Mircea Eliade - La isla de Eutanasius
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- Libro:La isla de Eutanasius
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2001
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La isla de Eutanasius: resumen, descripción y anotación
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Romain Rolland es quien más ha contribuido a la consolidación de la fama que Ananda Coomaraswamy ha alcanzado en nuestro continente. La traducción de su volumen de ensayos La danse de Shiva (Rieder, 1922), llevada a cabo por Madelaine Rolland, fue presentada al público francés por un caluroso prefacio del autor de Jean Christophe. Romain Rolland se encontraba por entonces bajo el hechizo de la India y de todo lo que le parecía que tenía que ver con la «espiritualidad asiática». Había publicado su Mahatma Gandhi y preparaba los volúmenes de circulación más restringida sobre Ramakrishna y Swami Vivekananda. Sería interesante saber qué está pensando hoy en día Romain Rolland sobre este estudioso y pensador hindú que, en trabajos más recientes y mucho más substanciales que La danse de Shiva, ataca frontalmente el «sentimentalismo» y el «humanitarismo» de la Europa «profana». Si existe alguien entre las elites europeas a quien más le costaría acercarse a las posiciones defendidas por Coomaraswamy, este sería precisamente Romain Rolland. Detalle muy significativo, porque hace diez años, cuando se hablaba de la «crisis de Occidente» y del deber de los intelectuales de defenderlo, los más fervientes negadores de Asia, que reivindicaban ya la escolástica tomista, ya el racionalismo cartesiano, atacaban indistintamente a los «hindúes» y a un Romain Rolland, Keyserling, André Gide y otros «patéticos de la confusión y lo caótico». Pero el caso de Ananda Coomaraswamy nos demuestra que estos «peligrosos asiáticos» tenían muy poco en común con la imagen que se habían formado de ellos todos los «defensores de Occidente»: en lugar de aliarse con Bergson y Keyserling como pensaban los defensores de Occidente, Coomaraswamy se inclinaba más hacia Aristóteles, santo Tomás y Dante, criticando con infinita ciencia y refinamiento las filosofías sentimentales europeas.
He recordado esta batalla de los racionalistas de hace diez años para poner mejor en evidencia su gratuidad y la gran confusión que la alimentaba. Si Occidente necesitaba ser defendido, no era precisamente contra el Oriente, porque no era de allí de donde surgían todas las confusiones espirituales y el pathos «antitradicionalista». Es lo que afirmó y demostró René Guénon, entre 1924-1927, en dos de sus libros, Orient et Occident (Payot) y La crise du monde modeme (Bossard), libros que, por desgracia, no han gozado de una gran circulación. Hoy en día, después de más diez años, las cosas parecen más claras. A través de los trabajos de René Guénon, Ananda Coomaraswamy, Julius Evola y algunos otros más, se ha comprendido por fin que «Oriente», lejos de ser solidario con el patetismo y el antitradicionalismo moderno, tiene afinidades en Europa del calibre de Aristóteles, santo Tomás, el Maestro Eckhart o Dante. No intentaremos debatir este problema (Oriente versus Occidente), tan de moda hasta hace pocos años. Pero me parece significativo que un hindú e historiador de las artes asiáticas como Ananda Coomaraswamy haya tomado sobre sus hombros la tarea de traducir documentos de la estética medieval, del Pseudo-Areopagita, Ulrico Engelberto de Estrasburgo, santo Tomás o san Buenaventura.
