Johan Theorin
La tormenta de nieve
El cuarteto de Öland – 2
Título original: Nattfåk
© 2008, Johan Theorin
© 2011, Carlos del Valle, por la traducción
Los muertos se reúnen cada invierno para celebrar la Navidad. Pero una vez, una vieja solterona los molestó. Su reloj se había parado, así que la noche de Navidad se levantó demasiado temprano y llegó a la iglesia a medianoche. Oyó un murmullo de voces, como si se celebrara una misa, y vio el templo repleto de gente. De repente, la solterona reconoció a su novio de juventud. Se había ahogado hacía muchos años, pero ahora estaba sentado en un banco entre la multitud.
Leyenda sueca del siglo XIX
Invierno de 1846
Aquí comienza mi libro, Katrine, el año en que se construyó la casa de ludden. Para mí, fue algo más que el lugar donde vivimos mi madre y yo, fue donde me hice mujer.
Ragnar Davidsson, el pescador de anguilas, me contó una vez que la mayor parte de la casa se construyó con los restos del naufragio de un barco alemán que transportaba madera. Le creo. En la pared corta del altillo del establo, sobre un grueso tablón, están grabadas las palabras: «EN RECUERDO DE CHRISTIAN LUDWIG».
He oído a los muertos susurrar a través de las paredes. Tienen tanto que contar…
Valter Brommesson está sentado en el interior de una casita de piedra en ludden y reza a Dios con las manos juntas. Ruega que las olas y el viento, que esta noche sopla desde el mar, no destrocen sus dos faros.
No es la primera vez que hace mal tiempo, pero nunca había visto una tormenta como esta. Una pared blanca de hielo y nieve procedente del nordeste, que ha detenido todo el trabajo de construcción.
Señor, permítenos finalizar las torres.
Brommesson es constructor de faros, pero esta es la primera vez que construye faros de lentes en el mar Báltico. Llegó a Öland el mes de marzo del año pasado e inmediatamente se puso a trabajar: contrató personal, encargó arcilla y piedra y alquiló fuertes caballos de tiro.
La fresca primavera, el caluroso verano y el soleado otoño fueron agradables en la costa. El trabajo marchó bien y ambos faros se elevaron lentamente hacia el cielo.
Luego desapareció el sol, llegó el invierno y, al descender la temperatura, la gente empezó a hablar de la tormenta de nieve. Y esta finalmente llegó. Una noche se abalanzó sobre la costa como un animal salvaje.
Al amanecer, el temporal comienza por fin a amainar.
Entonces, de repente, se oyen gritos en el mar. Llegan desde la oscuridad, más allá de ludden, largos y desgarradores gritos de socorro en una lengua extranjera.
Los gritos despiertan a Brommesson. Este, a su vez, despierta a los agotados obreros.
– Hay un barco varado -dice-. Tenemos que salir.
Los hombres están somnolientos y reacios, pero consigue levantarlos y sacarlos fuera, a la nieve.
Caminan con dificultad hacia la playa, con la cabeza agachada para protegerse del gélido viento que les viene de cara. Brommesson mira y ve que las dos torres de piedra a medio construir aguantan junto al mar.
Por el otro lado, hacia el oeste, no ve nada. El paisaje llano de la isla se ha transformado en un ondulado desierto de nieve.
Los trabajadores se detienen en la playa y fijan la vista en el mar.
No puede verse nada entre las sombras plomizas de la costa, pero aún se oyen débiles gritos mezclados con el rumor de las olas… y el crujido de los clavos al desprenderse y de la madera al resquebrajarse.
Un gran barco ha encallado en el arrecife, y zozobra.
Al final, lo único que los obreros pueden hacer es quedarse escuchando los ruidos y los gritos de socorro que vienen desde el barco. Tres veces han intentado sacar al mar una de las barcas, pero todos sus esfuerzos han fracasado. La visibilidad es muy mala y el oleaje fuerte, y, además, el agua está repleta de pesadas vigas de madera.
