. Vino hacia mí y me echó el gran abrigo de piel sintética sobre los hombros—. No quiero que mi hija se enfríe.

Daniel me abrazó por detrás, poniendo las manos sobre mi vientre, apenas desarrollado. Le miré de reojo. Me gustaba su calor en mi espalda, sus gestos cariñosos y protectores. Yo nunca había necesitado ser protegida, pero me resultaba reconfortante saber que podía apoyarme en él. Era una sensación nueva, algo que solo había sentido con Daniel.

—¿No te gustaría tener una pequeña Anna?

—Nadie puede quitarle el puesto a tu hermana —respondió él de buen humor.

Sonreí, mirando disimuladamente a Will.

Will y Victoria, o Elsa y Anna, como les habíamos llamado cariñosamente durante un tiempo, habían acabado mal. Después de que Victoria entrara sin permiso justo después de la operación, él se negó a volver a verla. Ni siquiera quería oír hablar de Victoria. Estaba muy ofendido, hasta dolido.

—Intenta comprenderla —le dije yo en una ocasión—, no la justifico, se ha pasado de la raya, pero intenta…

—No. No quiero comprenderla. —Su mirada era dura y su voz, tajante—. Estoy cansado de comprender siempre a todo el mundo. Estoy harto de ponerme en el lugar de los demás y de adaptarme siempre. Ya no voy a hacer más el gilipollas.

—Creo que estás sacando las cosas de quicio.

—No te he pedido tu opinión.

Sí, Will también había cambiado. Yo sospechaba que lo de Victoria no era más que la gota que había colmado el vaso. Desde que le conocía, él había aguantado todo de todos sin quejarse, con madurez y resolución. Había aguantado a Daniel, me había aguantado a mí y había aguantado a mi hermana, y seguramente era así con todo el mundo. Jamás le echaba a nadie en cara desplantes ni malos gestos, simplemente no les daba importancia. Tal vez por eso, todos nos habíamos acostumbrado a pensar que con Will teníamos carta blanca, que era un tío genial que nunca se ofendía y cuyos sentimientos no podían ser heridos.

Pero ahora nos ponía límites. Por primera vez sentía la necesidad de dejar claro que no era ningún idiota, y nos llamaba la atención si nos pasábamos de la raya. Así fue como me di cuenta de que si nos consentía ciertas cosas era porque la amistad y el aprecio que sentía por nosotros estaban por encima. A pesar de lo bordes o insoportables que pudiéramos ser a veces, él no nos juzgaría.

Era duro, pero podía entender su cambio de actitud. Y aun así, me jodía. Victoria estaba sufriendo mucho con todo aquello.

—No debería haber venido —me decía entre lágrimas la noche en que él la echó con cajas destempladas—. He sido una estúpida, lo he estropeado todo.

—No has estropeado nada. Tienes que entender la situación…

—La entiendo, pero todo esto es de antes, Alex. Él quería que estuviéramos juntos y yo le dije que no. Me agobié mucho, no sé… pero luego no podía dejar de pensar en él, y él no me respondía a los mensajes… Y de pronto me asusté. Creo que le he perdido para siempre. La he cagado, la he cagado del todo.

Estuvo inconsolable.

Poco después llegaron mis padres, que querían verme para felicitarnos por el bebé y demostrarnos su apoyo. Victoria fingió normalidad delante de ellos durante los tres días que se quedaron en Davenport, pero mi madre se dio cuenta de que algo pasaba. Mi padre, en cambio, no se enteraba de nada. Estaba demasiado entusiasmado con lo de ser abuelo.

—Al fin la familia junta otra vez —decía, estrujándonos a todas entre sus brazos. Luego miraba a Daniel y le soltaba a regañadientes—: Tú también, sí.

Aquellos días con mis padres, Daniel y Victoria, fueron los más felices que recordaba en mucho tiempo. De pronto, mi padre me respetaba. Me preguntaba acerca del bebé: qué nombre le íbamos a poner, a qué colegio pensábamos llevarle, si el embarazo estaba yendo bien. Aceptaba todas mis respuestas —«no lo sé, papá», «aún no hemos pensado en eso», «está yendo bien»— sin insistencia y sin darme consejos que yo no había pedido. Se interesaba por si necesitaba algo y me dio un montón de contactos: números de teléfono y nombres de pediatras, ginecólogos, comercios de ropa infantil y empresas de artículos de bebé.

—Una llamada de mi parte y todo resuelto.

—No pienso abusar de tu posición, papá.

—No es abusar —insistía él—. No es un abuso, es simplemente… aprovecharse de una circunstancia favorable.

—¿Y eso no es un abuso? —le decía yo riendo.

—No, porque no haces daño a nadie. Y te puedes beneficiar de una ventaja. ¿Dónde está el abuso, eh? Explícamelo.

Me pasó el brazo sobre los hombros, con el otro atrajo a Daniel y nos estuvo convenciendo como solo un político sabe hacerlo. Le dejé hacer. Nunca había visto a mi padre tan flexible y atento conmigo. No es que fuera aquello una fiesta, pero sí que resultaba mucho más cercano de lo habitual. Y mejor todavía: me escuchaba.

Cuando se marcharon, nos despedimos con un fuerte abrazo y él me besó la frente.

—Estoy orgulloso de ti.

Soy una mujer adulta, endurecida por el tiempo y la vida. De lo contrario, habría llorado al oír esas palabras.

Poco después, el mismo día, Victoria también tomó su avión. Ya en el aeropuerto, intenté hacerla cambiar de idea.

—¿Estás segura de que quieres irte?

Mi hermana asentía con la cabeza, el rostro pálido y la mirada más triste que recordaba haber visto nunca en ella. No obstante, se mantenía entera.

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