No es éste el sitio apropiado para enumerar todas las confusiones que se han hecho en Europa desde los inicios de la filología oriental alrededor de la «coincidencia» entre el pensamiento oriental y el occidental. La verdad es que los orientalistas europeos, en su gran mayoría con una formación estrictamente filológica, carentes de interés y preparación filosófica, no eran los más indicados para interpretar y transmitir el pensamiento asiático. Así se explica la poca importancia que ha tenido para la cultura europea el «descubrimiento» de India y China. Si Schopenhauer se permitía creer que el descubrimiento de las escrituras hindúes podía tener sobre Europa la misma fecunda influencia que había tenido anteriormente el redescubrimiento de los valores greco-latinos sobre el Renacimiento, la filología oriental no ha sido capaz de hacerlo fructificar más que en el campo restringido de la lingüística y la historia comparada de las religiones, ciencias que se han constituido en gran medida sobre la base del orientalismo. Hecho, por otra parte, fácilmente comprensible, porque si en el redescubrimiento de la Antigüedad greco-latina participaron especialmente los pensadores y los artistas, el descubrimiento del Oriente se hizo de la mano de los filólogos y eruditos que han aportado indudablemente valiosos servicios a la crítica de textos y a la «historia» de las doctrinas, pero que, debido a su estructura mental y en general a su espíritu positivista y antimetafísico, típico del siglo XIX, han ignorado la dimensión más valiosa de las culturas que estudiaban: la tradición metafísica. Aquellos orientalistas que «entendían» filosofía, como Paul Deussen, han intentado traducir y explicar el pensamiento oriental adaptándolo a las filosofías europeas, lo que ha producido confusiones aún más graves; porque estos orientalistas-filósofos ignoraban precisamente la parte de la filosofía europea que más se parecía al pensamiento hindú: la Antigüedad y la Edad Media. Paul Deussen explica la metafísica hindú a través de Hegel y Schelling y a Max Müller a través de Schopenhauer…
Es verdad que, incluso al nivel profano de la filología y la historia comparada de las religiones, se han descubierto algunas coincidencias fundamentales entre Oriente y Occidente. Pero estas analogías han sido interpretadas con los «métodos» de moda. Hemos conocido, pues, la moda de la mitología comparada, la moda del método antropológico, de la raza indoaria y, últimamente, los métodos sociológicos y etnográficos. Cada uno de estos métodos estaba justificado en parte. El error empezaba desde el momento en que pretendían explicarlo todo. En el simbolismo de Buda, por ejemplo, podemos encontrar elementos de mito solar; pero pretender, como lo hacía Émile Senart, que toda la vida y la leyenda de Buda no son más que parábolas solares, significa caer en un grave error. El mismo error en que han caído, con más pena que gloria, los mayores orientalistas europeos y americanos cada vez que pretendían superar la filología y la historia para improvisar «explicaciones» y «teorías». Todos estos métodos se han visto comprometidos. Ahora tenemos que volver a empezar de nuevo, intentando delimitar con precisión la parte de verdad que cada uno de estos métodos esconde.
Es lo que se propone hacer Coomaraswamy, que utiliza la crítica de los textos y de los métodos de historia del arte con la misma naturalidad con la que descifra para nosotros, los profanos, la tradición metafísica en los Vedas, en el budismo o la iconografía y el arte asiático. Por otra parte, es el autor de algunos libros clásicos de historia del arte y de las técnicas gremiales de India e Indonesia. En esta especialidad, su información crítica es infinita. Pero lo que más asombra de este hindú (establecido hace mucho tiempo en Boston, como conservador en el célebre Museum of Fine Arts) es la seguridad con la que se mueve en la historia de las artes europeas y en la cultura asiática en general. Es uno de los mayores especialistas de nuestro tiempo, porque tiene acceso directo a las fuentes del hinduismo, budismo y cristianismo. Pero éste no es su mayor mérito. Aunque sea el más grande «científico» hindú (en el sentido de que ha asimilado a la perfección los métodos de trabajo de la ciencia moderna y nunca ha caído en las improvisaciones y exageraciones de la mayoría de los estudiosos hindúes), es al mismo tiempo un pensador extraordinario. Habríamos dicho un «pensador original», si no supiéramos que Ananda Coomaraswamy se limita, como un verdadero oriental, a asimilar los principios y las normas de la tradición metafísica «primordial». Lo confiesa él mismo, y no por primera vez, en una nota de un estudio dedicado al simbolismo erótico en los Vedas: «Lo que menos deseo es proponer una filosofía personal». En otro estudio más reciente añade:
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