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Para los robots del futuro
Nuestra historia comienza en el océano, con viento, lluvia, rayos y truenos. Un huracán que, furioso, rugía en medio de la noche. Y en medio del caos, un barco de carga encalló
hondo
hondo
hondo
en el fondo del océano.
El barco dejó cientos de cajas flotando en la superficie. Pero a medida que el huracán azotaba, giraba y hacía que chocaran, las cajas también comenzaron a hundirse en las profundidades. Las olas las tragaron una tras otra, hasta que tan sólo quedaron cinco.
Por la mañana el huracán se había disipado. No había nubes, ni barcos ni tierra a la vista. Sólo había aguas tranquilas, cielos despejados y esas cinco cajas que flotaban perezosamente siguiendo una corriente oceánica. Los días pasaron. Luego apareció una mancha verde en el horizonte. Cuando las cajas se acercaron, las suaves formas verdes se convirtieron lentamente en los bordes duros de una isla salvaje y rocosa.
La primera caja se dirigió a la orilla en una ola ruidosa y se precipitó contra las rocas con tal fuerza que se hizo pedazos.
Ahora, lector, lo que no he mencionado es que dentro de cada caja había un robot completamente nuevo. El buque de carga transportaba cientos de ellos antes de que lo arrastrara la tormenta. Ahora sólo quedaban cinco. En realidad, sólo quedaban cuatro, porque cuando esa primera caja chocó contra las rocas, el robot se hizo añicos.
Lo mismo le sucedió a la siguiente caja: se estrelló contra las rocas y las partes del robot volaron por todos lados. Y lo mismo le sucedió a la siguiente caja. Y a la siguiente. Extremidades y torsos de robot fueron arrojados contra las rocas. Una cabeza salpicó un charco de agua de mar. Un pie robótico se deslizó sobre las olas.
Y luego vino la última caja. Siguió el mismo camino que las otras, pero en lugar de chocar contra las rocas, llegó chapoteando contra los restos de las primeras cuatro. Pronto, más olas la sacaron del agua. Se elevó por el aire, girando y brillando hasta que se estrelló contra una saliente rocosa. La caja estaba agrietada y arrugada, pero el robot en su interior estaba a salvo.
La costa norte de la isla se había convertido en una especie de cementerio robot. Dispersos a lo largo de las rocas estaban los cuerpos rotos de cuatro robots muertos. Centelleaban bajo la luz de la luna. Y sus destellos llamaron la atención de unas criaturas muy curiosas.
Un grupo de nutrias marinas saltaba sobre los montículos cuando una se percató de los objetos brillantes. Todas las nutrias se congelaron. Levantaron la nariz al viento. Pero sólo olieron el mar. Así que se deslizaron cautelosamente sobre las rocas para echar un vistazo más de cerca.
El grupo se acercó lentamente al torso de un robot. La nutria más grande levantó una pata, golpeó con fuerza aquella cosa pesada y rápidamente retrocedió de un salto. Pero no pasó nada. Así que se arrastraron hacia la mano de un robot. Otra nutria valiente extendió una pata y volteó la mano. Hizo un hermoso tintineo contra las rocas, y las nutrias chirriaron de gusto.
Se extendieron y jugaron con brazos, piernas y pies robóticos. Voltearon más manos. Una de las nutrias descubrió una cabeza de robot en un charco de mar, y todas se sumergieron y se turnaron para rodar por el fondo.
Y luego descubrieron algo más. Más allá del cementerio estaba la única caja sobreviviente; tenía los costados raspados y abollados, y una gran cortada recorría la parte superior. Las nutrias corrieron por las rocas y treparon a la gran caja. Diez caras peludas se asomaron por la cortada, ansiosas por ver qué había dentro. Lo que vieron fue otro robot completamente nuevo. Pero este era diferente de los demás. Todavía estaba en una sola pieza. Y lo rodeaba una esponjosa espuma de embalaje.
Las nutrias metieron las patas a través de la abertura y rompieron la espuma. ¡Era tan suave y blanda! Chirriaron mientras apartaban esas cosas esponjosas, que flotaban hechas girones en la brisa del mar. Y debido a tanta emoción, la pata de una nutria golpeó accidentalmente un botoncito importante en la parte posterior de la cabeza del robot.
