Miyuki Miyabe
El susurro del diablo
Título original: MAJUTSU WA SASAYAKU (The Devil's Whisper)
Copyright © 1989, Miyuki Miyabe All rights reserved
Traducción: Purificación Meseguer Cutillas
Mamoru Kusaka y familiares
Mamoru Kusaka: Estudiante de dieciséis años. Vive con sus tíos en Tokio. Trabaja para los grandes almacenes Laurel.
Toshio Kusaka: Padre de Mamoru. Desapareció en la ciudad de Hirakawa cuando Mamoru tenía 4 años.
Keiko Kusaka: Madre de Mamoru. Fallecida a la edad de 38 años, cuando Mamoru tenía unos 15 años.
Yoriko Asano: Tía y tutora de Mamoru.
Taizo Asano: Tío de Mamoru; taxista.
Maki Asano: Prima de Mamoru, de 20 años.
Compañeros de Mamoru en los grandes almacenes Laurel
Hajime Takano: Encargado de la Sección de Libros y superior de Mamoru.
Sato: Compañero y trotamundos.
Masako «Madame» Anzai: Empleada veterana.
Makino: Guarda de seguridad.
Profesores de Mamoru y compañeros de clase
Señor Nozaki: También conocido por señor Incompetente; profesor de Mamoru.
Señor Iwamoto: Profesor de Educación Física y entrenador del equipo de baloncesto del instituto.
Saori «Anego» Tokida: Compañera de clase.
Yoichi Miyashita: Compañero de clase; gran amante del arte.
Kunihiko Miura: Abusón de turno.
Cuatro mujeres en el centro del misterio
Fumie Kato: Prometida al matrimonio.
Atsuko Mita: Empleada.
Yoko Sugano: Estudiante.
Kazuko Takagi: Comercial para East Cosmetics.
Otros
Koichi Yoshitake: Vicepresidente de la compañía Shin Nippon; originario de Hirakawa; casado con Naomi; amante, Hiromi Ida.
Naomi Yoshitake: Mujer de Koichi.
Yoshiyuki Mizuno: Editor de la revista Canal de Información.
Akiemi Mizuno: Mujer de Yoshiyuki; propietaria de la cafetería Love Love.
Nobuhiko Hashimoto: Reportero freelance.
Goichi «Gramps» Takahashi: Cerrajero jubilado en Hirakawa; amigo de Mamoru desde que este era un crío.
Mitamura: Propietario de la cafetería Cerberus; amigo de Kazuko Takagi.
Shinjiro Karasawa: Profesor de universidad jubilado.
Kenichi Tazawa: Antiguo alumno de Karasawa.
Tokyo Daily News, 2 de septiembre, página 14:
Tragedia prenupcial. Una mujer se arroja al vacío desde lo alto de un edificio de seis plantas.
A las 15:10 de la tarde de ayer, una joven se precipitó desde la azotea del Palace Okura, en Miyoshi, Tokio. Según fuentes policiales del distrito de Ayase, la fallecida era vecina de la zona, una mujer de 24 años identificada como Fumie Kato. Testigos de la escena la avistaron en la azotea del inmueble donde sorteó la barandilla de seguridad de metro y medio de altura y se lanzó al vacío efectuando una caída mortal de unos quince metros. La victima iba a casarse la próxima semana. No se ha encontrado nota de suicidio alguna, y los investigadores trabajan para esclarecer las circunstancias que la llevaron a quitarse la vida.
Extracto de la edición vespertina del diario Arrow, 9 de octubre:
A las 14:45 del día de hoy, en la estación de Takadanobaba, Tokio, una joven se arrojó a las vías del tren al paso de un expreso de la línea Tozai con destino a Nakano. La mujer, que falleció en el acto, ha sido identificada como Atsuko Mita, de 20 años, empleada y residente en la Cooperativa Kawaguchi, en Sengoku, Ciudad de K-, distrito de Saitama. Un ciudadano que se encontraba en el mismo andén, aguardando la llegada del tren, afirmó haber percibido algo extraño en el comportamiento de la joven, pero cuando reaccionó e intentó detenerla, ya era demasiado tarde. A pesar de que no ha aparecido ninguna nota que revele las intenciones de la fallecida, el caso ha sido clasificado provisionalmente como suicidio.
