Luis Álvarez - El pescador delLibros
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- Libro:El pescador delLibros
- Autor:
- Editor:Marga Gregorio
- Genre:
- Año:2015
- Índice:4 / 5
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El pescador delLibros: resumen, descripción y anotación
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El Pescador de Libros
Luis Álvarez Patiño
A Nacho y Alfonso, por sus gastronómicos consejos.
A Marga, por ser “maravillosísima”.
I
El autobús era un balandro que se mecía por olas invisibles a lo largo de la angosta carretera. Trazó nuevas curvas e inició un descenso hacia el pueblo.
La primera impresión que Óscar tuvo de Mera no fue diferente a la que pueda tener cualquiera que visite la villa por primera vez. Apenas tres centenares de habitantes, un puerto resguardado por una bahía natural, construcciones típicas marineras y, sobre todo, la figura de dos faros, el viejo y el nuevo, con sus paredes cubiertas de pintura blanca. Eso era lo que se podía observar a simple vista. Así, cuando el pesado vehículo detuvo su marcha en la obligada parada, Óscar ya se había hecho a la idea de que aquel era el lugar ideal para lo que él buscaba.
El tiempo bizqueó un pequeño momento. Instantes después, el autobús arrancaba de nuevo con un sonido de clara queja. Parecía como si no quisiera dejar aquel lugar, como si tras tantos y tantos viajes, hubiese escogido aquel rincón para detener por fin su marcha, anciano como estaba. Pero no ocurrió.
Pronto desapareció en una curva cercana, dejando atrás a Óscar y su par de mochilas.
-Buenos días, chaval.
El muchacho se sobresaltó. No esperaba escuchar una voz que se dirigiera a él. Por lo menos, no tan pronto. Acababa de llegar al pueblo y se suponía que no debía conocer a nadie.
La mañana estaba avanzada, pero parecía como si el día se resistiese a despertar. Era un día gris. Óscar se giró.
- Buenos días, jovencito.
La voz volvió a sonar áspera en la garganta del anciano. Aún así, el tono invitaba más a responder de una manera amable y distendida que a dar una escueta respuesta y emprender una precipitada huida.
- Buenos días.
- ¿Crees que hoy hará buen día para salir a navegar? Parece que sí, ¿no?. Parece que sí.
Dos ojos como un par de lunas llenas iluminaron el semblante del joven. Empezaban a aparecer ciertos tintes de desconcierto en su aparente seguridad.
- Bueno, lo cierto es que yo no entiendo demasiado de estas cosas. No sé si me está confundiendo con otro. En realidad, yo había venido para...
- No, no. Eso puede esperar, pero el mar no. El mar, hijo, y tenlo muy en cuenta, es una criatura tan hermosa como caprichosa. Puede lucir un espléndido sol y arrancar destellos de sus olas y, en cuestión de segundos, levantarse con olas inmensas y llevar tu alma para siempre.
Decididamente, la seguridad de Óscar se había diluido como una lágrima en la lluvia. Boquiabierto, se dejaba arrastrar por la corriente que emergía del viejo. No se atrevía a interrumpir. Sin embargo, el huracán cesó de pronto.
- No, no, el mar no aguarda, simplemente reclama.
Y, sin dirigirse de nuevo al muchacho, se volvió, atravesó el umbral de una taberna típica de pueblo para unirse a quién sabe qué otros extraños habitantes del lugar, y desapareció en su interior.
Óscar sacudió un par de veces la cabeza y esbozó una tímida sonrisa. No se esperaba una llegada similar y, por eso, tardó todavía un poco de tiempo en reaccionar. Por fin se puso en camino.
II
El apartamento era mucho mejor de lo que Óscar podía haberse imaginado, incluso más de lo que deseaba. Su idea, desde un principio, había sido el alojarse en una vieja casa marinera, de piedras mohosas y suelo de madera carcomida por la edad. En su lugar, se encontraba en un ambiente en exceso conocido; paredes de hormigón, ventanas de aluminio con doble acristalamiento, suelo de parquet recién pulido, cocina vitrocerámica, modernidad por doquier.
- Y bien, ¿qué le parece? No es una de esas casas de revista pero está muy cuca. ¿A que sí? Si no le gusta igual puedo buscar algo por ahí pero me llevará unos días. En cuanto al precio, está barato. Por este dinero es muy difícil encontrar algo al que no le llueva dentro. Si te parece muy caro...
