Este libro recoge mi lucha con la locura James Rhodes durante meses de conciertos, de hoteles y de sentirme solo rodeado de desconocidos. Este libro no va sobre mí. Va sobre cómo me siento. Sobre cómo nos sentimos todos, al menos de vez en cuando. Este libro no va de ser feliz. Nunca, ni tú ni yo, seremos plenamente felices. Pero intentarlo puede ser algo maravilloso.
James Rhodes
Fugas
Título original: Fire on all sides
James Rhodes, 2017
Traducción: Ismael Attrache
Revisión: 1.0
21/11/2018
Para mi hijo
Advertencia previa y material auditivo
Este libro no es una autobiografía. Porque ya he escrito una.
Este libro es un diario que escribí mientras estaba de gira. En estas páginas lo he incluido todo tal como lo escribí en su momento, en vez de ofrecer una versión más amable (¿y sensata?), redactada con cierta perspectiva.
Al decir que este es el diario de una gira de conciertos, es posible que se confunda con un libro de viajes, algo soso y quizá hasta cierto punto indulgente, algo que escribí mientras viajaba por todo el mundo, mientras saltaba de avión en avión, exploraba las ciudades más bonitas, tocaba el piano en impresionantes salas de conciertos, hablaba de mi proceso creativo y probaba platos increíbles. Pero tened un poco de paciencia.
Porque sí, en el libro menciono todas estas cosas (también esas chorradas llenas de autocomplacencia, porque estamos hablando de mí y porque soy un narcisista imbécil), pero con mayor frecuencia me centro en el dolor, muchas veces intensísimo, y en el esfuerzo hercúleo, únicamente para resistir, para existir en este mundo, que ha de hacer una persona que domina tan mal las estrategias básicas para enfrentarse a la vida como yo. Como creo que, en mayor o menor medida, nos pasa a todos.
Este libro habla de fantasía, de rabia, de follar y de fuego. De un fuego omnipresente. En mi cabeza, detrás de mis ojos, en mi pecho.
Fuego en todas partes.
Este libro habla de la música. Del amor. Del odio. De las imperfecciones. Quizá al final también acabe hablando de la sensación de estar a gusto en tu piel.
Para aquellos de vosotros que no me conocéis: de pequeño abusaron de mí. Mi profesor de gimnasia me violó desde los seis años hasta los diez. Si os apetece leer algo ligerito, podéis consultar Instrumental, mi autobiografía, en la que describo las terribles secuelas de ese tipo de abusos: drogadicción, brotes psicóticos, intentos de suicidio y estancias en instituciones psiquiátricas. En ella también hablo mucho de música clásica, mi razón de ser. La encontraréis en la sección de humor de cualquier librería.
Aunque espero con todas mis fuerzas que aquellos de vosotros que habéis leído hasta aquí no hayáis sido violados de pequeños, supongo que la gran mayoría sí habréis vivido algún tipo de trauma, de forma directa o indirecta. Divorcios, abusos, alcoholismo, violencia doméstica, muerte, pobreza, Gandía Shore. Elegid vosotros mismos: la vida nos ofrece un sinfín de posibilidades. Y también doy por sentado que muchos de vosotros, la mayoría, sabéis lo que es sufrir depresión o ansiedad. Conocéis el peso tremendo de estas cadenas, el discreto acto de heroísmo que supone levantarse cada mañana, vestirse y salir de casa. También sabéis que todo lo anterior conlleva que la vida cotidiana sea algo dolorosamente difícil. El estrés de tener que actuar como los demás quieren que lo hagas en función de sus expectativas, porque mostrar tu verdadero yo supondría un suicidio profesional o social.
Es un juego al que muchos de nosotros nos entregamos continuamente: el juego de fingir que todo va bien, que sabes perfectamente qué coño estás haciendo y que eres muy capaz de comportarte como un adulto. Tal como dijo el cantante Elliott Smith antes de suicidarse: «Todo el mundo es [contradictorio]. Todas las personas fingen ser más coherentes de lo que son, para que los demás puedan fingir que las entienden mejor. Eso es lo que hay que hacer. Si la gente reflejara siempre en su comportamiento aquello que de verdad siente, todo sería una locura absoluta».
Yo finjo mucho.
Pero este libro no trata de quién soy. Sino de cómo soy. De cómo somos todos, quizá. Que yo sea padre, pianista, escritor, exmarido, piscis y un idiota no tiene la menor importancia. Lo que cuenta es el cómo. Estoy convencido de que cómo sobrevivimos y funcionamos en el mundo de hoy no solo es algo muchísimo más interesante que nuestro estatus profesional, el saldo de nuestras cuentas corrientes y nuestras publicaciones de Instagram, sino también algo que nos ayuda a acercarnos en una época en que tantas cosas nos están alejando. Cuando da la impresión de que el mundo en que vivimos promete tanto y da tan poco, reconocer nuestras imperfecciones, nuestra fragilidad, puede unirnos de un modo milagroso.
He intentado, con las mejores intenciones posibles, hablaros de todo lo desagradable y descarnado que llevo dentro, porque, aunque a veces doy la impresión de ser una de esas personas que dan demasiados detalles personales en una catastrófica primera cita, creo que es sumamente importante que nos veamos y que nos vean tal como somos de verdad. Los aspectos menos amables se hacen especialmente evidentes cuando estoy de gira, en momentos en los que los desplazamientos, el cansancio, la presión, el estrés, las críticas y el desprecio que siento por mí mismo aumentan, se fusionan y crean un desastre espantoso e imposible. También empiezo este libro en un momento de mi vida especialmente malo: sigo sufriendo las consecuencias de la espantosa batalla legal que se produjo en torno a la publicación de mis memorias, y estoy inmerso en un proceso de divorcio. Así que vivo muchos momentos de introspección, de insomnio y de rabia. La verdad es que los de rabia son muchos, porque…, bueno, porque hay muchas cosas por las que sentirla.
Durante algo más de treinta y cinco años, prácticamente durante todos los minutos de todos los días, mi cabeza me ha asegurado, de formas variopintas, imaginativas y extravagantes, que no sirvo para nada. Y ese es el meollo de todo lo que resulta doloroso en mi vida: mi cabeza y lo que esta me dice.
Y hay que ver la de cosas que me dice.
En ella hay mil voces, una cantidad infinita de conjeturas, proyecciones, ofensas imaginarias, debates, discusiones, peleas. Muchas veces, todo eso a la vez. Estamos hablando de un abuso de poder chungo en grado superlativo. Mi mente (descontrolada, retorcida, destruida, incapaz de tener cualquier perspectiva y llena de prejuicios) lleva décadas disfrutando de carta blanca para dictar y regular mi forma de entender la vida.
Resulta que carezco por completo de los recursos necesarios para definir mi propia realidad. No me estoy refiriendo a los detonantes normales y racionales a los que todos reaccionamos: la hostilidad, las críticas, el rechazo, la pena, el dolor. En mi caso, cuando la cabeza no me funciona del todo bien, basta con que alguien me mire raro, que no me conteste un correo electrónico al momento, que utilice un lenguaje un poco agresivo en un mensaje de texto, que deje de seguirme en Twitter, que se equivoque al traerme la comida en un restaurante, para que me entren ganas de matar o de que me maten. Y no creo que esto me pase solo a mí. Echad un vistazo a vuestro entorno: todos, en mayor o en menor medida, vivimos revoleándonos en el mismo y diminuto charco de locura.