Clic .
Les tomó un tiempo darse cuenta de que algo estaba sucediendo dentro de la caja. Pero un momento después lo escucharon. Un zumbido sordo. Todas se detuvieron y miraron. Y luego el robot abrió los ojos.
El cerebro de la computadora del robot arrancó. Sus programas comenzaron a conectarse. Y luego, todavía empaquetado en su caja, comenzó a hablar automáticamente.
—Hola, soy la unidad ROZZUM 7134, pero puedes llamarme Roz. Mientras mis sistemas robóticos se activan, te contaré sobre mí.
»Una vez que esté completamente activada, podré moverme, comunicarme y aprender. Tan sólo dame una tarea y la completaré. Con el tiempo, encontraré mejores formas de realizar mis tareas. Me convertiré en una robot mejor. Cuando no me necesites, me mantendré alejada, en buen estado de funcionamiento.
»Gracias por tu tiempo. Ahora estoy completamente activada.
La robot
sale del cascarón
Como quizá sepas, los robots realmente no sienten emociones. No como los animales. Y sin embargo, mientras estaba sentada en su caja arrugada, Roz sintió algo parecido a la curiosidad. Tenía curiosidad por la cálida bola de luz que brillaba arriba. Entonces el cerebro de su computadora se puso a trabajar y la identificó. Era el sol.
La robot sintió que su cuerpo absorbía la energía del sol. Con cada minuto que pasaba se sentía más despierta. Cuando su batería estuvo llena, Roz miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba guardada dentro de una caja. Trató de mover los brazos, pero estaban sujetos con cuerdas. Así que aplicó más fuerza, los motores en sus brazos zumbaron un poco más fuerte y las cuerdas se rompieron. Luego levantó las manos y abrió la caja. Como un recién nacido que rompe su caparazón, Roz salió al mundo.
Aquellas nutrias ahora se escondían detrás de una roca. Asomaron nerviosamente las cabezas redondas y vieron surgir de la caja a un monstruo brillante. El monstruo giró despacio la cabeza mientras escaneaba la costa y continuó girándola hasta que miró directamente a las nutrias.
—Hola, nutrias, mi nombre es Roz.
La voz de la robot fue demasiado para las asustadizas criaturas. La más grande chilló, y todo el grupo huyó de repente. Galoparon hasta el otro lado del cementerio de robots, se tiraron al océano y se desplazaron por las olas lo más rápido que pudieron.
Roz las observó marcharse, y sus ojos se detuvieron en los centelleantes objetos que cubrían la orilla. Parecían extrañamente familiares. La robot balanceó la pierna izquierda hacia adelante, luego la derecha y así comenzó a dar sus primeros pasos. Se alejó de su empaque, subió las rocas y cruzó el sitio hasta quedar parada sobre un cuerpo roto de robot. Se inclinó y vio la palabra ROZZUM ligeramente grabada en el torso. Se percató de que todos los torsos, incluido el suyo, tenían la misma palabra.
Roz continuó explorando el cementerio hasta que una pequeña y juguetona ola mojó las rocas. Se alejó automáticamente. Entonces una ola más grande se dirigió hacia ella, y se volvió a alejar. Y luego una ola gigantesca se estrelló sobre las rocas y sepultó todo el cementerio. La pesada masa de agua golpeó su cuerpo y la tiró al suelo, sus sensores de daños se encendieron por primera vez. Un momento después, la ola se había ido, y Roz yacía allí, goteando, abollada y rodeada de robots muertos.
Roz podía sentir sus instintos de supervivencia, la parte del cerebro de su computadora que hacía que quisiera evitar el peligro y cuidarse a sí misma para seguir funcionando correctamente. Sus instintos le sugerían alejarse del océano. Se puso de pie con cuidado y vio que, muy por encima de la orilla, la tierra estaba llena de árboles, hierbas y flores. Se veía exuberante y seguro allá arriba. Parecía un lugar mucho mejor para nuestra robot. Sólo había un problema. Para llegar allá, tendría que trepar por los acantilados.
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