Las palabras de doña Rosa le hicieron volver a la realidad. La mujer era una anciana agradable, y explotaba esa virtud al máximo en momentos como ese. La sonrisa que esbozó ante el indefenso muchacho serviría para convencer al más perfecto de los indecisos.
- No, no... Bueno... si, me puede valer. Está bien. Me lo quedo.
Dos razones le habían impulsado a tomar decisión tan drástica. La primera era que, al fin y al cabo, aquel era un refugio temporal, una cueva donde aislarse del mundanal bullicio que tanto le atormentaba. La otra razón era que no disponía de mucho más tiempo para perder buscando el lugar perfecto.
Había una más, una razón de la que se estaba empezando a enamorar. El apartamento poseía una pequeña terraza desde donde poder sentarse a contemplar el mar. Óscar sonrió.
- ...y, por las tardes, cuando el sol se pone, se pueden ver unos atardeceres muy bonitos.
No había escuchado parte de las palabras de doña Rosa, pero no parecía necesario.
- Está bien, doña Rosa, me quedo, aunque la estancia será tan sólo de mes y medio, a lo mucho, dos meses.
- No te preocupes, joven, quédate el tiempo que quieras. Seguro que al final estás más tiempo del que piensas. Siempre pasa lo mismo.
El resto fue un aburrido trámite que Óscar se apresuró a solucionar. El tiempo empezaba a contar desde ahora y por nada del mundo querría desperdiciar ni un solo grano de arena, que ya se le escapaba de entre los dedos.
Desgraciadamente, el resto del día debería pasarlo preparando la que sería, desde aquel momento, su cabaña.
El día avanzó como lo haría un avestruz por la tundra africana, a grandes zancadas. Las horas se sucedían a un ritmo tan vertiginoso que, cuando Óscar miró el reloj por primera vez aquella tarde, casi tuvo que agacharse para esquivar la noche. El cielo desprendía ya su azul radiante y, en su lugar, se iba tiñendo del sangrante color que anuncia la muerte del día. Se dio cuenta entonces, cuando sus tripas rugieron con estruendo en aquel silencio que se había apoderado del entorno, que tenía hambre. Desgraciadamente, no se le había pasado por la cabeza el hacer acopio de provisiones. Lo único comestible que quedaba en el apartamento eran los restos del bocadillo que había sido su comida y, para eso, ni en ellos pensaba, sobre todo después de derramar un vaso de agua sobre ellos.
Tendría que acercarse al centro del pueblo a comprar algo.
- Mejor, así empezaré a conocer el lugar... -, pensó.
El apartamento estaba ubicado sobre una de las tres playas que daban forma al pueblo. Era la última, la más bonita de todas. Doña Rosa le había dicho que el nombre de la playa era "Espiñeiro". Era independiente de sus dos hermanas, libre, aunque eternamente aprisionada entre los grandes muros naturales que eran las rocas que limitaban su contorno. Pronto tendría tiempo para pensar en dar largos paseos por la húmeda arena de la playa. Ahora no podía, tenía un largo y empinado trecho que vencer antes de llegar al pueblo.
Cerró la puerta de reja negra que formaba el cierre de los apartamentos. No había nadie más viviendo allí. Por un momento, se sintió deliciosamente solo. Inició el camino hacia el pueblo, aunque no pudo dar más de diez pesados pasos. Se detuvo.
Alzó la vista y vio la silueta blanca del faro nuevo, recortada contra el atardecer, pero no había sido aquella imponente visión la que había llamado su atención.
Se trataba de un sonido.
Una especie de sonido dulce y acorde.
Parecía una música que flotaba con el viento.
Parecía venir de lo lejos, de donde el faro se asentaba sobre la piedra milenaria.
Era hermosa.
Cautivadora.
Y podía pasarse toda la vida escuchándola...
Toda la vida...
Pero no tenía toda la vida, sino tan sólo un par de meses a lo sumo para hacer lo que tenía que hacer.
Con pesar, continuó su camino hacia el pueblo.
III
¡Cuatro días!, ya habían pasado cuatro días y no había conseguido todavía ni escribir la primera palabra. Bueno, en realidad sí lo había hecho, había escrito cientos de ellas, pero todas parecían querer correr la misma suerte. Ahora, montoncitos de papeles arrugados se esparcían por el suelo. Sería casi imposible poder atravesar el salón hasta la cocina sin tropezar al menos con uno de ellos.
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