Es imposible plasmar en las páginas de un periódico la esencia de cualquier incidente. De igual modo, la mera lectura de una noticia no permite comprender la conmoción de aquellos que presenciaron un hecho de trágicas consecuencias. Bien pueden los lectores distinguir la forma, los contornos de una historia, pero de ninguna manera captar esos pequeños detalles que subyacen en el fondo de la misma.
En este caso en concreto, los lectores desconocían que en el momento en el que Fumie Kato se precipitó al vacío, una mujer se encontraba en la escena, aireando sus futones. No se reflejaba en las columnas del diario que la testigo oyó los pasos acelerados de Fumie subir la escalera que conducía a la azotea del Palace Okura… Ni que observó cómo la joven volvía la cabeza atrás, como si la estuvieran persiguiendo, antes de cruzar la azotea a toda velocidad, sortear el pretil y precipitarse al vacío. Los lectores del Tokio Daily tampoco pudieron percibir la sensación que experimentó esta mujer de los futones cuando, tras acercarse al lugar desde el que la joven había saltado y rozar el frío metal de la barandilla, se apresuró a retirar la mano, como electrizada.
Una simple lectura no bastará para figurarse cómo fue la llegada de los agentes de policía a la escena, ni cómo peinaron la zona para recoger los sesos de Fumie, diseminados en la acera, que fueron guardando en bolsitas de plástico… Igual de desapercibido pasó el conserje del edificio que, con la ayuda de una manguera, se empecinó en borrar hasta el último rastro de sangre de la calle, tras lo cual, esparció sal para purificar la zona y conjurar los malos espíritus. Fumie Kato había estado hablando por teléfono con alguien momentos antes de su muerte, pero ya nadie lo sabría.
Quien leyera la noticia publicada en Arrow solo dispondría de escasos elementos sobre el empresario que intentó salvarle la vida a Atsuko Mita. El lector ignoraría que mientras aguardaba en el andén de la estación, ese hombre se encontraba rezando para que le fuera concedido, sin mayor contratiempo, la refinanciación hipotecaria a la que aspiraba. Atsuko había pasado junto a él en ese momento. Caminaba nerviosa; volvía una y otra vez la cabeza hacia atrás, como si sospechara que algo, o alguien iba tras ella. Ese fue su último gesto antes de que su pie franqueara el borde del andén.
Jamás sabrían los lectores que el empresario logró agarrar el fino cuello de la chaqueta de Atsuko; que de haber llevado la americana abotonada hasta el cuello, quizá la joven todavía estuviera aquí para contarlo. Y cuando, entre un estridente chirrido metálico, el tren irrumpió a toda velocidad en la estación y arrolló a la joven, el hombre se quedó allí plantado, sin dar crédito, aún con el tacto de la tela de su chaqueta en la mano. ¿Cómo iban a saber los lectores del Arrow que, segundos antes, Atsuko estuvo leyendo en voz alta los horarios del tren para un anciano que aguardaba en el mismo andén? ¿Cómo iban a saber que, agradecido, este se había quitado el sombrero, antes de dirigirse hacia las escaleras?
Costó bastante limpiar el horrendo espectáculo que ofrecías las vías de ferrocarril: el cuerpo de la víctima había quedado esparcido por todas partes. No hallaron su cabeza hasta que el tren empezó a dar marcha atrás despacio; la extremidad faltante surgió del enganche que conectaba los dos primeros vagones e impactó contra las vías emitiendo un sonido viscoso. Los lectores no verían nunca los ojos todavía abiertos de Atsuko Mita, la expresión aterrada que, post mórtem, aún desfiguraba su rostro.
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