El barco encallado debía de llevar una enorme carga de madera en cubierta. Cuando el casco ha comenzado a hundirse, las olas han soltado las vigas, que han caído por la borda. Los maderos, largos como arietes, son empujados a tierra en gran número. Han empezado a llenar las calas de alrededor del cabo y chocan y se rozan entre sí.
Cuando el sol se levanta tras las brumosas nubes grisáceas, aparece el primer cadáver. Un joven flota sobre las olas a una docena de metros de la playa, con los brazos abiertos, como si hasta el final hubiera intentado agarrarse a una de las vigas de madera que le rodean.
Dos de los obreros del faro se meten en el agua poco profunda, lo agarran con fuerza de la basta camisa y arrastran el cuerpo hasta la playa.
En la orilla, cada uno lo sujeta de una de sus muñecas heladas y tiran de él. Sacan al muerto del agua, pero es largo y ancho de espaldas y difícil de cargar. Lo arrastran por la playa cubierta de nieve, con la ropa chorreando.
Los demás obreros se apiñan alrededor del cuerpo, sin tocarlo.
Al cabo de un rato, Brommesson se agacha y le da la vuelta.
El ahogado es un marinero de encrespado cabello negro y boca ancha ahora entreabierta, como si hubiera muerto a mitad de una espiración. Sus ojos miran fijamente el cielo gris.
Los obreros calculan que debe de tener unos veinte años. Seguramente estará soltero, o quizá mantiene una familia. Ha muerto en una costa extranjera; lo más probable es que ni siquiera supiera el nombre de la isla en la que el barco naufragó.
– Luego tendremos que llamar al pastor -dice Brommesson, y le cierra los ojos al muerto para no ver su mirada vacía.
Tres horas después, los cuerpos de cinco marineros más han sido empujados a tierra en los alrededores de ludden. También ha llegado a la playa un tablón que pone: «CHRISTIAN LUDWIG – HAMBURGO».
Y vigas de madera, gran cantidad de vigas de madera.
El pecio es un regalo. Ahora todo pertenece a la Corona sueca, la misma que sufraga los faros de ludden. De pronto, los obreros del faro tienen a su disposición madera de pino por valor de un centenar de reales.
– Todo el mundo tendrá que ayudar a sacar los tablones -dice Brommesson-. Los apilaremos lejos del alcance de las olas.
Asiente para sí y alza la vista hacia la pendiente cubierta de nieve. En la isla hay gran escasez de árboles, y en lugar de la pequeña casa de piedra que habían planeado levantar para los fareros y sus familias en ludden, ahora podrán construir una vivienda de madera mucho mayor.
Brommesson casi puede verla: una imponente casa llena de habitaciones y salones. Un hogar seguro para las personas que se ocuparán de sus faros allí, en el fin del mundo.
Pero estará construida con los restos de un naufragio, y eso puede traer mala suerte. Para contrarrestarla sería necesario realizar una ofrenda por la casa. E incluso hacer una sala de oración. Una habitación en recuerdo a los muertos de ludden, por todas las pobres almas que no fueron sepultadas en tierra consagrada.
La idea de edificar una casa mayor se afianza en Brommesson. Más tarde, ese mismo día, se pone a medir la base con largas zancadas.
Cuando la tormenta amaina y los helados obreros empiezan a sacar los maderos del agua y a apilarla en montones sobre la hierba, a muchos de ellos aún les parece oír el eco de los gritos de los ahogados.
Estoy segura de que los obreros del faro nunca olvidaron los gritos de los marineros moribundos. Y estoy igual de segura de que los más supersticiosos cuestionaron la decisión de Brommesson de construir una gran casa con los restos de un naufragio.
Una vivienda levantada con maderos a los que los desesperados marineros se habían aferrado antes de que el mar los arrastrara… ¿No deberíamos mi madre y yo haberlo sabido al mudarnos allí a finales de los años cincuenta? ¿Fue realmente una buena idea que tu familia y tú os mudarais allí treinta y cinco años después, Katrine
Página siguiente